domingo, 20 de septiembre de 2009

Los sueños que migraron


Probablemente las aves migratorias sean un lugar común de la literatura. Una metáfora que una y otra vez va y viene para poner de relieve lo transitorio y al mismo tiempo recurrente de la vida, en estrecha similitud con la rueca de la hilandera. Y sin embargo, no quiero por ello dejar de usarlas una vez más en mi provecho. Me gustan. Aunque parezca un disparate decirlo, me son fieles.
¿Y por qué?, os preguntareis.
Bien, últimamente, un acontecimiento de relativa trascendencia en mi vida, una nueva monda de plátano que he vuelto a pisar, digámoslo así, me ha hecho acercar una vez más la lupa a esos dos conceptos antagónicos que son el éxito y el fracaso. Y para empezar, lo he hecho de una forma sencilla: Buceando en Google y cotejando el número de entradas que se reparten entre cada uno.
Y el resultado, cualquiera lo puede comprobar a un solo golpe de clic, fue el siguiente:
Éxito: 40.200.000
Fracaso: 8.050.000
Busqué en inglés, tal vez por aquello de darle un mayor respaldo científico a mis investigaciones, y de nuevo las cifras hablaron por sí solas:
Success: 263.000.000
Failure: 149.000.000
De modo que, una vez diseccionada la muestra, y con los datos sobre la mesa, bien abiertos en canal, parece pues estar bastante claro que sobran todas las especulaciones al respecto. El fracaso, es evidente, fracasa frente al éxito.
Hasta ahora todo muy de cajón.
¿Dónde está entonces la gracia de este análisis? ¿Adonde apunta, si es que apunta a algún lado?
Queridos lectores, hablo desde la frustración, y muchos de vosotros, como yo conocedores de la tenazas que esta aplica al libre desempeño del espíritu, entenderéis que no quiera, o no pueda, enemistarme aún más con ella. Soy un juguete en sus manos, y, ahora mismo, solo espero de su gracia el que se aburra pronto de mí.
Quizás, y digo solo quizás, el gran error fue sentarse a soñar.
Soñar es algo que hay que hacer tumbado, con pijama de felpa y colchón de látex. Y calcetines en los pies, si se hace preciso. Más que nada en llegando los fríos por las rendijas de puertas y ventanas.
Puestos sin embargo a hacerlo, ya que nadie es quien para juzgar en otros lo que está bien o lo que está mal, uno habrá de aceptar que el hecho en sí de soñar despierto, nos guste más o menos, lleva aparejada (siguiendo un cálculo de probabilidades que apabullaría al propio Murphy de las leyes de Murphy) una innegable propensión hacia el fracaso.
Querer es poder. Querer, con muchas ganas, es no poder.
Y dicho esto, que a mi juicio es lo elemental del caso, empirismo puro, me libero de unas pesadas cadenas, y dejo que sean otros, si quieren, los que carguen con el peso insoportable de la autocompasión. Amiga inseparable del fracaso, y vieja conocida en el gremio de las carroñeras que devoran el alma.
No olvidemos, por otra parte, que el éxito, ese éxito que todos anhelamos, el que cierra bocas y abre puertas, no deja en el fondo de ser sino una idea peregrina, y que aún en el caso de materializarse, hablo de casos contadísimos, siempre acabará revelándose como culo de mal asiento.
Porque el éxito, aún a pesar de venir siempre fanfarroneando y con los bolsillos repletos, nunca da nada a cambio de nada, y sus préstamos, ese espejismo de felicidad que no suele durar más allá de lo que tardan en medrar las malas hierbas, se acaban pagando con creces. Además, tras de sí, no solo deja a uno en la miseria, sino que prácticamente lo incapacita para enfrentar una nueva travesía del desierto. Lo reduce a un vegetal. Y dentro del género de los vegetales a un cactus, de cuyas espinas todo el mundo se hace a un lado.
Cuando los días de gloria se acaban, pues, ya solo queda estudiar un curso acelerado de fakir*, o si acaso, si aún se espera obtener algún rédito económico, venderse por partes a los traficantes de órganos, porque esa es otra… Este sí, el fracaso, cobra sus recibos a tocateja. Y cuenta con los medios para hacerlo. Medios contundentes.
Claro que hay quien podría decir que unos nacen con estrella y otros estrellados, unos en las Bahamas y otros en Somalia, y que la indigestión que para unos se pasa con sal de frutas, a otros los manda derechos a la UCI. Pero en esto último de atizarnos unos a otros con dichos populares y refranes, sin duda, se llevarían la palma esos que pretenden consolarnos siempre con aquello de que todos somos hijos del espermatozoide más rápido. No teniendo mucho en cuenta desde luego el caso de los gemelos, para quienes ni tan siquiera serviría de gran ayuda la foto finish.
Resumiendo, que lo sabio es poder, con el paso del tiempo, ir conformando y ampliando los propios filtros emocionales para saber sobreponerse, y atemperar tantos y tantos vaivenes en uno y otro sentido. Los muchos sobresaltos que sin duda, y Dios mediante, todavía nos esperan a la vuelta de la esquina.
Mientras tanto, la esperanza, mejor que no decaiga, que esta sí es gratis, y no se detecta en los escáneres de los aeropuertos. Vamos, que se puede llevar con uno a cualquier lado. Sin preguntas, sin engorrosos cuestionarios.
Ya nuevos sueños vendrán, atraídos por esta, para reemplazar a los que volaron. Y así, sucesivamente.
Afortunadamente, en tiempos de crisis todo parece fracasar, y además, parece hacerlo con una gran naturalidad, así que, al menos uno no se siente tan bicho raro.
Y al hilo de esto, cómo no, os dejaré con un vídeo del reino animal, para que veáis por vosotros mismos lo cruel que suele ser también la naturaleza para con su fauna.
Al menos nosotros, los humanos, tenemos esa capacidad, la posibilidad de conservar la dignidad y mantener la cabeza erguida, aún enfangados en la peor de nuestras malas rachas.
Ellos, los bichos, no pueden elegir.
A propósito… Mejor las aves migratorias que las carroñeras, ¿no?
El vídeo* sabe de lo que hablo. (Si no sale bien a la primera pulsar en Replay)

