martes, 29 de julio de 2008

Violencia doméstica


Este me parece un tema lo bastante serio como para andar haciendo bromas con él y sacándole punta, por lo que desde luego coincido plenamente con la opinión de aquellos que piensen que este no es el momento, ni el lugar de tratarlo.

Pero antes de que se saquen las cosas de contexto, aclararé que no es a la violencia doméstica con mayúsculas a la que me refiero, no a la que provoca más de un centenar de muertes al año, y que se suele dar entre conyuges y ex-conyuges, generalmente el hombre contra la mujer, o bien padres contra hijos e hijas, con todo tipo de formas de acoso y espantosas vejaciones.

La violencia que a mi me ocupa es la "con minúsculas", la que día a día sacude la unidad familiar, o según se mire, la fortalece.

En todos los hogares hay roces más tarde o más temprano. Eso es un hecho. A partir del momento mismo en que una pareja abandona el juzgado o la iglesia, en este último caso después de haberse jurado amor y fidelidad hasta que la muerte los separe, y etcétera, etcétera, las tiranteces y los conflictos de baja intensidad comienzan a aflorar. Es cuando se definen las parcelas de poder, la extensión y sus atribuciones, y es por tanto una necesidad de primer orden, que al igual que hicieron Stalin, Churchill y Roosevelt al finalizar la II guerra mundial, el reparto sea lo más justo y equitativo, con el fin de obtener una estabilidad confiable y duradera.

He aquí, pues la necesidad de negociar. Y para negociar son necesarias discusiones muchas veces más acaloradas y tensas de lo esperado.

El que crea que esos tres señores que he mencionado antes, ellos o sus ayudantes y demás adláteres, no tuvieron algún momento, o momentos de ofuscación, un que si Albania no la quiero, que si para mi iba a ser el imperio Austro-húngaro, que si o te conformas con Albania o vete haciendo el cuerpo para cargar con Yugoslavia... El que sinceramente crea eso, que no se produjeron rifi-rafes, en absoluto diplomáticamente correctos, es simplemente porque se ha empeñado en ver la historia como un cuento de hadas, que solo se empezó a fastidiar un poco cuando Bin Laden echó abajo las torres gemelas.

¿Con esto que quiero decir? Pues ni más ni menos que la salud de las relaciones de pareja se mide por el número de microconflictos en que se ven involucrados sus protagonistas.

Lejos de ser malo, en mi modesta opinión, previene la formación y el desarrollo de rencores y desafectos que con el paso de los años, y tras permanecer largo tiempo larvados en los subconscientes, podrían desbordarse, sucediendo como en un dique que se hubiera vencido por el empuje de un volumen de agua para el que no estaría preparado.

La riada subsecuente lo inundaría todo, y arramblaría con aquello cuanto se encontrase a su paso.

No se trata, sin embargo, de señalarse unos a otros las faltas y defectos, a todas horas, y sin callarse uno solo, ni de desvelar esa verdad tan manifiesta acerca de la propia suegra o las cuñadas, pero sí de mantener siempre una postura de sinceridad y, casi tan o más importante, la voluntad de compartir las experiencias.

De lo contrario, el fracaso está garantizado.

Y lo mismo se puede aplicar a la relación con los vástagos. Ni demasiada mano dura, ni demasiada manga ancha. Saber encontrar el equilibrio adecuado es empresa para auténticos sabios de monasterio sintoísta.

Y por supuesto, que nadie se haga ilusiones pensando que una buena estrategia le librará de lidiar en muchas ocasiones con terribles pataletas que le avergonzaran ante todo el vecindario.

El objetivo es salvar a la prole de un futuro de vagos y maleantes, y lo que les divierta a otros, escuchando los follones con fruición a través de los tabiques, ha de ser considerado simplemente un daño colateral. Uno de tantos que nos aguardan.

No queda pues más remedio que hacer de tripas corazón y estar en todo momento preparado y bien dispuesto para blandirse en un duelo de espadachines con algún familiar. Esa persona a la que en la calle y frente a extraños defenderías hasta la última gota de tu sangre, llega también a veces a cargar en demasía, y en algún momento será la hora de llamarle caradura y acusarlo de estarte chupando esa misma sangre... Pero sin que esta llegue al río.

