jueves, 30 de diciembre de 2010

Fin de año divino de la muerte


Es la misma historia de siempre. El año, como suele venir sucediendo de un tiempo a esta parte, se nos ha vuelto a quedar como un pajarito.
Naturaleza débil esta, la de los años. Al poco que cogen algo de frío se nos van, visto y no visto, a ese sitio del que nadie vuelve.
Claro que, nada hay en ello de antinatural, hasta el más pintado sabe que estos, los años, pese a ir cargados de meses, de estaciones alegres y joviales como la primavera o el verano, nunca fueron concebidos con la intención de durar. Son como los juguetes de un niño. Una vez abierta la caja que les sirve de envoltorio, lo mismo da lo que lleven dentro, toda la ilusión se desvanece.
Quizás sea por eso que, a esta última noche del año que expira, o si se prefiere, primera del año entrante, se le conceda este estatus especial.
Sea cual sea la explicación, lo cierto es que la madrugada del uno de enero todo ha de ser superlativo, y por qué no decirlo, también exasperántemente cursi y relamido. Es como si el cuento de la Cenicienta, en un esfuerzo desesperado por adaptarse al cambio, se reinventara a sí mismo, sin reparar demasiado en sus efectos secundarios. Todo ello engarzado en una tradición de nuevo cuño, deudora en gran medida del Carnaval, y a la que – esa es la sensación que yo tengo – poco serio se puede oponer, sin caer en su remolino de pasiones terrenales. Una moda o costumbre que, por otra parte, ha hecho fortuna en tanto en cuanto que los cultos religiosos han ido cediendo terreno, como no podía ser de otra forma, a los cultos paganos.
Así las peluquerías de señoras, con la proximidad de las campanadas, se convierten en centros de experimentación artística y sociocultural, que nada tienen que envidiar ni a Miquel Barceló ni a la Bauhaus berlinesa en sus momentos álgidos. El trabajo de estas profesionales se desarrolla, además, en unas condiciones en absoluto propicias a las musas. Más aún, a contra reloj y en medio de la histeria que caracteriza a los acontecimientos de masas. Sujetas a los caprichos de clientas a las que, una vez finalizada la obra, todo parecido de sus rostros con la realidad, podría ser interpretado como una ofensa gravísima.
Es en cualquier caso un comportamiento absolutamente inherente a la condición humana. Pocos de hecho son los que en tan señalada fecha no se dejan llevar por esa tentación ilusoria de soñar, por improbable que ello resulte, con un cambio a mejor.
¿Y si el 2011 es el año en el que suena la flauta?
La esperanza de hecho es, si no el que más, uno de los bienes no tangibles más profusamente involucrados en las transacciones afectivas de esa noche, la más larga del año. Una esperanza simbolizada preferentemente en las doce uvas de la suerte.
Uvas estas de las que, en todo caso, con o sin pepitas, peladas o no, una vez atravesada la crítica confluencia del esófago y la traquea, y ya felizmente encarriladas camino del estómago, poco bueno más se puede esperar.
Es como si una vez engullidas, sus presuntos poderes mágicos se diluyesen en los jugos gástricos. Digeridos como vulgares moléculas orgánicas de las de a diario. Fructosa, glucosa, riboflavinas, transaminasas y zarandajas de esas, que más conocidas son por las preocupaciones que acarrean, que por sus supuestas bondades.
Con todo, queda al menos esa sensación de haber hecho todo lo que estaba en nuestras manos, por recibir al nuevo año en la mejor de las disposiciones. Preparados y perfectamente bien pertrechados para sufrir sus rabietas y calentones sin despeinarnos. Pacientemente esperando a que el ambiente se enfríe de nuevo, y que su mala salud de hierro se lo vuelva a llevar por delante.
Pacientemente esperando - otra vez, otro año más - a tener la excusa de festejar algo por todo lo alto.

viernes, 24 de diciembre de 2010

Locura Navideña Transitoria


Empecemos por decirnos las verdades. Aquellos que reniegan de la Navidad, cual Mister Scrooge, y que afirman odiarla con todas sus fuerzas, es porque antes, en un tiempo remoto y pretérito, la amaron apasionadamente y a calzón quitado, sin recato ni censuras, apurándola hasta los posos.
Sí, no es infrecuente que un amor despendolado se transforme, merced a un brutal desengaño, en un odio visceral y engangrenado. Más aún, yo diría que es el pan nuestro de cada día.
Con todo, y después de haber dicho lo dicho, no sería justo que yo me situase por encima de fieles e infieles, en una atalaya moral, desde la cual arrojar mis juicios sobre el resto del orbe mundial, cual ollas de aceite hirviendo.
Porque sí, amigos míos, yo también fui una víctima de la Navidad. Comprobar que los reyes magos eran mis padres, y que por tanto, en virtud de sus limitaciones pecuniarias, jamás podrían traerme todos los scalextrix, todos los airgamboys, todos los exin-castillos, todos los Super-humores, y todos los balones de reglamento que había en mi cartera de pedidos, supuso una enorme frustración. Vamos, que si no la mayor, de entre las más grandes.
Si bien, y pese a que ha transcurrido tiempo suficiente ya desde que recibí la fatal noticia, de sobra para haberlo asumido, yo, en mi empecinamiento vital, todavía sigo creyendo en ellos, y todas las noches a esa creencia me sigo encomendando cuando les solicito que alguna Navidad, aunque solo sea una, me dejen debajo de la almohada un yate parecido al de Roman Abramovich.
Es posible que muchos os riáis de alguien que, con su edad, todavía se habla con los monarcas de Oriente, alguien que, para ser más exactos, llama a su línea novecientos y les cuenta entre excitado y contrito sus penurias existenciales. Pero es que en el fondo, he de admitir que estos señores, sus altezas de las mil y una noches, han cumplido con lo que se les encargaba. De hecho, ahí está el yate, debajo de la almohada, y ahí seguirá, con toda probabilidad, por los siglos de los siglos, amén.

Naturalmente, como habéis podido comprobar tras leer estas líneas, yo no odio la Navidad, ni muchísimo menos. Es más, siendo, como soy, un eterno escritor en ciernes, no puedo por menos sino admirar la bella factura de un cuento que está bien contado. Yo, como tantos otros que tenemos el vicio de sentarnos a teclear en un ordenador cuando estamos aburridos, sabemos de buena tinta lo mucho que eso cuesta. Es por tanto casi una obligación, el tener un reconocimiento para con su autor o autores, sea o no esta una obra coral, que en cualquier caso no está sujeta a derechos relativos a la propiedad intelectual, pues como los anuncios de colonia, fue ideada para vender embelesadoras fragancias.

Otra de las complicaciones que estas fiestas suelen llevar aparejadas son las temidas, y temibles, reuniones familiares. Encontrarse de pronto encarcelado en torno a una mesa con gran parte de sus genes, o cuando menos de una muestra representativa, expuestos a un escrutinio directo y desapasionado, sume muchas veces a uno en la desolación más absoluta.
Pero hemos de ser realistas. Lo que uno tiene delante no son sino los mismos ingredientes de los que se halla compuesto, si acaso mezclados de una manera un poco diferente y con el adorno de una ramita de perejil. Si estos son unos zafios, unos fantasmas, unos patanes, unos impresentables, unos plastas o unos amargados, la seguridad de que uno mismo también lo pueda ser adquiere proporciones cósmicas. O eso, o que nuestras madres hubieran mantenido en el pasado una relación con el butanero más allá de la simple y sana camaradería. Lo que tampoco es en absoluto deseable.

