lunes, 23 de marzo de 2009

El balón y la vida


No se escribe mucho sobre gimnasios. No debe ser un tema apasionante.
O al menos no debe serlo visto desde el plano literario, porque por el contrario, me consta que la gente suele hablar mucho de sus experiencias en estos locales.
No es extraño pues, que, por ejemplo, un amigo te cuente lo muy atraído que se siente por esa chica de mallas ajustadas que siempre se pone a hacer bicicleta, mira tú que casualidad, dos o tres metros a su izquierda. Y que eso, y el disfrute visual que le proporcionan el resto de las socias apuntadas al curso de Pilates, es lo que le impele a no faltar un solo día a su cita con el, por otra parte, tedioso y extenuante sube y baja de las pesas.
Pero es como una disculpa ya demasiado gastada. ¿No?
¿Tanto le cuesta admitir que quiere quitarse los michelines antes de que llegue el verano?
Habitualmente cuando un hombre - no importa la edad - recurre al gimnasio para tratar de bajar de peso es porque está desesperado… Es, sencillamente, porque salir un par de días a hacer footing ya no le funciona, y asume que ha de marcarse un plan de actividades mucho más espartano.
¿Pero, realmente, puede uno pasar por la agonía del ejercicio y las dietas, y al mismo tiempo llevarlo con la cabeza alta? ¿Es esa la vía, o el camino correcto, para quienes aspiran a lograr su ansiado estado de bienestar personal, y resolver su conflicto de identidad?
Permítaseme que lo dude muy mucho.
Es más, cuando veo las máquinas que empleaba la Santa Inquisición para torturar a sus víctimas, lo primero en llamarme la atención es su indudable parecido, al menos en cuanto a la apariencia externa, con las que hoy en día se ven repartidas por los gimnasios del ancho mundo.
Puede que en el fondo el ser humano necesite de un porcentaje fijo al día, o a la semana, de sufrimiento físico para contrarrestar los padecimientos del alma. No lo sé. Aunque es una posible explicación.
Pero lo cierto es que me cuesta encontrar las razones que justifiquen el éxito de un tan manifiesto, así como voluntario, castigo al organismo. No puedo olvidar, de hecho, que el problema no se reduce únicamente a vivir el día a día permanentemente renqueando, arrastrando a todas partes el malhumor causado por la fatiga, las agujetas, las lesiones… Está también el tiempo que uno pierde y que podría dedicar a otros menesteres (más gratos al espíritu y a las propias carnes, hartas de encajar paliza tras paliza).
Pero, claro, luego vienen de golpe el colesterol, los triglicéridos, y todo ese batallón de enemigos invisibles, que combinados con los que sí lo son, las antiestéticas morcillas y flotadores alrededor de la cintura, se convierten en una pesadilla letal para la salud del propio corazón (ya sea de la glándula en cuanto que tal, como en su acepción más alegórica)
Además, derrotar a esta “armada invencible” no es cosa fácil. Y de ello da buena cuenta el mercado de productos milagrosos y el sinfín de artículos relacionados que ha florecido a su alrededor. Compendiar los millones de inventos chorras que se han comercializado con la excusa de conseguir ese propósito, el de adelgazar sin esfuerzo, o cuando menos con el menor esfuerzo posible, daría para varios tomos de la Encyclopædia Britannica.
Citaré no obstante el último y más osado: El balón intragástrico.
Naturalmente me abstendré de hacerle propaganda gratuita, pero desde luego, la posibilidad de conocer a alguien que lo llevase en sus tripas, es algo que cambiaría de un plumazo mi concepción de la vida, y que, en un sentido más amplio, afectaría a los cimientos morales de lo que es la propia consideración de la materia viva. Para empezar mi fe en el ser humano se desplomaría como un castillo de naipes.
Por otro lado, buscar la definición de la Vida en la Wikipedia, no ayuda mucho a la hora de resolver el dilema hueco que plantea este flatulento artilugio, destinado a saciarnos, de una vez y para siempre, de nuestras más primitivas pulsiones y veleidades opíparas.
Bromas aparte. Yo ante las proximidades veraniegas sigo optando por las mucho más reconfortantes comodidades de una butaca y mi reproductor de dvd’s.
Y como muestra, un botón. Os dejo pues con un fragmento de un peliculón, Heat, en el que curiosamente, hablan de “personas globo”. Y dan también un poco de yuyu, aunque no hasta el punto de producirme una arcada existencial.
Comparten eso sí, su actitud hasta cierto punto autista, y muy condicionada desde luego, por la más que evidente parálisis o rigidez de sus extremidades.