Ya lo decía el refrán, los amores reñidos son los más queridos.

Eso sí, siempre de forma natural, sin provocar las situaciones. Las intenciones pueden ser buenas pero hay familias en las que una simple partida de parchís, por causa de una enajenación mental transitoria, puede conducir a una tragedia shakespeariana.

Hay que evaluar siempre, evidentemente, el material del que están hechos los propios genes, si son apropiados para actuar bajo presión. No todos valemos para negociar la paz de Yalta.


viernes, 25 de julio de 2008

Una de antihéroes


Ahora que está de moda, he pensado que no vendría mal reflexionar un poco en lo que a nuestra propia condición moral se refiere, y el modo en que esta afecta a nuestra relación con los demás.

¿Podemos ser ajenos a la percepción que los que nos rodean tienen de nosotros?

¿Podemos ignorar los inquietudes de otros y concentrarnos únicamente en satisfacer nuestros propios intereses?

Y para ello, qué mejor que un relato de altos vuelos, las vicisitudes de un pobre diablo amarrado a su trágico destino: El del antihéroe por antonomasia.


Quasarts entertainment


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EL HOMBRE-MOSCA

Todos los derechos reservados


Era una hora prudente ya para levantarse, las nueve de la mañana, además por una vez en mi vida había logrado dormir bien, y no era moco de pavo, con la antipatía que les tenía a las habitaciones de hotel.
Me incliné y comprobé el buen funcionamiento de todo (el teleobjetivo de la cámara, las baterías bien cargadas…). Yo era un profesional e incluso esos pequeños detalles que afectaban a mi equipo eran previos a mi aseo personal. Solamente al comprobar que todos los sistemas respondían podía ya por fin acudir al baño y orinar tranquilo.
Una vez me hube duchado y afeitado, bajé a la cafetería del hotel y busqué una mesa cercana a los ventanales para tomar allí el desayuno. Aquella región de la costa sueca ofrecía unas vistas estupendas.
Pedí un periódico en inglés y me trajeron el de la semana pasada, el único que tenían. Las noticias de hacía diez días, contadas como recientes, me resultaron bastante chocantes, y aún a pesar de todo, les encontré su aquel. De manera que en eso me entretuve, leyéndolas animadamente, mientras esperaba por Diana.
¿Que quién era Diana? Buena pregunta.
Diana era la encargada de producción, la jefa, por así decirlo… Y yo… Mejor dicho, mi cometido, era fundamentalmente el de obedecerla en todo cuanto me requiriese.
Pero Diana no era una jefa cualquiera. Era una mujer muy joven, y muy atractiva, y eso, en este medio, no era algo a lo que a decir verdad uno estuviera realmente acostumbrado.
De hecho ya tan solo escucharla dirigirse a mí era una delicia.
Claro que no era yo el único al que le producía esa sensación. Allá por donde pasaba, sus efectos en el género masculino eran devastadores. Sin ir más lejos, en aquella misma ocasión me percataría de forma anticipada de su entrada a la estancia por una bandeja con cacharros que se le iría al suelo al botones. El estruendo la delataba siempre. Tenía que ser ciertamente una mujer aburrida de ver la torpeza apelotonarse en torno suya.
Incluso yo mismo me notaba inseguro y dubitativo en su presencia. Sus sensuales ojos de zafiro, cada vez que los posaba en mi persona, hacían que la sangre se me trocase en mermelada, fría y viscosa, y muy complicada de bombear.
¿Qué podía hacer? Todos a sus ojos nos transformábamos en unos patanes
No es de extrañar por tanto esa fascinación que ella sentía por el hombre-mosca. Un personaje tan ajeno a todo, en grado sumo díscolo y ensimismado hasta el punto de rozar lo enfermizo.
Una pasión en la que, como es natural, no todos nos veríamos reflejados.