En cualquier caso, ya provenga nuestra sangre del palacio de Buckhingham, o del pozo del tío Raimundo, está el prurito que todos albergamos dentro de nuestro ser más rancio, en unos más desarrollado que en otros, de llegar a convertirnos algún día en los pares de Belén Esteban, o sea de ganar dinero sin darle un palo al agua. En este caso por medio del único pelotazo considerado santo y cabal en la sociedad de nuestros días, a través del Gordo de navidad.
Es lógico pues que para muchos, saber que sus ilusiones habrán de demorarse un año más, condicione muy mucho su percepción del asunto, y hasta dé al traste con toda la gana de festejos y alharacas.

Unas fiestas cuyo efecto más pernicioso, no lo olvidemos, es lo mucho que tiran del bolsillo. Ni que decir tiene pues que entre los detractores más recalcitrantes de la Navidad ocupan un lugar preeminente los tacaños. En efecto, la racanería y las compras navideñas se llevan a matar.
Muchos de estos, de hecho, son los niños que en el pasado recibían con júbilo y entusiasmo sus regalos, que sin embargo no han terminado de encajar que, con los años, los términos se han invertido, y que ahora son ellos los que han de aportar la financiación de la broma.

Pero no vamos a meter a todo el mundo en el mismo saco, pues es cierto que si todo es una gran mentira, únicamente concebida con la finalidad de elevar el consumismo al grado de religión, aquellos que no comulgan con ruedas de molino, están en su perfecto derecho de sentirse burlados y estafados, y de propagarlo a los cuatro vientos. No obstante, para estos, generalmente espíritus libres y que no renuncian a su visión romántica de la vida, recordarles que no todo está perdido. Que aún hay una oportunidad de chinchar al malo de la película, y de plantarse, contra todo pronóstico, en el mismísimo final feliz.
No tienen más que echar la vista a su alrededor, para comprobar que, la posibilidad de convertir a la Navidad en algo real, existe. De hecho, millones de personas en el mundo, la mayor parte de ellas niños, pasarán estos días en el más absoluto olvido y abandono, sin nadie que se moleste en ni tan siquiera regalarles un muñeco de trapo. Como veis, recuperar la ilusión de antaño, requiere tan solo de un pequeño esfuerzo.
Yo, por mi parte ya lo he hecho, comprando el bolígrafo solidario que anuncia Iniesta por la tele, y con el que he escrito parte de este texto.
Claro que a mi me lo ha colado, no porque un servidor sea mejor ni peor persona, sino por el simple hecho de haber colado el gol de la final del mundial. Para qué nos vamos a engañar.
Voy ahora a dármelas de altruista y benefactor, al estilo magnate podrido de millones, cuando la realidad es que he actuado por puro borreguismo.

Pero volvamos al tema y terminemos diciendo, ya por último, que si estas fechas levantan sarpullidos por alguna razón concreta, por encima de todas las demás, es por esa costumbre malsana de marcarse objetivos y hacerse propósitos de año nuevo que, con el paso de los meses, y salvo raras excepciones, suelen convertirse en pesados fardos con los que cargar, cual costaleros de semana santa, y de los que, en verdad, todo intento de expiación se acaba haciendo insuficiente.

Pero nuevamente, y pues este post podría pecar en exceso de beato y meapilas, me atreveré a animaros a que tampoco renunciéis a ello.
Si vuestra idea para el 2011 es beneficiaros a la vecinita del quinto, o al uniformado que monta guardia a las puertas del palacio de Justicia, o desvalijar la caja fuerte de la empresa y largaros, en régimen de indefinidos, a las Bahamas... ¡Adelante!
Pensad en la huelga de los controladores aéreos, y jugad vuestras bazas sin complejos de ninguna clase. No dudéis de que si lo dejáis correr, luego puede ser demasiado tarde. ¿A ver por qué van a ser ellos los únicos en este país que vivan del chantaje?
No en vano, el otro día en un pueblo de la provincia de Ourense - o no me acuerdo si en la de Pontevedra - los operarios del matadero municipal anunciaron una huelga parecida, con el sacrificio de los pavos de Navidad como arma negociadora, y no les debió ir tan mal.
A fin de cuentas, el ejemplo a seguir esta claro, y el mensaje ha calado.

Y así hemos llegado al final del post, y del 2010. Desearos por fin a todos los asiduos de este blog: Merce, Arancha, Nefertiti, Lola (Fiebre), Ester, Eva, Natalí, Chinaski, Jimmy, Álvaro, Juanjo, Tomás, Genín, Eric, Lagarto, Miguel, Tordón, y todos cuantos me honráis con vuestra amistad ciberespacial de una forma más ocasional - que espero así no dejarme a nadie en el tintero – un espléndido año 2011, y que paséis una agradable Navidad en compañía de vuestros seres queridos. Deseo que hago extensible a todos los autores de los otros blogs por los que también suelo pulular.

Zampémonos los turrones tranquilamente y olvidémonos por un tiempo de los problemas. La navidad, no es una imposición cerrada y excluyente, sino que por el contrario, es una experiencia voluntaria y tiene hueco de sobra para acogernos a todos. Y al que opine lo contrario le invito a que vea este videoclip, del año de la pera, de Bony M. Así se convencerá de que las peculiaridades del gusto en el vestir, la polémica sobre los idiomas vernáculos, las orientaciones sexuales difusas y multicolores, y el espíritu navideño, aunque parezca mentira, se pueden compatibilizar perfectamente.

¡¡¡Feliz Navidad!!!

martes, 7 de diciembre de 2010

Colapso Joviano


Hola amigos lectores.
Se que me estoy volviendo algo perezoso y que no me he tomado esta vez tampoco la molestia de traducir mis viñetas - de sus idiomas extraterrestes en la versión original - al castellano.
Comprendo, por supuesto, que no todos tenéis porque conocer esas lenguas de otros mundos. No todos tuvisteis la academia como yo, a dos portales de vuestra casa.
En fin, para que no protestéis, os dejaré el cuento al que sirve de pretexto, este sí, con métrica y gramática cervantina full edition. Para que no se diga.

Con todos ustedes:


Colapso Joviano.

Sipi amaba a su novia Nopi, y tenía desde luego la firme intención de casarse con ella, y poder por fin reproducirse por esporas como la gente normal, formar una familia, y en fin, todas esas cosas…
Pero los tiempos no estaban como para andarse con algarabías ni festejos.
La situación económica del planeta Ups era francamente mala, y el temor a peder su puesto de trabajo en la churrería de alta densidad molecular era permanente. Digamos que su suerte pendía de un hilo.
No era pues el momento de plantearse una boda, con todos los gastos que ello acarrearía.
Pero cómo explicárselo a la dulce e inocente Nopi, apenas una tierna muchacha que no entendía de balances macroeconómicos, y a la que los continuos retrasos y aplazamientos sólo inspiraban desconfianza y recelo.
Ella bajo ningún concepto quería correr la suerte de su prima Mimi a la que su prometido Piriqui la había abandonado a los pies mismos del altar, con toda la parentela vestida de gala, y esperando impacientes para sacarles muchas fotos y videos domésticos, bailando el vals por bulerías e hincándole el cuchillo a la tarta nupcial.
Despejar todos esos fantasmas de la mente de Nopi, era la dura faena de todos los días de Sipi. Convencerla de que no había nada que temer. Que él estaba limpio de sospecha.