martes, 3 de marzo de 2009

Goodbye maná


Muchas veces me he preguntado por cómo es posible que, con tanto que leo (libros, periódicos, webs de Internet, blogs, e incluso catálogos de jardinería), mis principales fuentes de inspiración sigan siendo la tele y la radio.
Pues sí. Es triste para alguien que se cuadra ante la palabra intelectual, pero no es materia ante la que quepan grandes argumentaciones. Soy una persona eminentemente audiovisual. O si se prefiere, táchese lo de “eminentemente” por “incorregiblemente”.
Me acuerdo además ahora de una frase de Lex Luthor en Superman (película infantil de referencia), en la que decía que mientras que algunos leían “Guerra y paz” y se quedaban en la inopia, otros eran capaces de descifrar los secretos del universo con solo ojear los ingredientes de un chicle en su envoltorio.
Aquello me hizo mucha pupa, pues las veces que me he acantonado con el ansia invasora de las huestes napoleónicas al pie de la obra de Tolstoi, o de otros grandes maestros rusos, enseguida sería que he comenzado a sentir las estrecheces de mi caja craneana, y como mal menor, la hipotermia y los mareos que sobrevienen al hallarse en cumbres para las que, mi entendimiento, no está ni biológica ni evolutivamente adaptado.
Si bien ello no quita para que continúe pensando que con las papeletas de las “chuches” sigo siendo un fiera.
Viene esto a cuento, como decía, de que la inspiración para fraguar este último post, Goodbye maná, la tomé de un reportaje en la televisión que vi hará unas semanas, y que me impresionó vivamente. Sí, de la tele, sí.
Será su poder hipnótico, o las triquiñuelas para captar mi atención de los anuncios de comida para mascotas, qué se yo…
Hablaba dicho reportaje, sin entretenernos más, del desplome que había sufrido en el mundo, pero sobre todo en España, el negocio inmobiliario. Tema recurrente donde los haya, bien conocido de todos y que nos encontramos ya hasta en la sopa.
La novedad, sin embargo, consistía esta vez en mostrar a los protagonistas del drama a cara descubierta, para a continuación proseguir con el relato de sus desvelos, y esfuerzos por mantenerse a flote, en tan difícil coyuntura.
Y ciertamente daba mucha pena el ir contemplando, una detrás de otra, las familias afectadas de semejante ruina, por lo general gente humilde. Todos ellos asfixiados por mensualidades de hipotecas que eran incapaces de satisfacer, y sobre cuyo futuro inmediato pendía la inclemente espada de Damocles del embargo.
No obstante en muchos de estos casos, y en mayor o menor medida, se percibía también ese vicio de la picaresca tan propio de nuestro país, ahora brutalmente reprimido por el devenir de los acontecimientos. Más en concreto, esas reglas de oro del capitalismo, en las que toda esta gente confió cerrilmente, con las miras puestas en convertirse en pequeños inversores, y de ahí dar el salto a grandes especuladores, y que abruptamente habrían dejado de aplicarse en cuanto se rebasó cierta masa crítica.
Después de todo, en el juego de la compraventa, no todos podemos tirar del mismo lado de la cuerda. No todos podemos ser vendedores de algo (la moto) para lo que, por agotamiento de existencias, no haya compradores (los primos del pueblo).
Lo que es más ¿De dónde sacaremos a los pardillos necesarios en esta transacción comercial de alto riesgo, si incluso en el estrato social más bajo ya todo el mundo se tiene por George Soros?
Los conceptos de tontos y listos, pobres y ricos, son a fin de cuentas el resultado de un juego de comparaciones. Si de la noche a la mañana todos nos hacemos ricos, es de cajón que automáticamente deja de tener sentido serlo. Aparte de ser inviable.
¿Quiénes pasarían a ser nuestros sirvientes de implantarse el pelotazo universal y gratuito?
Si nadie le da un palo al agua, a quién se le manda a hacer los recados, quién lava los trapos sucios, quién los plancha…
Es por eso que, un sistema que funciona al son de las desigualdades sociales, necesite reciclarse sin tardanza, volviendo a crearlas ipso facto.
Y en esas estamos.
Adiós pues al dulce sueño de retirarnos a las Bahamas a vivir de las rentas, y a disfrutar sobre la cubierta de un yate de las aguas cristalinas del trópico, donde las aglomeraciones al estilo Benidorm no tienen cabida.
Adiós a ese sueño tan volátil y efímero. Hola pesadilla.