Para mí era un trabajo más, seguir y filmar a aquel fantoche en sus chaladuras. Otro documental de tantos sobre hechos y personajes singulares, por no decir locos de remate, que luego se vendería en los hipermercados a cambio de un puñado de calderilla. Pero en Diana era distinto. Esta vez, la joven y guapísima niña rica, hija de un multimillonario de la comunicación como el todopoderoso señor Kerkovian, parecía estar implicándose emocionalmente más de la cuenta, casi diría yo que habiendo rebasado la delgada línea que separa lo convencional, lo comúnmente aceptado, de lo salvajemente impredecible. Preferí, si bien, desentenderme por completo del asunto. Ya desde el primer día supe que Diana no tenía el menor interés por mí, y lo que viniese después no me importaba. No iba a amargarme la existencia obsesionándome con lo que hacía de su vida aquella mimada princesita.
En cualquier caso, sería muy falso si no admitiera, que el hecho de que esta se estuviera encandilando del hombre-mosca, ese capullo, me daba una rabia tremenda.
- ¿Tan pronto en pie? – me preguntó y se sentó de un brinco a mi lado.
Fresca y lozana, al instante justo después de haber tomado una ducha, era cuando su belleza más resplandecía, y, lógicamente mis pulsaciones se aceleraban.
Mis esfuerzos por sobreponerme tenían que ser muy obvios, y ella me lo debía notar con nada de atención que pusiese. Cualquiera me lo podía notar con solo que se fijase un poco. Pero en el día de hoy, este domingo silencioso y como abúlico, en el que la luz mortecina del báltico lo envolvía todo, con un sol que no terminaba de espabilarse, y que parecía caminar de puntillas sobre los objetos, lo de menos eran mis arritmias cardiacas. Lo único que de verdad importaba a Diana era el hombre-mosca.
- Estoy descansado – respondí a su pregunta - Cosa curiosa en mí. Así que aproveché para revisar todo el material… Y que luego no tengamos sorpresas.
- ¿Has revisado la unidad móvil?
- Bueno. Eché un vistazo por la ventana y sigue aparcada donde la dejamos ayer… Parecía estar bien. Todo normal. Lo único, que por la noche haya venido alguien con un tubito de esos de goma y nos haya vaciado el depósito…
- Chssst. Calla Mike, no hagas bromas con eso. Hoy es el gran día y nada puede fallar.
- No, no fallará nada. He seguido el listado con todas las comprobaciones una por una. Mira, siempre lo llevo encima – saqué la fotocopia y se la mostré.
- Está bien, Mike. No te pongas nervioso, no es mi intención atosigarte… Es solo… Es solo que hoy no es como en el resto de las ocasiones anteriores.
Ella si que estaba intranquila, pensé, por más que lo tratara de disimular.
- ¿Se ha levantado ya Jean-Pierre? ¿Has hablado con él? – preguntó, sin apenas haber dejado transcurrir un instante.
- No, tú misma dijiste que le dejase dormir hasta tarde, que no le molestase.
- Es cierto. Es cierto.
- Me parece que la que ahora está nerviosa eres tú.
- Sí. Vaya. Pues a lo mejor sí. Pero ha debido ser en este mismo momento, que he pasado en cuestión de segundos de estar excitada a sobreexcitada.
- Bueno… No te tomes el café hoy tan cargado como otras veces y asunto resuelto.
- Oh, Mike… Te parecerá una tontería, un remilgo propio de una principiante, pero hoy por primera vez desde que empezamos a grabar el documental, me he dado cuenta de lo serio que es esto.
- Bueno, sí, hoy es diferente, estarán todos los patrocinadores al pie del cañón, las autoridades locales… Habrá muchos ojos pendientes de lo que suceda allá arriba. El alcalde ese tan pegajoso, por ejemplo, que ha hecho del tema una apuesta personal… No me gustaría ver la cara que se le quedaría si hubiese algún imprevisto y se debiera suspender la función. Hay un montón de gente que ha puesto dinero, sumas importantes de dinero, para financiar el espectáculo. Y son muchas las cosas que pueden no salir según lo esperado… Y aún así yo me conformo con que no haga demasiado viento para que el helicóptero puede volar sin problemas y, a las tomas aéreas, que al final son las que cuentan, se les pueda sacar todo el jugo. Pero como ves, tampoco es algo que me quite el sueño. Mi principal temor, después de todo, es que el trasto este se enrede con los cables del puente, por seguir demasiado de cerca al saltimbanqui este, y vayamos a parar al fondo del mar… A las heladas aguas del estrecho de Oresund. De hecho son ya unas cuantas semanas de paseos en helicóptero y… Cuando el cántaro va mucho a la fuente…
De pronto sonó el móvil de Diana.
- Oh. Tengo una llamada. A ver…