- Princesita – le dijo una noche a la luz de los astros errantes y otros cuerpos de órbitas irregulares en trayectoria de colisión – Tú sabes que eres para mí lo más importante del universo.
- Lo sé.
- Entonces… ¿Por qué dudas de mi palabra?
- Porque sólo son eso, palabras. Y las palabras se las lleva el viento.
- Sé que quieres que lo hagamos, amor mío, que nos casemos… Pero de hacerlo ahora no funcionaría. Estamos en el ojo del huracán y los especuladores cosmogónico-librecambistas, por absurdo que pueda sonarte, parecen haberse conjurado para acabar conmigo, y por ende con lo nuestro.
- Excusas. Siempre excusas.
- No son excusas, princesita, es la realidad. Y sabes que lucho con todas mis fuerzas todos los días para cambiarla.
- No es suficiente. Tengo ya tres años jovianos y si sigo dilatando el momento, se me pasará el arroz.
- No dramatices Nopi, por favor. Por esto ya hemos pasado antes y no conduce a nada bueno.
- Te quiero Sipi, eres el alienígena de mi vida, mi media galaxia espiral… Pero has de saber que también tengo otros pretendientes. Pretendientes que no se andarían por las ramas en este asunto al poco que se les diera la más mínima oportunidad.
- ¡No!… No, Nopi. No te tolero que me chantajees con eso. Vete con ellos… Con ese que es dueño de la cadena de analgésicos basura, Happy Píldora… Si es eso lo que en el fondo deseas.

Nopi se fue a una esquina y rompió a llorar. Salió al balcón y contempló las luces titilantes de la ciudad brillar en la lejanía. El mundo no se detenía. Aún más, parecía ajeno a sus cuitas. Sipi podría estar perfectamente utilizándola, contándole una batallita para ganar tiempo. Sus intenciones para con ella eran todo un misterio que solo se disiparía en el momento de la firma ante el juez. Momento que cada vez se le antojaba más incierto.
Todo era tan confuso, y el panorama tan sombrío…
Entonces Sipi salió él también afuera y la rodeó con sus brazos.

- Cielito, ¿Cómo puedes dudar de que seas mi chica? La una y única.
- Aquí y ahora – respondió Nopi - bajo la pálida luz del crepúsculo, mi corazón te cree, pero las diástoles y sístoles que lo animan se me alborotan en tu ausencia. Con la oscuridad de la noche, las aguas se retiran y ponen al descubierto los escollos de la bajamar y los esqueletos de los sueños naufragados. No lo puedo disimular. En lo más profundo de mí ser la desazón y sus premuras son, con cada día que pasa, más y más manifiestas.
- ¡Tonterías!
- No son tonterías. Mi vida se aboca a una encrucijada. Esto es como un angustioso reparto de víveres, en el que una se hallase haciendo cola, al final de todo, mientras contempla como se agotan las existencias.
- No podemos. Sin las imprescindibles seguridades monetarias el fracaso estaría garantizado. Sería como empezar la casa por el tejado.
- Vivamos como nuestros ancestros, con la luz de las Perseidas por único techo. Ellos nunca fueron rehenes de las comodidades de esta sociedad nuestra enferma.
- No, Nopi. No sabes de lo que hablas.
- Sí, lo sé Sipi. Y ya no hay lugar para las medias tintas. Habla ahora o calla para siempre.
- Esta bien, Nopi. Tú lo has querido. De nada sirve ocultarlo por más tiempo. Quitémonos las caretas… Me gustan las mujeres.
- Aaaaaah. No. No es cierto. Me pones a prueba.
- Sí, lo es. Lo siento.
- Pero ¿Las mujeres? ¿Las hembras del ser humano? ¿Me estás diciendo que le he entregado mis mejores lunas a un zoófilo intergaláctico? ¿Cómo he podido ser tan imbécil?
- No, princesita. Yo soy el único culpable.
- No me vuelvas a llamar así o te corto el pistilo. Te juro que te lo corto.
- ¿Qué otra cosa podía hacer? Yo también soy una víctima de la hipocresía de este cosmos esquizofrénico.
- Tú lo que eres es un depravado. Un marrano. Un monstruo.
- De acuerdo, tienes derecho a estar enojada. Me obsesioné con la Ufología, y llegó un momento en que no supe desconectar. Esa afición ha arruinado mi vida, pero odiaría que hubiera arruinado también lo nuestro.
- ¿Lo nuestro? Por mi te puedes ir a freír churros.
- Sí, churros… Ya… Esa es la única certeza que se me permite en este mundo de egoísmos y amores interesados.
- Te está bien por mentiroso. Por jugar con los sentimientos de las personas.
- Yo nunca quise hacerte daño. En cuanto comprendí que tenía un problema traté de hablarlo contigo. Pero lo pasábamos tan bien juntos… Eras tan feliz. Todo lo que yo decía o proponía era recibido con entusiasmo… Tenía tanto miedo a estropearlo, como en efecto así ha sucedido. Tú me sacaste de la irrelevancia absoluta. Y ahora me devuelves a ella.
- Has de pagar.
- ¿Pagar?… ¿Pagar por seguir queriéndote, aunque sea de esta manera más madura y menos fantasiosa? ¿Por no haber dejado de amarte, aún habiendo quedado involuntariamente atrapado en esta sucia y humillante trampa del destino?
- El amor verdadero es incompatible con el vicio.
- ¿Ni aún con la promesa de buscar una curación?
- Lo siento, Sipi, pero el alienígena que me quiera habrá de ser capaz de entregarse al ciento por ciento. Sin zonas oscuras. Yo no puedo compartir mi lecho con alguien que sueñe todas las noches con abducir a una hembra humana. No puedo.
- Nunca conseguiré curarme sin tu ayuda, Nopi. Te necesito.
- No. No me necesitas a mí. En realidad solo Dios sabe quien puede ayudarte… ¡Hembras humanas! ¿Cómo has podido caer tan bajo, Sipi? ¿Cómo nos has hecho esto? Te odio… Te odiaré toda mi vida.

Nopi entró en la casa, recogió sus llaves y su comunicador portátil y se dirigió hacia la salida, donde le esperaba su teletransportador automático.

- ¿A dónde vas Nopi? ¡No me abandones!
- Adios, Sipi. Fue bonito mientras duró.

Nopi activó su teletransportador, como de costumbre, pero algo falló en el mecanismo de encendido, y este se volvió inmanejable.

- Noooopi. Noooopiiii. Noooooooo.

