martes, 30 de diciembre de 2008

Feliciano 2009


Feliz año 2009 a todos aquellos que habéis visitado este blog. Espero que haya sido un entretenimiento aceptable y que siga siéndolo en el futuro.
No os deprimais por el 2008. No quiso ser como lo demás, y a fé que lo consiguió.

¡Hasta el año que viene!

lunes, 22 de diciembre de 2008

La tele está pachucha


La televisión no es más que un sustitutivo barato y aséptico de la vida.
Y sin embargo, el que se sienta frente a la pantalla de su receptor, espera obtener de ella justamente aquello que le niega el mundo real: Emoción, diversión, sensaciones fuertes, etc... O sea, una especie de maná psicoterapéutico.
Lamentablemente, y para su desdicha, suele quedarse siempre al final de la programación, y ahí está lo terrible, con el remordimiento por el enorme y valioso tiempo perdido.
Hay pues una relación viciada entre el telespectador y el objeto de su deseo, pero tampoco se diferencia mucho de aquello que observa en su entorno social, en el que, a fuerza de desatenderlo sistemáticamente, carece de opciones para interactuar. En ambos medios, todo lo más que recibe son estímulos huecos, nada más que eso. Y así, por lógica, también se siente cada vez menos tentado a cambiar de actitud.
No es que este, nuestro espécimen, sea tonto, como mucha gente insinúa a menudo. Y desde luego, sabe perfectamente que el noventa por ciento de lo que se emite por la caja tonta es prescindible, e incluso potencialmente dañino para su propio patrimonio intelectual y emocional.
Pero eso a millones y millones de seres anónimos como él, repartidos por todo el orbe, parece darles igual. Y en el fondo hacen como si nada, o lo que es lo mismo, tragan con lo que les echen.
Al fin y al cabo: ¿En qué se diferencia esa actitud de la que por regla general adoptan en el transcurso de su existencia cotidiana?
Su querida televisión es un cementerio de voluntades, un electrodoméstico ideado para congelar su capacidad de reacción y bloquearles el entendimiento, pero para no variar, ellos ni se inmutan. Y bien no lo hacen porque esta, con su disfraz de guirnaldas y exuberante colorido, les ha conseguido embaucar, o sencillamente porque prefieren no hacerlo. Tal es el punto de parálisis al que se han visto abocados.
Afortunadamente hará unos días leí una noticia en un periódico en la que se afirmaba que Internet y sus redes sociales, le estaban ganando la partida a la hasta no hace mucho “genial e incomparable” televisión.
¿Será posible que el profundo aletargamiento de gran parte de nuestra sociedad pudiera estarse revirtiendo? ¿Nos hallaríamos ante el comienzo de una nueva era, en la que la gente optase por participar y contribuir con su propia voz?
¿O es solo que la crisis de creatividad de nuestras cadenas les pasa finalmente factura, y ya ni sus incondicionales son capaces de seguir ingiriendo semejante papilla?
No me importa cual de estas que he citado sea la causa real de su afección, pero si me siento feliz por lo que se intuye ha de ser la solución al problema. Una solución que únicamente pasa por la renovación de los contenidos, la moderación de los usos y volúmenes publicitarios, y la creación de espacios de calidad, más respetuosos con el nivel cultural de la población.
Todo esto sin perjuicio claro está de que haya pequeños momentos de esparcimiento, en los que la tele también pudiera volver la vista atrás y reírse de sí misma. Y que sus freaks y demás miembros de su séquito, personajillos todos de la farándula, con los que tan a gusto se siente, tuvieran al menos una ventana a la que asomarse.
Pero sin hacer de ello, como hasta ahora, su única propuesta de entretenimiento.
Porque es como decirle a una persona medianamente instruida, que su aburrimiento solo se alivia yendo a mirarse a un espejo, y reírse de la cara de idiota que pone el que le contempla desde el otro lado del cristal. La paciencia humana tiene un límite, e incluso las más rígidas y anquilosadas mentalidades parecen de pronto estarlo comprendiendo.
Y aunque no deja de ser una noticia que ha de ponerse en perspectiva, y por tanto una tendencia todavía pendiente de consolidarse, no puedo dejar de alegrarme, ni de sentirme ilusionado.
Los días de esplendor de la chabacanería parecen tocar a su fin.

viernes, 12 de diciembre de 2008

La Navidad se sirve fría


“Navidad, navidad, dulce navidad…” que reza el villancico, atropellando con descarnada frialdad los sentimientos de los diabéticos, para quienes estas fechas, sin duda, deberán estar marcadas en negro en el calendario.
¿Pero, realmente es dulce la Navidad?
Por lo pronto pocos temas concitan opiniones tan radicalmente enfrentadas como este. Y nadie lo diría, pero por extraño que parezca los mensajes de paz, amor y felicidad navideños son pura dinamita en nuestras incómodas y destartaladas conciencias católico-apostólicas.
Para unos, pues, todo esto no es más que una excusa para vender cosas inservibles al por mayor, es decir la orgía por excelencia del marketing y el consumismo, y apenas se diferenciaría de los viejos ritos paganos a los que, un poco de maquillaje por aquí, otro poco por allá, habría venido a sustituir.
Otros, en cambio, se aferran a la letra y el espíritu de su condición presuntamente sagrada, y se juramentan a santificar las fiestas, por mucho que estas de castas y beatas cada año tengan menos.
Pero que nadie piense que son un colectivo en retroceso. De hecho se nutren de otras muchas voluntades asimilables, que, nadie sabe por qué, y estando tan cabalmente desengañados del asunto como los referidos en primer lugar, les siguen en cambio a ellos, cerril y disciplinadamente, la corriente.
Y yo, que siempre juego a ser equilibrista entre los que dicen so y los que arre, nuevamente, preferiría no emitir opinión alguna.
Considero mucho más elegante mantenerme al margen. Además, después de mucho argumentar a favor y en contra, podría llegar a ese punto, en el que sin yo comerlo ni beberlo, me encontraría de pronto integrando ese grupo intermedio anteriormente mencionado: Esto es, los que se dejan llevar al son de las doce uvas entre campanada y campanada. Y eso tal vez me provocase, psicológicamente hablando, un nada recomendable conflicto interno.
Todo ello además, en puertas de un nuevo año que, de momento, todavía se anuncia más crudo que su precedente.

Postdata: Feliz Navidad, amigos.