El que la llamaba era John Staunton, ejecutivo de la firma de pegamentos y adhesivos “Vulchem”. Quería saber, como es lógico, si la estrella principal del espectáculo ya estaba listo.
- No, aún no se ha levantado – le informó Diana - Hemos preferido dejarle un poco más de margen que otros días… Sí, ya se que a las doce hemos quedado allí con todo el mundo, y que solo pueden tener el tráfico cortado una hora… Sí, me doy cuenta de que es el puente que une Suecia con Copenhague, que no es como quien dice, dos tablas montadas sobre un arroyo… - Diana apartó un momento el teléfono de su cara y, visiblemente turbada, me hizo un encargo - Mike – me dijo con voz marcial – Vete y tráete ya para acá al hombre-mosca.
Obedecí sin rechistar, y allá me fui a por el gran funambulista de marras.
De camino hacia su habitación, y mientras involuntariamente comenzaba a mordisquearme las uñas, repasé mentalmente la historia de aquel individuo. De cómo un niño sin mayores aptitudes ni aspiraciones vitales, que durante su adolescencia no destacaría en nada, en absolutamente nada, y que apenas saldría de las salas de juegos, habría pasado sin pena ni gloria por la universidad para abandonarla a las primeras de cambio.
Al parecer lo habría dejado todo por amor, y él y su pareja se habrían dedicado a hacer pequeños espectáculos callejeros, juegos malabares y pantomimas improvisadas sobre la marcha, siempre a cambio de la voluntad.
No recuerdo si en algún corte de la entrevista nos dijo que hubiera formado parte de un circo, pero, en cualquier caso, debió ser por muy poco tiempo.
Todo muy romántico. Pero un buen día, Monique, que así era como se llamaba su adorada partenaire, lo plantó y se marchó sin dejar señas, que fue entonces cuando se transformó en el hombre-mosca y cuando comenzó su fijación por las alturas. Su irresistible adicción a encaramarse a toda estructura o construcción humana que se elevase hacia el cielo.
Empezó pues así, con pequeñas grúas de obra, no excesivamente altas. Las típicas de un edificio de seis a ocho plantas, pero siempre sin red, ni arneses, ni nada. A cuerpo serrano. El desprecio que el hombre-mosca sentía por su propia vida helaba la sangre del más arrojado de los valientes.
Y así habría continuado su locura, aumentando poco a poco las dimensiones del reto. Así hasta llegar a donde nos encontrábamos hoy: El puente de Oresund.
Sus torres de sujeción a más de 204 metros de altitud sobre el nivel del mar, serían la sublimación del más difícil todavía.
Y aquel imbécil pretendía llegar a la cumbre, a lo más alto, reptando por uno de los tirantes, valiéndose de equilibrios imposibles, donde una racha de viento, el más mínimo error de colocación de un pie o una mano, daría al traste con todo, y pondría el punto y final a su descabellada odisea.
Pero pensar en el hombre-mosca me deprimía. Que la gente volcase su atención en un suicida disfrazado de deportista me parecía algo lamentable. Así que traté de no darle más vueltas al tema, y cumplir escrupulosamente con las tarea que tenía asignada.
Di un par de sonoros toques con los nudillos en su puerta y susurré su nombre, “Jean-Pierre” ”Jean-Pierre”, procurando no molestar a los otros clientes del hotel.
Sin embargo aquel pasillo estaba desierto y mi voz parecía disiparse en la nada. No había respuesta en toda la longitud que cubría aquella moqueta.
Insistí. Ahora en voz algo más alta, pero de nuevo sin éxito.
Probé entonces a llamarle a su teléfono móvil, esta vez ya empezando a notar un ligero cosquilleo, y como una flojera repentina, en la parte más recóndita de mis tripas. Nadie se asomó al otro lado de la línea.
Jean-Pierre no daba señales de vida y yo comenzaba a impacientarme. ¿Se habría largado con viento fresco? ¿Habría cogido, y emulando a su ex-amante, se habría esfumado sin decir ni adiós ni al diablo, dejándonos en la estacada?
Di golpes más fuertes, y dejando de un lado los miramientos, pasé a gritar su nombre furiosamente.
Una mujer de la limpieza acudiría al lugar atraída por el jaleo.
- Shhht – me chistó y con el dedo, lenguaje internacional de signos, me instó a bajar la voz.