Después de dar varias vueltas de campana en la atmósfera, envuelto en llamas, acabó estrellándose contra una de las charcas de aguas termales poco profundas, que, en su mayor parte, constituían la pantanosa superficie de aquel lúgubre y traicionero planeta.
Planeta vivo y al mismo tiempo letal, el tal Ups.
Hogar, por demás, de tantos y tantos otros dramas individuales, esparcidos por la vasta curvatura de su inmensidad sideral.

lunes, 15 de noviembre de 2010

Por amor al arte


El dibujo de hoy, cómo algunos habréis ya advertido, es una recreación libre de la celebrada obra del pintor galo de estilo neoclásico Jacques-Louis David, La muerte de Marat, la cual, basada en hechos reales, se convirtió en un referente, nada más ni nada menos, que del agitado periodo de la Revolución Francesa.
Todo un personaje el tal Marat. Os lo digo yo. Conspirador, agitador de masas, delator de contrarrevolucionarios (acusica barrabás, al infierno te irás), pero también ferviente estudioso de la medicina y de la ciencia, lo que por otro lado no le impidió, inclementemente, arrastrar a la guillotina al insigne químico Antoine Lavoisier, autor de la ley de la conservación de la masa.
(Desde luego la suya se conservó después del afeitado - la masa, me refiero, aunque también la ley - por más que en su enunciación definitiva terminara albergando ciertos elementos inconexos.)
Pero olvidémonos por ahora de Lavoisier.
Otra característica de Marat era el padecer una enfermedad de la piel que le obligaba a pasar gran parte del día a remojo - al parecer lo único que le proporcionaba alivio – y por tanto a escribir metido en la bañera.
¿Cuantos de nosotros - eh amigos lectores, y sobre todo blogueros - tan aficionados que somos a darle a la tecla, no nos habremos llevado de vez en cuando el portátil a algún lugar inverosímil, emulando a este señor?
Como veis un individuo bastante pintoresco, del que si queréis saber más, aquí os dejo un enlace directo a la Wikipedia.

Pero, volviendo de las oscuras cavernas del pasado…
Seamos serios, la historia no fue una asignatura en la que, moi [muá:], de crío, particularmente sobresaliera. ¿A qué viene entonces que ahora, ya pasada de largo mi etapa formativa en la ha tiempo difunta EGB (Educación General Básica), me ponga a perorar sobre los temas y lecciones que en su día no me dio la gana de estudiar?
Muy fácil. Principalmente porque ahora ya nadie va a examinarme, (un punto bastante importante), y segundo porque ha tenido que ser a estas alturas - pero así ha sido - cuando he descubierto que el adentrarme por sus túneles y laberintos me resulta una aventura de lo más apasionante, un viaje a lo desconocido del que nunca estoy seguro a donde me va a llevar, y, desde luego ya en ningún caso, un pesado fardo de apuntes y libros que memorizar de pe a pa.
Y es que querámoslo o no, las circunstancias de la vida, (no olvidemos que según Ortega y Gasset estas venían siendo algo así como la mantequilla en la tostada del Yo) importan y mucho, siendo capaces de cambiar por completo nuestras opiniones, nuestras preferencias y hasta el modo de entendernos a nosotros mismos.
No en vano nuestra propia intrahistoria es terriblemente dependiente de ambos factores, en el sentido de que, no hay nada de lo que nos suceda, que podamos sujetar a premisas simples y de fácil manejo. Cómodamente reproducibles en el tiempo.
Igual que el que uno sea asesinado a traición, nada tiene que ver con el hecho de que le guste escribir en sitios raros.
Una cosa esta última que yo, de niño, tenía si bien bastante dificultad en comprender. Porque cuando era pequeño y veía la maravillosa serie de dibujos animados Érase una vez el hombre, esta, la del asesinato de Marat, había sido una de las escenas que más me había impactado. Y por entonces, sin ningún género de dudas, yo asociaba directamente el hecho de que al señor del turbante lo hubieran cosido a cuchilladas, con la manía que este tenía de hacer cosas inadecuadas en lugares que no venían a cuento.
Pasarse todo el día metido en la bañera, sumido en sus disquisiciones, era para mí, condenado como estaba a los cinco minutos del tiempo máximo del agua caliente de la ducha, un pecado y de los gordos.
Con esto pues quiero decir, que, nos guste o no, somos entes en permanente estado de transformación. Para bien o para mal.
Donde dije digo, y donde digo Diego.
Y quizás sea por ello que tratemos de buscar en el arte, tanto en su disfrute como en su elaboración, esa condición de inmutable que como organismos vivos que nacen crecen, se reproducen y mueren, nos está humanamente vedada.
Ni falta que hace, por otra parte, hablar de la obsesión de muchos artistas por alcanzar la inmortalidad a través de sus obras. Algo de lo que no haré escarnio, pero que, no deja de ser un magro consuelo para quienes no han tenido éxito en vida, ya sea justificada o injustificadamente.
Puede también, abundando en el tema, que algunos se hayan suicidado para atraer la atención sobre sus trabajos - no me extrañaría nada – pero me basta recordar a aquel sueco que delante de la tele se comió un pedazo de su propio culo, para demostrar que cierta clase de imbecilidad supina no es privativa de los artistas.
Otras veces, cuando uno se convierte en artista de éxito, y se pone de moda lo que hace, luego, sencillamente, ya no es capaz de regresar a la anónima vida de un don nadie corriente y moliente, y salta por la ventana a la mínima que intuye que todo su mundo de oropeles, su país de las maravillas, no era más que una ilusión.
De hecho en este enlace del blog Carlos Tigre sin tiempo, hay una historia muy trágica al respecto y que lo ilustra bastante bien.
En fin, que se puede entregar una vida al arte, lo mismo que al circo, o a batir records Guiness, y eso no nos garantizará ni un ápice de éxito, ni muchísimo menos de felicidad, pero al menos, tendremos algo con lo que entretenernos durante nuestros ratos de ocio… Algo que de salida a nuestra creatividad.
Que no todo se reduzca en esta vida, a hacer pajaritas de papel en horario de oficina.

martes, 9 de noviembre de 2010

La jungla del bienestar


Uno de los baremos tradicionalmente usados por el populacho para cuantificar la magnitud de las crisis económicas, recesiones y pelotazos cesantes es y ha sido siempre la afluencia de público a bares, restaurantes, discotecas, y en general locales adscritos al vetusto y honorable negocio de la hostelería.
Del análisis de la fauna que los habita, su censo y clasificación, depende pues en gran medida la percepción por parte del ciudadano de a pie, de la erosión que el derrumbe de los mercados financieros, o el pinchazo de la burbuja inmobiliaria, tiene, o está teniendo, en el entorno más inmediato en el que vive.
Llama por tanto la atención a muchos, el hecho de que a pesar de que en medios informativos de todos los pelajes se coreé a bombo y platillo la magnitud de las cifras de desempleados, o de déficit público, o de recortes en prestaciones sociales – resumiendo, de la macrocrisis económica global – la tapería de la esquina de su barrio se siga poniendo de bote en bote todos los sábados, domingos y fiestas de guardar.
Y entre esos muchos me encuentro yo.
(Yo… sí… Escéptico por naturaleza… La duda cartesiana elevada a su grado supino... Razonador de lo inverosímil, de lo opuesto y de lo peripuesto.)

