viernes, 24 de abril de 2009

El grifo del crédito


El grifo del crédito está cerrado y las turbinas del mundo no funcionan.
O si lo hacen es a empellones y con desgana.
Y es que todo iba a pedir de boca cuando de pronto, de la noche a la mañana, nos hemos encontrado viviendo dentro un gigantesco castillo de naipes, de ladrillo y hormigón, que se nos viene encima, como si de un seísmo a cámara lenta se tratase.
Un buen día un broker de la bolsa neoyorquina descubrió que tenía un agujero en un bolsillo, y uno detrás de otro, todos los banqueros del orbe globalizado se sumaron a la estampida en busca de aguja e hilo.
Fue entonces cuando todo el mundo empezó a sospechar de todo el mundo, y se arruinó la confianza. Eso que dicen que es imprescindible para los negocios.
Y hoy es el día que ya no se puede uno fiar ni de su propia sombra.
Ese comercial, por ejemplo, que viene a ofrecerte un trato y que te va a estrechar la mano… ¿Cómo sabes tú, a ciencia cierta, que se la ha lavado después de la última visita que hizo a los urinarios? ¿Cómo sabes que no te pegará la gripe porcina, esa pandemia de nuevo cuño todavía en fase de experimentación?
Antes todos soñábamos con nuestro pepino de coche, tropecientos caballos, chalet en la costa, y piscina climatizada en la que poder hacer unos cuantos largos a nuestras anchas. Hoy todo eso es ya humo de pajas. Y aún por ende, hemos de dar gracias (los afortunados que en su día éramos más bien desafortunados), a que no se hayan convertido en nuestra pesadilla.
Recapitulando: El cerdito roto, y enfermo. La cartera con el escudo serigrafiado del Real Madrid borroso y devaluándose jornada tras jornada de liga… Y sobre todo después de esta última, en que lo hace a pasos (o tal vez coces) agigantados (Ver video)
¿Qué nos queda pues? ¿La buena literatura? ¿El buen cine? ¿Internet?
Todo eso está bien pero no soluciona el problema de que los poderes fácticos nos quieren cortar la luz y el agua. Nos quieren convertir en lombrices de tierra. Seres tan especializados en la tarea ímproba de reciclar, que seamos capaces de ingerir nuestros propios detritus. Tierra en vías de descomposición transformada en tierra regulgitada, para que nuestros descendientes no tengan que emigrar a Alfa Centauri, donde según tengo entendido hay un problema grave con el tema de la asimilación de los organismos vivos foráneos.
Como ya habéis comprobado me he permitido trivializar un poquito sobre el asunto. Con muy poco tacto esta vez. Así que si no os ha complacido, arrojadlo a un punto limpio.
O bien, rebatidlo. Enfrentaos a esta visión apocalíptica del futuro, y aferraos con uñas y dientes a una lucha dialéctica en la arena de las teorías conspirativas.
Eso sí, cualquier cosa menos caer en la desesperación y perder los pepeles.
Sí, los pepeles. Lo he escrito adrede. Los pepeles.

jueves, 9 de abril de 2009

Materia Oscura


Una mirada al cielo nocturno, y todas nuestras petulancias y aires de grandeza, quedan al instante reducidos a la nada más absoluta.
Entre los trillones de estrellas, galaxias, quásares, púlsares, y asteroides aún sin clasificar por la NASA, nuestra posición como objetos (hombres y mujeres objeto) estelares es verdaderamente difícil de sostener.
Es además, lecciones de modestia aparte, una buena forma de comprobar lo solos que estamos en el universo. Solos y aislados.
Por otro lado, cualquiera de esos mundos lejanos que vemos, no nos cuenta más que una versión caduca y trasnochada de su historia individual. En realidad, la luz que nos entregan ha viajado leguas y leguas de camino antes de alcanzar nuestras retinas, y lo que se nos presenta no es sino una versión del pasado, a la que habría que descontar todo el tiempo transcurrido entremedias.
Es, desde luego, una perspectiva y una imagen muy estimulante, pero sobre la que cualquier investigación enfocada en términos de tiempo real, tendría poca o ninguna relevancia.
No obstante, la labor del astrónomo es mirar, observar paciente y minuciosamente las crestas y valles de la oscuridad, y, fotón a fotón, átomo por átomo, revelar los misterios del cosmos.
Un voyeurismo este que me recuerda un poco al que, sin pretenderlo conscientemente, nos convierte en víctimas y acusados a nosotros mismos, cuando penetramos en una de las tantas redes sociales que existen vía Internet (Facebook, Blogger, Twitter, Hotmail, etc.).
Pero he aquí que hay más similitudes. Todos - y cuando digo todos, me refiero a todos - cuando colgamos nuestras personalísimas fotos en estos portales, hacemos una estudiada selección previa y muy común, por otra parte, a la del resto de la población flotante. Descartamos aquellas en las que, ahítos de espontaneidad, hemos salido haciendo ciertas muecas que nos desagradaban, y damos vía libre a otras en las que sí, después de sopesarlo mucho, nos vemos más fidedignamente retratados. Lo curioso sin embargo, es que, a los ojos de otros, nos acaben encontrando el parecido más fácilmente en las primeras que en las segundas, de las que suelen decir: “Pues en esa foto no se te reconoce”
Eso sí, lo que sí ya nos iguala definitivamente a ese polvo estelar que oscurece nuestro propio estrellato, y que es, al fin y al cabo, la salsa y el condimento de estas pequeñas guarderías informáticas para adultos con síndrome de Peter Pan, es la manía que todos compartimos, en un porcentaje más o menos amplio, más o menos vergonzante, de publicar esas fotos nuestras que han viajado millones y millones de años-luz, y que traen sobre sus espaldas un cansancio de mil pares de constelaciones.
Es horrible admitirlo, pero somos unos vanidosos crónicos.
Ahora que… ¿No es acaso también una cafrada inmensa poner a las amistades bajo el microscopio? ¿No es, quizás, una bajeza mayor?
Vivimos actualmente en una nebulosa, en la que todo lo previsible se desvanece y oculta a nuestros ojos. En lo económico, en lo cotidiano… Y en la que los fantasmas se nos aparecen por todas las esquinas.
Hemos por tanto de no ahorrarnos ningún esfuerzo, y volcarnos en cuidar y conservar a nuestros amigos y amigas. Aquellos que por fortuna ahí tenemos, reales y virtuales, para no ser materia oscura y así poder seguir considerándonos alguien, y soñando con que nuestras fotos, nuestro lifestyle, servirán de inspiración algún día a las generaciones futuras.
En mi caso, si bien, lo daré todo por bien invertido, si he logrado provocaros con este catártico post algún guiño o sonrisa cómplice. Ya sea hoy, o dentro de muchos eones y eones de tiempo.


Detalle del dibujo: La nebulosa del Águila, y el Monte Saint-Michel. Dos lugares enigmáticos como pocos.

Y una última pregunta abierta... ¿Por qué tanta gente escribe en inglés, el idioma universal, sus cosillas más íntimas? No creo que a los suecos o las rusas les interese, más que a los del terruño (que seguro que pasan olímpicamente), nuestro drama existencial en cuatro actos. Debe ser el efecto ansiolítico del clásico mensaje dentro de la botella.