Pero yo no podía irme de allí sin sacar a Jean-Pierre de la cama. Como es lógico, la señora no comprendería las justificaciones en inglés de un neoyorquino de Long Island, y, en vista de que no deponía mi actitud, allá que se iría, toda alterada, en busca del encargado.
- ¿Qué ocurre aquí? – preguntó este al llegar, muy extrañado.
El rigor y los modales nórdicos se daban de bruces con aquella situación, tan desesperada, a la que yo me veía obligado.
- Usted perdone – traté de hacerme comprender – pero mi compañero no ha salido de su habitación, ni responde a mis llamadas, y me estoy temiendo que le haya sucedido algo.
- ¿La 505? ¿No es esta la habitación del hombre-mosca?
- Sí. Así es.
- ¿Y no se ha despertado?
- No. Y es raro porque es un tipo que lleva una vida espartana...
- Sí, eso dijo también la mujer que lo visitó anoche.
- ¿Una mujer?
- Sí, muy guapa, y de origen francés, que venía con un bebé en brazos, y a la que solo unos minutos después vieron salir atropelladamente... Sosteniendo contra su pecho a la criatura y con un pañuelo en la otra mano.
- Dios santo. ¡Qué mal me huele esto! Rápido. Hemos de darnos prisa.
- No se preocupe aquí tengo una copia de la tarjeta.
El encargado abrió lentamente la puerta y se fue adentrando sigilosamente, con mucho cuidado de no sobresaltar al hombre-mosca, y pronunciando su nombre en voz muy baja y muy respetuosa.
Yo le seguí y llamé también a Jean-Pierre varias veces, pero de la oscuridad no obtuvimos más que el silencio.
Solo cuando apartamos las cortinas y entró la luz del día pudimos identificar, guiados por unos gruñidos secos que emitiría, al hombre- mosca, hecho un guiñapo, tirado en el suelo y retranqueado contra una esquina.
Las sábanas que lo envolvían apenas dejaban ver su rostro, pero no impedían apreciar a su alrededor la montañita de botellines vacíos, de los licores mas diversos, que habría ido acumulando a lo largo de la noche.
El muy borrachín había saqueado el minibar y se había puesto como una cuba.
- ¡Oh, dios mío! – me lleve las manos a la cabeza – Cuando Diana vea esto le dará un ataque.
El encargado del hotel trató de incorporarlo y de reanimarle con palmaditas en la cara, y todos los rituales al uso, pero su estado solo invitaba a dejarle dormir la mona.
No tardó mucho en aparecer en escena Diana, impelida por nuestra tardanza.
Su reacción al verlo fue la que yo me imaginaba. Como chica joven que era no podría dominarse y la histeria haría presa de ella.
Se echó encima del hombre-mosca y lo zarandeó, le llamó una y otra vez con voz rota, pero en vano.
- No hay nada que hacer – le dije – El capullo este se ha cargado el documental.
- No, no puede ser. Hay que hacer algo… Lo que sea.
En su desesperación Diana llegó a desabrocharse la blusa y a cogerle la mano, metiéndosela por entre sus insinuantes, y elegantísimas, prendas de lencería. Fue una escena de un dramatismo brutal. Una cosa así habría revivido a un muerto, pensé en mi confusión, entre descorazonado y jocoso, pero no a aquel payaso del hombre-mosca.
Se veía en ese momento lo muy enamorada que ella estaba de él, y el sufrimiento tan grande que experimentaba ahora que la estaba dejando tirada, en el momento más crítico, en el momento crucial, de aquella gran aventura, ahora frustrada.
Pero la historia, que como siempre quiso ser así de sarcástica, llevó a que de sus labios, del pastoso gaznate del hombre-mosca, solo saliera atropellada y angustiosamente la palabra “Monique”.