Porque, siendo como era esta, en principio, una situación excepcional, que si bien dura ya más de dos años, ¿No resulta chocante que la población la haya asumido con tanta pasividad, si no - si se me permite - tan frívola indiferencia?
Ha habido, de hecho, o eso dicen las estadísticas, montones de desahucios, despidos, prejubilaciones, e incluso una huelga general, y nada de ello ha conseguido mermar o atenuar las ganas de juerga de los parroquianos. No hay, por así decirlo, una conciencia colectiva de drama. No se palpa, a mi entender, en la calle. Desde luego si que se estará viviendo en privado, pero… ¿Es posible que los más afectados hayan conseguido metabolizar, sin necesidad de grandes sacrificios, ese eficacísimo tonificador del espíritu que es el “panem et circenses”?

Aunque, después de todo, puede que en realidad no haya tanto de lo que sorprenderse.
Como bien dijo Jordi Pujol, ex presidente de la Generalitat de Cataluña, en una reciente entrevista televisiva, la diferencia de esta crisis con respecto a las otras por las que anteriormente había atravesado España, es que era una crisis de país rico, mientras que las otras lo habían sido de país pobre.
Algo en lo que coincido plenamente.
¿Pero es esto realmente así? ¿Dan las exangües arcas del estado para tanto? ¿No hemos pues de preocuparnos en exceso por la salud de nuestra sociedad del bienestar, si acaso con unos achaques de lo más intrascendente…?
Yo, por mi parte, creo que la bestia de tres cabezas, y que echaba fuego por la boca, parece que empieza a estar un poco más domesticada, pero hay algunos puntos que, no obstante, quisiera matizar:

1. España, y en general el mundo occidental, se está empobreciendo, en términos relativos, como consecuencia de una redistribución de la riqueza hacia las nuevas potencias emergentes.
2. La propia renta interna de los países, se redistribuye a su vez, pero en este caso no de forma homogénea, sino para acrecentar las desigualdades. Esto es, cada vez hay más multimillonarios repartidos por el mundo, pero también más pobres, y muchos de estos donde antes no solía haberlos.
3. La gente no entiende del todo los porqués de los desbarajustes económicos, pero asume las penas y castigos en su condición de fiel lacayo, como expiación de su naturaleza pecadora. Es como se ve, una forma de pensamiento mágico, que enlaza muy directamente con el de las primeras poblaciones de nuestros antecesores del Paleolítico tardío.
4. La China comunista (y de libre mercado), y en particular su política expansionista, amenaza con esquilmar todos los recursos del planeta Tierra, para fabricar con ellos millones y millones de artículos de lo más variopinto, y de dudoso buen gusto, a precio de risa, e inundar los extrarradios del orbe de bazares, tiendas, y restaurantes de todo a cien. Su meta de hecho, es revolucionarnos culturalmente, y que antes de 15 años hayamos abandonado las hamburguesas y la coca-cola, y nuestra dieta se componga de ratas y licor de serpiente.
5. En España no nos gusta, nunca nos ha gustado, trabajar. (Malamente vamos a salir así del bache…Vive dios.) Yo mismo, he hecho un gran esfuerzo a la hora de confeccionar este post, y os diré la verdad, me encuentro un poco pachucho.
Bueno, pachucho tal vez no, pero sí raro. Aunque algo rarito nunca he negado que sí que lo fuera.
Recapitulando. Que las familias españolas, o las latinoamericanas, también muy presentes en este blog, o los moradores de las antípodas, tienen argumentos de peso para preocuparse, al igual que lo hace el ya un poco senil Tarzán y los suyos, como muestra el dibujo. Pero que si prefieren inhibirse, lo comprenderé perfectamente. Porque de agoreros ya está uno hasta la coronilla, y como reza el dicho: Bien predica quien bien vive.
Saludos y hasta el próximo post.

lunes, 1 de noviembre de 2010

El Autoconocimiento, en cómodos plazos


Es un hecho. Ya sean los sabios de la Grecia clásica, o el vidente más cutre y salchichero de cuantos ofrecen consejo espiritual en la sección de anuncios breves de cualquier gacetilla de provincias, todos lo tienen muy claro. El autoconocimiento, esto es, el saber con precisión matemática el pie del que cojea, no el vecino, sino uno mismo, es la clave del buen vivir.
Y a esto, naturalmente, me adhiero yo también, que en un ejercicio de talante populista, daré la razón tanto a tirios como a troyanos. Como veis, aún muy en el fondo de mi ser, si escarbo un poco, todavía puedo encontrar trazas de realidad que me permitan soñar con llegar, algún día, a ser presidente del Gobierno.
Y es que, queridos amigos, de eso es de lo que en definitiva trata el autoconocimiento. De saber hacer encajar, como las piezas de un puzzle, las expectativas vitales de uno, y los medios tangibles, e intangibles, de los que dispone para alcanzarlas.
Esto nos evitará a la postre, las frustraciones, los desengaños, y en general, ese hábito tan común de la especie humana de mear fuera del tiesto.
Pero ¿Cómo se llega al conocimiento profundo de uno mismo? ¿En qué academia o laboratorio se expiden los certificados que dan fe de haber llegado a ese estado privilegiado del alma?
Interesante cuestión.
Tomemos pues aire antes de lanzarnos a por una respuesta.
Y qué mejor que el aire puro y cristalino de la altas montañas para ello. ¿No os parece?
Viajaremos por tanto a los Alpes suizos. Más concretamente a la célebre localidad de Ginebra, donde se halla situado el gran colisionador de hadrones o CERN, que es a día de hoy donde se lleva a cabo el mayor, y más ambicioso, experimento de la historia de la humanidad.
Es evidente que en nuestra búsqueda, hemos decidido no pararnos en barras, y emplear el mejor y más costoso instrumental de cuantos se hallan disponibles.
¿Pero en qué consiste dicho aparatejo? ¿Cómo funciona? ¿Y en qué medida nos afecta a nosotros? ¿Qué enseñanza podemos extraer de un cacharro mastodóntico en el cual se estudian fenómenos de la materia, que de tan infinitesimalmente diminutos se escapan a la vista, y hasta si se me apura, a la razón?
Vayamos por partes. Empezaremos por aclarar a qué juegan, con qué reglas, y con qué intenciones, esos sesudos señores de bata blanca que meten la moneda, nuestra moneda, en esa gigantesca tragaperras, con la esperanza de que en algún momento cante el especial.
Pues como decía el juego va de bolitas. Bolitas como las de un pinball cualquiera, pero tan inimaginablemente pequeñas, que en adelante las llamaremos partículas.
Estas partículas son disparadas, y posteriormente aceleradas, a través un de túnel circular, primero de un tamaño manejable, que les serviría como de pista de calentamiento, para en pasos sucesivos acceder a otro más amplio, y finalmente al ya, de todos conocido, de diámetro kilométrico.
Unos túneles en los que con cada vuelta completa que realizan estas partículas, reciben, como si así dijéramos, la colleja que les propinan unos gigantescos electroimanes y que las impulsan a coger más y más ritmo de competición, hasta casi alcanzar la barrera intraspasable que marca la velocidad de la luz.
Va por tanto la partícula con la lengua fuera, no pensando en otra cosa que en huir del electroimán, obsesionada con desembarazarse de su agresión permanente, pero en realidad volviendo a él cada vez con más y más desoladora asiduidad.
Terrible. ¿No?
Pero en un momento concreto sucede algo maravilloso. Otra partícula, que también corría como alma que lleva el diablo por el interior de ese mismo túnel, pero a la que habían dirigido en sentido opuesto, se cruza de pronto en su camino.
El resultado es un choque de trenes de proporciones cataclísmicas, en el que estas bolitas, las bolitas mágicas, experimentan en sus propias carnes la sensación de ser dummies en manos del destino.
Un choque en el que sus corazones se abren y expulsan al exterior cantidades ingentes de energía, de luz, y de a su vez otras partículas todavía más pequeñas, que servirán para dar a conocer definitivamente sus elementos constitutivos y sus propiedades intrínsecas.
Se sabrá entonces si el bosón de Higgs, esa micropartícula sobre la que, a decir de los científicos, recaen las potestades divinas de atar y desatar en este mundo lo que se atare o desatare en el otro, existe realmente. Responsable última de las fluctuaciones del vacío. O si una vez más, se trata de una construcción mental destinada a idealizar lo desconocido.
Y en esto consiste el experimento. En meterse castañazos de proporciones bíblicas contra otro, u otra, que venía de frente sin saberlo.
Pues de eso último es de lo que versa, amigos míos, ya un poco más eruditos lectores de mi falsamente modesto blog, el autoconocimiento de marras.
Esa es la partitura en la que se halla escrita la música que amenizará, o debiera amenizar, nuestras constreñidas existencias de tres dimensiones espaciales y una temporal.
En absoluto tarea fácil, ni representable en términos de inmediatez, como ha quedado demostrado.
Pues con esta harina tenemos que hacer pan.
Nada de técnicas de relajación, sesiones de yoga, u otras fruslerías acomodaticias.
En efecto. ¿Os creíais que el autoconocimiento se obtenía de devanarse los sesos delante de un espejo? ¿Oyendo músicas chamánicas? ¿O examinándose uno por uno los pelos del sombrajo, en un recuento al estilo de los campos de concentración nazis, para luego llevárselos por delante con una pasada de láser?
El autoconocimiento, y por extensión la felicidad, sólo se logra mediante la interacción con esas otras partículas, a simple vista insignificantes, que viajan en sentido opuesto. Con las que no nos siguen, con las que no nos escapan, y más importante aún, con las que no nos imitan.
Buscad esas partículas y os encontrareis a vosotros mismos.
Un saludo amigos y hasta el próximo post.

