viernes, 17 de octubre de 2008

Creación y Realidad


Nada más lejos de mi intención que meterme ahora por vericuetos que me llevasen a darme de bruces con las teorías de la evolución y sus detractores, y sin embargo, a la vista del título, que eso precisamente parece sugerir, es lo que cualquiera en su sano juicio se esperaría.
No. Esas cuestiones, en condiciones normales, y con el grado suficiente de lucidez mental, no me ocuparían ni un milímetro cúbico de la caja craneana. Digamos, por no enredarme más que lo justo en explicaciones, que en lo que a mí respecta las doy por completamente zanjadas.
Mis inquietudes, afortunadamente, están hechas de otra pasta mucho más mundana.
Además estoy un poco cansado de sacar temas tan sesudos, y que parezca que constantemente trato de sentar cátedra sobre esto y sobre aquello de más allá.
Me resisto a ser tan plasta.
Al escribir esto yo pretendo terciar con otros asuntos bastante más particulares, y que sin embargo, sospecho que muchos otros artistas, y aficionados al arte, han forzosamente de compartir.
Y, así, de entrada, podría comenzar diciendo que el proceso de creación conforma un panorama arduo e ingrato, que es un parto doloroso y lleno de incertidumbres, pero que al final encuentra su recompensa, y no estaría diciendo nada nuevo para la mayoría de los anteriormente aludidos.
Y en cambio, no siempre es así. No necesariamente siempre el acto de crear es una angustiosa persecución en pos de las quintaesencias.
Está también, a veces, eso que llaman inspiración, y que es como un elixir mágico, en virtud del cual, basta con sorber unas pocas moléculas de su composición, apenas sus efluvios, que se reencuentra de pronto uno consigo mismo, ebrio de grandilocuencia.
Si bien, esta es un arma de doble filo, una hipoteca sobre las necesidades vitales del artista, que hoy que la susodicha le ha venido a visitar, tal vez no deseara sus servicios, sino que prefiriera, en lugar de sentarse delante de su escritorio, salir a ver lo que se cuece en la calle de al lado, en la esquina opuesta del mapa, o por esos otros mundos de Dios.
Me pregunto por tanto, al hilo de esto, ¿Se podría provocar la inspiración? ¿Viene llovida del cielo, o es el resultado de una predisposición mental en la que el propio metabolismo juega un papel determinante?
Quiero decir, ¿podríamos recurrir a ella del mismo modo “causa-efecto”, en que una barra de helado del hiper, tamaño familiar, repercute sobre nuestro ánimo maltrecho de los lunes a la tarde…? ¿Y de existir, cual sería este mecanismo?
Yo, por ejemplo, he observado que me encuentro más ágil mentalmente, y que, a medida que lo voy haciendo, me gusta más lo que escribo, cuando el día anterior me he metido entre pecho y espalda alrededor de 10 o 15 kilómetros de carrera continua monte a través, al ritmo lo más frenético e infartado posible, y no cuando la pereza me ha convertido, a lo largo y ancho de las semanas, en su abnegado perrito faldero.
¿Será pues, que con la activación general de mis sistemas cardiovascular y locomotriz, se estaría desatando una reacción en cadena que, desde la primera hasta la última célula de mi cuerpo, madres e hijas, no importa su género, condición o estado civil, todas se verían inmersas, principalmente las neuronas, en un imparable torbellino de ideas?
Hablo de ideas en su génesis más orgánica. Ideas en sus estados embrionarios, fetales y prenatales, todas con sus propios matices y texturas cognitivas, azotadas por la galerna de los impulsos nerviosos y su chisporroteante traca pirotécnica, que las obligarían a abandonar, por la fuerza de los hechos, la placentera comodidad de su limbo amniótico. Y tras de sí, prorrumpiendo a continuación, todo el cúmulo de represiones, prejuicios, libres albedríos y experiencias afines, los cuales convergerían sobre una diminuta porción de consciencia, que a su vez, sería la encargada de coordinar los erráticos y azarosos movimientos de la bestia.
¿Será entonces que existe una íntima conexión, y un hermanamiento de facto, entre el mundo de lo material y el de las ideas, mayor de la que sospechamos, y de lo que a Platón y a Aristóteles les hubiera gustado creer, pues a la sazón se habrían quedado sin motivo para sus célebres disputas… O que sencillamente, tras semejante panzada de correr del día anterior, la atracción gravitatoria de la silla sobre mis posaderas se eleva a valores tan desorbitados, que cualquier disculpa es buena, con tal de no levantarme de ella?
A lo que llego a un callejón sin salida: ¿Cómo saberlo, hallándome, como me hallo, inmerso en la inviolabilidad de mi propia percepción subjetiva?

En fin, nada terrible nos sucederá por que, por una vez, nos quedemos a merced de la entropía del sistema, y de las ambigüedades que, inevitablemente, se derivan de un pensamiento en exceso relajado, y en su vertiente más genuinamente parasimpática.
La creación, a fin de cuentas, y para ser realistas, no es más que el acto voluntarioso, pero irracional donde los haya, de despacharse uno con sus propios demonios. Seres estos, por otra parte, fruto de nuestra invención.
¿Merece entonces la pena este mundo imaginario?
Demasiadas incógnitas para un único tema, a la vez tan volátil y tan claustrofóbico.
Pero, como dice la canción, las respuestas están en el viento.

1 comentario:

Landahlauts dijo...

Muy bueno!!

No se me había ocurrido jamás, que hubiera una relación directa entre las endorfinas provocadas por el ejercicio físico y la creatividad.

Me observaré a ver si hay una verdadera relación causa-efecto...

:)

Saludos!