domingo, 20 de julio de 2008

O Código da Chinche

El primer año de vida de FOOD & DRUGS ha sido acogido de forma muy positiva por sus lectores, y en general, por los fans del dibujo humorístico (tenga gracia o no), por lo que la junta directiva hemos de estar muy satisfechos con nuestra gestión y aumentarnos significativamente el número de palmadas en la espalda a percibir, aparte de adelantar en varios meses la revisión al alza de las remuneraciones en especie*.

*la cuota actual de una tableta de chocolate “trufa fondant” a la semana, se incrementará a una y media, estudiando la posibilidad de efectuar parte del abono de las plusvalías en tarrinas de helado nata-fresa-vainilla, como medio de aprovechamiento de las ventajas fiscales que durante la época estival ello representa en materia cambiaria.

Pero no voy a darle la paliza a nadie con estos asuntos de la vida ordinaria del blog, que naturalmente no tienen el menor interés para el ciudadano de a pie, así como para ninguno de sus usuarios y/o colaboradores esporádicos.
Por otra parte hacer un comunicado oficial para decir lo mucho que nos congratulamos de publicar nuestras retorcidísimas payasadas desde una tribuna libre, y siguiendo nuestra propia línea editorial, tampoco nos parece lo más apropiado. Siempre pensando en nuestros sufridos consumidores, y desde el punto de vista del nulo beneficio holístico que, con total seguridad, ello les iba a reportar.
Aunque sí hemos de admitir que este éxito de media-baja intensidad (por lo pronto el haber evitado una extinción masiva de ideas es un gran logro) es un motivo más que justificado de celebración, y además ha servido para atraer la atención y el cariño de gran cantidad de visitantes y turistas accidentales, cada vez más, de cuyas sinergias es básicamente de lo que nos nutrimos.
La lástima es que ello, esa es la cara amarga del éxito, también provoca el que de la noche a la mañana, se nos hayan comenzado a arrimar los clásicos aprovechados y advenedizos de turno, como es el caso de mi hermano.
La obra “O código da Chinche” (versión original en gallego) es un ejemplo de lo mucho que “chincha” el tener que hacerle un hueco en tu propia página a dibujos más guays que los tuyos, por tratarse de un familiar.
La historia que se describe en estas cuatro páginas a todo color, hará las delicias de los verdaderos amantes del cómic, y nos producirá un verdadero vacío de creatividad a los que lo dimos (al cómic) por muerto y enterrado como género artístico de primer nivel.
Y sin más preámbulos os dejo con “El código del chinche”.

Mato Grosso pictures presents,

Avec la participation de la societé Food and Drugs,

EL CÓDIGO DEL CHINCHE

(Calif. Moral: Todos los públicos)
Parents strongly cautioned.