Postdata: En mi mejor tradición, os reservo para los más compulsivos consumidores de relatos blogueros, la última creación de la factoría Food & Drugs: El acomodador.
Disponible en Status: Playing, como de costumbre, y accesible únicamente al precio de un salto cuántico de un blog al otro. ¡Que lo disfrutéis!

sábado, 9 de octubre de 2010

Apocalipsis Nao


Hola amigos blogueros (y no tan blogueros).
Esta muy probablemente sea la primera vez en que me he preocupado a conciencia de que uno de mis dibujos diera asco. ¿Curioso, no?
Intencionadamente he buscado provocaros una arcada, y no es que ello diga gran cosa en mi favor, pero lo consideré necesario antes de introduciros en el tema que en esta entrada me propongo tratar. No es, como veréis más adelante, nada personal.
De hecho, los que ya me conocéis desde hace algún tiempo, enseguida reconoceréis los sempiternos tintes ecologistas de mi peculiar discurso lúdico-festivo. ¿Qué aburrimiento, pensaréis - y con razón - los más asiduos?
¡Vuelta la burra al trigo!
Pero es que tengo que insistir. Lo siento mucho, pero no me queda más remedio que seguir haciendo hincapié, una y otra vez - ¡y cuantas hagan falta! - en la necesidad imperiosa de que nos concienciemos con el cuidado del medio ambiente que nos rodea.
Puede que a muchos esta cuestión no os ocupe mucha memoria, ni ram, ni rom, ni de elefante, ni de pez, ni de Africa, ni de una geisha… en vuestros cerebros, y que lo consideréis un incordio, porque al fin y al cabo el cuidado de la naturaleza se reduce a no ensuciarla más de lo estrictamente necesario, y como todos sabemos, ya desde bien pequeños, lo realmente divertido es ensuciar, y que luego limpie mamá.
Pero la madre naturaleza es ya una señora muy mayor, y muy castigada por los años, y no tiene edad para ir agachándose y recogiendo toda la porquería que dejamos tirada a nuestro paso.
Nos comportamos como hijos únicos en un mundo que compartimos con otras 1´75 millones de especies de seres vivos, muchas de las cuales podríamos hacer desaparecer incluso antes de llegar a conocerlas.
¿Y todo por qué?
Porque somos unos egoístas. Sí, unos egoístas. Pero además unos inconscientes. Lo único que en realidad nos preocupa es la satisfacción personal de nuestros instintos más primarios. Alcanzar el grado de embotamiento psicológico suficiente como para no pensar en nada demasiado complicado, y ahí, en ese nirvana prefabricado, dedicarnos a hibernar por el tiempo que nuestra conciencia, en su proceso de deslocalización, considere oportuno. Lo lógico, por otra parte, considerando que no somos otra cosa que los parientes reconcomidos y debiluchos de mandriles, macacos, chimpancés, etc… que un buen día descubrieron el fuego y la rueda y se creyeron los reyes del mambo. Eso sí, sin por ello apear ninguno de sus vicios, bajezas y demás monerías.