P.D.: Yo siempre he creído que al final somos fruto no del espermatozoide más intrépido, sino por el contrario, del más despistado. Quien les manda de hecho meterse en un óvulo, sabiendo como son de posesivas y mandonas las mujeres. Lo dicho, la curiosidad mató al gato.

viernes, 11 de septiembre de 2009

Políticamente incorregibles part 2


Sí, este afán desmedido por matizar los rasgos característicos en trazos difusos, y la búsqueda enfermiza de la foto o el mensaje talismán, ha conducido a la política de nuestros días a aberraciones tales como los carteles electorales de Angela Merkel, escote al viento.
Parecía que habíamos tocado fondo con los implantes capilares de Pepe Bono, el estiramiento facial de Berlusconi, o las alzas en los mocasines de Sarkozy, que va y pare la abuela.
No tiene pues mucho sentido el agarrarse broncas por las sandeces oídas de un bando u otro.
El duelo de acusaciones e insultos entre Zapatero y Rajoy, caracterizado por el abuso del “Y tú más” aburre ya a moros y cristianos. Máxime, cuando se sabe que no es más que una pelea de gallos con los espolones almohadillados.
Entre ambos partidos, PP y PSOE, por no hablar del resto, y dejando a un lado la sangría económica que sufre el estado, digamos que da para sostener el brioso tren de vida de mucho ocioso y paniaguado a nivel local, regional, nacional y europeizado.
Yo entiendo que tanto la prensa, como la radio y la televisión, han de vender periódicos, noticieros y boletines de última hora, y que los blogs les suponemos una competencia muy desleal y no deseada, como para encima andarles con recomendaciones, pero, lanzo la pregunta al aire: ¿No les vendría bien, al menos durante una semana de prueba, el silenciarles el micrófono a todos estos cantamañanas y probar con otra cosa?
¿No sería positivo el condenarles a un ostracismo temporal y, mientras tanto, sentarse a esperar acontecimientos (eso a lo que ellos mismos suelen referirse como “cambios en la buena dirección”)?
Resulta triste aceptar que mientras algunos se arrojan a la cara sus mutuos chanchullos y tropelías, delante de flamantes y coloridos decorados orlados de emblemas y banderitas, los problemas más graves del país se dirimen a pie de calle con los sacrificios anónimos de los sufridos ciudadanos.

Y entretanto, dice así uno de los bancos más poderosos del mundo, curiosamente oriundo de nuestro país: El valor de las ideas.
Un banco que, junto con tres o cuatro más, tiene agarrado del pescuezo a media España y parte del extranjero y que, no importa el gobierno que haya, sea cual sea el color de su cascarón, siempre se las ingenia para obtener pingües beneficios.
Eso sí que son ideas valiosas.
Otra cosa, claro está, son las ideas entendidas como ideologías. De esto mejor no hablar porque da risa.
Todo el mundo sabe que hoy en día los laboratorios de ideas de los partidos, eufemismo y oximorón a un mismo tiempo, no son sino equipos de marketing compuestos por decenas de asesores, cuyo objetivo único es crear un producto de éxito.
Algo no muy diferente a esos paquetitos de golosinas multicolores que se colocan a pie de caja en los supermercados, incitando a esa compra compulsiva de último momento, y para la cual no existía previamente una necesidad real, pero que, a la postre, tira del resorte de las insatisfacciones individuales con descorazonadora eficacia.
O dicho más gráficamente, que tira más que dos carretas.