martes, 8 de julio de 2008

Las Rebajas a la palestra


Near translation: I love so much shopping, that I've decided to dramatically shorten my purchase's lifetime.
La primera imagen que me viene a la mente cuando alguien menciona , o comenta algo acerca de las rebajas, es, no se por qué, el de aquella cadena de tiendas en Inglaterra (Harrods creo recordar) donde las muchachas (jovenzuelas y no tan jovenzuelas) se agolpaban tras las puertas de los grandes almacenes, y allí permanecían, entre empujones, codazos y una tensión que se cortaba con un cuchillo, hasta que sonaba una bocina y entraban en avalancha, llevándose por delante a todo aquel incauto que osara cruzarse en su paso.
Supongo que será porque tengo propensión a fijarme y a retener en mi memoria con más facilidad lo cómico o dantesco.
Y no es que yo sea un enemigo acérrimo del consumismo, ni muchísimo menos (no desde luego como para retirarme a un monasterio tibetano), ni voy a discutir el éxito incontestable del que gozan siempre las rebajas.
Sin embargo he de preguntarme, más que nada porque este blog es así de inquisitivo, si realmente ese éxito está lo suficientemente justificado.
Por decirlo de la forma más amable que se me ocurre: ¿Se trata realmente de una oportunidad para el consumidor menos solvente, o es simplemente un reclamo para atraer más gente a los comercios?
Mi experiencia después de haber participado muchas veces ya de esta fiebre, es, si bien, la de no encontrar nunca nada de mi gusto, a las cifras de cuya etiqueta se les hubiese practicado descuento alguno.
Y he llegado, naturalmente a fuerza de desengaños, a la conclusión de que la ropa buena, en general los artículos de calidad, nunca se rebajan.
Para mí hoy esto ya no es ningún secreto. Y es una verdad que no cambia. Da lo mismo que busque y rebusque entre las pilas de prendas amontonadas bajo un cartelito en el que se lee “todo al 50%”. Es probarme una camisa y parecer que llevara los dos brazos ortopédicos, un pantalón, e independientemente de la talla que sea, encontrármelo apretujando maliciosamente alguna parte blanda de mi anatomía.
Por supuesto, de los zapatos ya no debería ni molestarme en decir nada. Sencillamente se rebajan los que han quedado sin vender: Los que no le han gustado a nadie, bien por lo feos que son, o por el daño inhumano que hacen.
Pero claro, los vendedores que son muy cucos, ya lo tienen así montado, y les funciona de perlas. De hecho, lo primero que uno hace tras enfundarse uno de esos trapos rebajados, es ir corriendo al probador con otro en la mano, ahora sí, de los buenos (de los de marca), simplemente para cerciorarse de que todo sigue en su sitio, y que nuestra imagen personal no se ha quedado impregnada de esa apariencia previa tan insatisfactoria.
Y entonces, envueltos en el relax y la complacencia que ello nos produce, y al mismo tiempo, azuzados por el miedo atávico a nuestra propia fealdad, que no hace ni un instante que venimos de contemplar, terminamos, de manera inconsciente, poniéndonos en las manos salvadoras de nuestra tarjeta de crédito.
Dicho todo esto, estimados lectores, es bueno que sepáis si acaso, que en Food and Drugs ni ahora ni nunca haremos rebajas. Eso de “¡¡Tiramos los precios!!” no va con nosotros. De forma que podéis estar tranquilos.
En cualquier caso, tampoco tendría mucho sentido ponernos de rebajas, porque al fin y al cabo Food and Drugs es gratis!!!


jueves, 3 de julio de 2008

Viena bien vale un remojón


París bien vale una misa dijo en su día Enrique IV de Francia, abjurando del protestantismo y con ello obteniendo el reconocimiento de su derecho al trono.

De igual manera, también el aplastante triunfo de la selección española en la Eurocopa de Austria y Suiza, en consecuencia, fue tal de mecerer un baño en la fuente de Concepción Arenal, lugar de todas las celebraciones futbolísticas en Ourense (ya sean culés, "madrilistas" o de 'paña).
Pasa que uno ya no está para estos trotes, pero se dejó arrastrar por la muchachada y... Recibió el bautismo ese de los testigos de Jehová, o de Yaveh, o de los discípulos de Emaús... Cualquiera se acuerda ahora.
Sectas, religiones, fanatismos deportivos de toda índole, que más da. Todos se pueden meter perfectamente en el mismo saco.
Llevarse un alegrón tan grande porque un pellejo inflado de aire se cuela entre tres listones de madera recubiertos de una red es algo, desde luego, que no tiene pies ni cabeza.


Bueno, no sabía que aquí en Galicia éramos tan patriotas. En fin, ya se sabe, todo el mundo se sube al carro de los ganadores... Aunque esté un poco húmedo.