Pues sí, amigos, como os iba diciendo, esto lleva muy malas trazas.
La diversión acéfala es hoy en día el gran ideal del mundo libre. Y no es una mala propuesta. El problema es que no es sostenible. Ni ecológicamente hablando, ni de ninguna de las maneras. Lo que es divertido, por reiteración, siempre se acaba transformando en aburrido. Nada hay en ello de novedoso. Pero tiene un coste. Siempre tiene un coste. Y a medida que saciar nuestros apetitos, y dar rienda suelta a nuestros antojos más materialistas, se vuelve más difícil, y por ende más costoso, la factura que se le impone a nuestro planeta engorda.
Reconozcámoslo, la Tierra es un planeta que engulle demasiada comida basura.
Si le analizásemos sus fluidos internos, cual ciclista profesional que se sometiese a unas pruebas de dopaje, encontraríamos tal cantidad de sustancias prohibidas, que, como poco, habría que declarar desiertas todas las futuras ediciones del tour, la vuelta y el giro de Lombardía.
Y sí, sufridos señores (y señoras) lectores de Food and Drugs. No es al azar la analogía con los problemas de la gente obesa.
No lo es ya que a fin de cuentas estos, en último término, siempre acaban degenerando en patologías por falta de higiene. Ya sea por desgana, o por la pura y dura incapacidad de acceder a las partes remotas del propio cuerpo.
Zonas remotas que como no vemos, ni sabemos, ni nos preocupa lo que en ellas se cuece. Sea un sarpullido gigante, o manifestaciones aún más purulentas si cabe, de lo que nuestra indolencia y nuestra desidia hayan dejado que proliferase.
Ved si no, lo sucedido al oeste de Hungría, con el aluvión de la balsa de Alúmina y otros desechos químicos.
El exceso de porquerías es tal, que a nuestra madre Tierra se le abren las costuras, siendo en esta ocasión el resultado muertos, heridos y un rastro de desolación que tardará años, si no siglos, en ser borrado completamente.
Depósitos de muerte y miseria que seguirán aumentando, en tamaño, en número y en toxicidad, cada vez construyéndose más y más, con las dificultades que ello, para su mantenimiento y control, entrañará.
Pero no es el propósito de este blog asustar a nadie. El miedo tiene efectos paralizadores y eso no es lo que se busca. Eco-hipocondriacos hay ya demasiados (tal vez sea yo uno de ellos) y, la verdad sea dicha, no son (no somos) de gran ayuda. Me daría, eso sí, con un canto en los dientes, y por bien satisfecho, con que quienes esto leen - aunque ya me consta que en muchos de ellos eso es así - tuvieran una conciencia activa al respecto.
A fin de cuentas no se apela más que a la sensatez de la gente.
Crear un entorno seguro en el que nosotros, y las generaciones venideras, podamos vivir y disfrutar, pasa hoy en día por aceptar que hay que hacer algo con el tema de los residuos “bomba”, y toda esa contaminación “pirata” que nos acecha en la sombra.
No se trata de menos desarrollo, menos tecnología, menos progreso, sino todo lo contrario, de reenfocar nuestro modelo de crecimiento, optimizándolo aún más si cabe, de modo que incluya una función autolimpiable.
Nosotros debemos poder ser capaces de elegir nuestro futuro, pero para ello es necesario repensarse profundamente nuestras metas, e incluso nuestra misión en la vida.
Hoy por hoy estamos a merced de unos patrones de conducta, que vendrían a ser algo así como un toro mecánico del que ni quisiéramos, ni nos pudiéramos bajar, pero que cada vez gira más, y más rápido, y más bruscamente, y que llevará a corto plazo a que demos con nuestros huesos en el suelo.
No digo que ello sea censurable. ¿Es el modo de pasar el rato que todo el mundo ha elegido?... Perfecto.
Yo lo único que pido, lo único que demando desde esta mi silenciosa tribuna de orador blogopédico, es que alguien ponga colchonetas alrededor. Más que nada, para que nos podamos seguir echando unas risas con esto del meneíllo durante algún tiempo más (sin tener que lamentar nuevos desastres, más desgracias personales, cuantiosas pérdidas irreparables)… Y porque cae de cajón.
De hecho, el título de este post, Apocalipsis Nao, aunque algo sui géneris (como por otra parte casi todo lo que se despacha en este blog), alude directamente a esa manida metáfora de la Tierra como nave que viaja sin rumbo y a la deriva en medio de la inmensidad del universo, pero por otro lado, y de ahí la deliberada similitud fonética con la archiconocida película de Francis Ford Coppola, por reseñar esa obsesión nuestra de invadir a diestro y siniestro, países, territorios, espacios protegidos, sin tener en cuenta las consecuencias de nuestra abusiva ubicuidad. Esa manía de disparar primero y preguntar después.
Habrá a quien todo esto le parezca una broma de mal gusto. Pero, en verdad os digo ( y permitidme que adopte el típico tonillo de las películas de romanos, de cuando los cristianos iban a ser arrojados a los leones, y se ponían a sermonear a todo el que se les pusiera por delante), tal vez no nuestros descendientes, ni sus hijos, ni los hijos de sus hijos… Pero algún día habrá quien eche la vista atrás, y diga, ¿Pero qué basura de ancestros tuvimos? ¡Cuánto marrano! ¡Cuánto puerco!, ¡Cuánto perturbado!... ¡Clúster de meretrices y adoradores del advenimiento de la santa mierda!
¿Y para esto nos trajeron al mundo?
Ellos si que vivirán su existencia como una broma de mal gusto. Demencialmente varados entre la mugre y los detritus, y sin una mísera servilleta de papel con la que secarse las lágrimas.
Nos acusarán de alevosía, de nocturnidad y de mil cosas peores. Y con razón.
No comprenderán esa actitud nuestra de adolescentes artificialmente primaverales, en permanente estado de muerte cerebral, ansiosos por dejar tras de sí la huella indeleble de sus pantagruélicos botellones.
Sí, esa es la cruda realidad. Ese es el valor intrínseco de lo que hemos creado, y que un buen día bautizamos con los pomposos nombres de “civilización”, “cultura”, “revolución industrial”, sin hacernos cargo, ni por un solo momento, del gran número de alfombras que nos harían falta para barrer debajo los subproductos de tanta genialidad.

Iros haciendo a la idea. Los nietos de nuestros nietos, desde la noche de los tiempos, nos odiarán. Que no os engañe reflujo alguno de autoindulgencia. No nos verán con buenos ojos, y no sólo por el hecho de que padecerán conjuntivitis galopantes y crónicas, amén de otras muchas enfermedades cutáneas incurables, ni porque su cielo estará permanentemente encapotado por negros, sucios y pestilentes nubarrones, que será de entre lo malo, lo menos malo, sino porque, por la fuerza del roce y la costumbre, en sus corazones las cucarachas habrán ocupado nuestro lugar, y nosotros el de ellas.
Ese será el futuro. Ese será nuestro legado a la posteridad. Esa será la oscura y putrefacta herencia que dejaremos a los que nos hayan de juzgar, y que lo harán, nos os quepa la menor duda, con todo el peso de la ley.
Un futuro que no será ni la sombra de lo que, en nuestra inocencia de cordero que va al matadero, un pálido y lluvioso día de otoño imaginamos, como no nos empecemos a tomar más en serio nuestro grave, nuestro gravísimo, nuestro dramático, problema de poluciones nocturnas.

sábado, 25 de septiembre de 2010

Ouasis


El escultor tenía el tiempo justo de hacer las modificaciones pertinentes. Luego la sala estaría demasiado concurrida.
La gente importante de su mundillo acudiría al estreno, y seguía sin estar convencido del todo.
Entonces se le acercó un muchacho que deambulaba por allí.
De un instituto, seguramente. Actividades extraescolares.

- ¿Cómo se titula? – le preguntó.
- ¿Eh?
- Que cómo se titula la escultura.
- Ouasis
- ¿Oasis?
- No, oasis, no. Ouasis, con “u”.
- ¿Y por qué Ouasis? ¿Por qué la “u”?
- Mmmm. Y yo que sé. Me pareció que llamándose Oasis, a secas, no tendría suficiente emotividad, suficiente sentimiento. Sería un oasis seco, sin vida. Sin personalidad. “Ouasis” le da más autenticidad. Es más gutural.
- Claro.
- …
- Es una obra inacabada, ¿verdad?
- Evidentemente. Pero sólo le faltan unos retoques.
- ¿Y luego la venderás?
- Naturalmente.
- ¿La venderás por dinero?
- Por supuesto, ja ja. Qué gracia tiene el mocoso. Esa es la idea.
- Una inspiración que ha surgido de tus propias vivencias… Es como si te vendieras a ti mismo.
- Todo el mundo se vende – se lo quitó de encima.
- Claro

La mirada de la criaturita penetraba el acero.

- No son mis vivencias – rectificó - Es una construcción mental, sólo eso.
- ¿Sin más?
- Me estás hinchando las narices, niñato. Vete a otro lado a incordiar.
- No puedo.
- ¿Eh?
- ¿Qué?
- ¿Qué de qué?
- Todo apunta a que hemos entrado en un bucle dialéctico – reflexionó el muchacho.
- ¿Perdona?
- Demasiadas curvas.
- ¿Eh?
- Las curvas… Demasiadas curvas en la escultura. Han debido obligarte a adoptar posturas muy, pero que muy, incómodas.
- ¿Y eso a ti que más te da?
- Has tenido que arrastrarte por el suelo.
- Mira. Lárgate ya, niño repelentito.
- Ojalá pudiera… Pero me he perdido del grupo. Los otros chavales y la profe que venían conmigo en la excursión no sentían el arte en toda su dimensión, y… A la menor oportunidad que han tenido se han escaqueado a la cafetería del edificio.
- Lo que me faltaba, una oveja descarriada.
- Además, yo soy tu público, tu auditorio. Si yo me marcho en este momento, tu obra volverá a ser un cachivache inerte, que es lo que era hasta ahora. No es sino gracias a mí que cobra por fin sus proporciones reales.
- Esta si que es buena…
- Lo demás es sólo mirarse el ombligo.
- ¡Oye!, cuento hasta tres. O te vas de aquí, o llamo al vigilante.
- Como tú quieras. Pero si tu oasis, ouasis, o como se llame, no puede calmar la sed del que vaga perdido por el desierto… Entonces… ¿Cual es su gracia?

El muchacho se giró y sin más desapareció de allí, cual si se hubiera evaporado, sin siquiera darle tiempo al artista a elaborar una respuesta.
Como mucho, de sus labios, que así, con esa forma se quedaron, solo hubiera podido aflorar el sonido de una u.

lunes, 30 de agosto de 2010

El novio magiar


Hola, amigos.
Tengo una mala noticia que comunicaros: Mis vacaciones han terminado. Buaaaaaa.
Si, han terminado, no como el rosario de la aurora, pero… Pero eso ahora es ya lo de menos.
Vuelvo al curro. Vuelvo a tener sentado enfrente a un señor de bigote que me controla, fiscalizando todos y cada uno de mis movimientos. Si pestañeo fuera de tiempo, me saca una tarjeta amarilla, si voy dos veces seguidas a hacer pis, la roja.
Volveré a estar preocupado todo el día de lo que le pueda chivar a los jefes supremos del PCUS, a los ayatolás, a los ulemas, a la curia cardenalicia, a los imanes, a los lomos plateados de la empresa.
Un marrón, ¿Verdad?
Se acabaron las cuchipandas, el pescado frito (las xoubas), los crustáceos y moluscos recién pescados, los helados del chiringuito, los paseos por la orilla del mar avizorando hembras salvajes de la especie Homo sapiens (para mi tesina en la universidad de la vida), los atardeceres con puesta de sol y de luna simultáneas (poesía que no falte), las travesías en piragua a islotes deshabitados (sin famosos)… Se acabó dormir a pierna suelta sin rendir pleitesías al neurasténico del despertador (¡Genocida! ¡Así acabes en la Corte Penal Internacional!)
En fin, que estaba más contento que una Naomi Campbell, a la que le hubieran llevado a casa un puñado de diamantes de regalo, cual promoción de supermercado por una compra superior a 5000 fiambres en la sección de carnicería, pero que nada… Que a todo cerdo le llega su San Martín.
Y en mi caso más, ya que es el patrón de mi ciudad.

Me sentaré de nuevo ante un tribunal que me juzgará culpable de todos mis actos, de palabra, obra y omisión, cual Yor-El en Superman, con la salvedad de que yo me parezco a Marlon Brando casi tanto como a Rin-tin-tin.
Y es que este verano se irá, otro más de tantos, al baúl de los recuerdos directo. (¿No era Julio Iglesias el que cantaba algo parecido, o Dyango?)
Estallará como Krypton, en multitud de pequeños pedacitos que se irán esparciendo de manera aleatoria por el cosmos, y así hasta desaparecer sin dejar rastro en su oscura inmensidad.

Se me acabó el pasimisí, pasimisá, por la puerta de Alcalá.
Y todo porque uno, en realidad, no es más que un gris oficinista, un burócrata de la peor especie, que se le hacen los ojos de gelatina ante un simple anuncio del Aquapark. Ojalá se pudiera, como la abuela del dibujo, tan siquiera aspirar a algo nutritivo de verdad, como controlador aéreo, o protésico dental, o fisioterapeuta (masajista) de la selección española de natación sincronizada.
16.700 euros que cobran al mes los primeros… ¿Qué hacen con tanto dinero?
¿Qué hacen en su curro que los untan de esa manera?
Si aplicamos una simple regla de proporcionalidad, su estrés debería ser entonces equivalente al de 16.7 mileuristas (mileurista arriba, mileurista abajo…)
Como para no santiguarse.
O será que se requieren unas capacidades psico-intelectivas de las que el resto de los mortales adolecemos. La realidad es que, lo que más cerca está mi curro de eso de ser controlador aéreo, es cuando el plato de fabada que me he comido en el almuerzo me sienta mal, y me tengo que pasar toda la tarde controlando - aguantando a pie firme - para que mis tripas no salten por los aires, inmolándose dentro del superpoblado recinto oficinil.

Es la eterna y recurrente tragedia de Sísifo y su condenado pedrusco.
Mis horas, minutos y segundos dejan pues de nuevo de ser suspiros, para transmutarse en eternidades.
Y sin embargo tú seguirás ahí, querido lector de Food & Drugs, metiéndote entre pecho y espalda mis chorradas, por más que luego te tengas que tomar el bicarbonato con cucharadas soperas.
Es gracias a ese apoyo, que me atrevo a recomendaros la lectura de otra de mis creaciones artísticas (¡¿otra?!): El novio magiar, disponible en Status: Playing, al módico precio de un click (o de una clack).
No dejes que una final de la Champions Madrid-Barça, una cita con Mark van der Loo, o un crucero por las Seychelles, te aparten del placer salvaje que sólo proporciona la trepidante literatura blogosférica.
Haz un paréntesis en tu diario discurrir (muchos paréntesis van ya, creo…)
Eso sí, no lo hagas en horas de curro, que el señor de bigote está obsesionado contigo, y podría echar mano de las tarjetas… O del pito (del silbato).

PD: El relato está escrito en castellano en un 90%, otro 5% en gallego (razonablemente inteligible, espero), otro 5% en inglés (pseudosubtitulado), y pequeñas trazas de italiano, húngaro y hasta catalán.
Algún día probaré con el esperanto.
Ánimo valientes. ¡Que lo disfrutéis!

El novio magiar

lunes, 9 de agosto de 2010

Vacaciones de mis entretelas


Sí, amigos, estoy de vacaciones.
¿Tanto se me nota?
Este verano empezó muy caluroso, quizás excesivamente caluroso, con temperaturas máximas que en algunos momentos llegaron a rozar los 40º Celsius, aunque ya parece, que a día de hoy, eso, que era la principal pega, se ha ido suavizando.
Un tipo antojadizo el Celsius este. Tanto él como sus colegas Kelvin y Fahrenheit, son mundialmente conocidos por sus extremismos y repentinos altibajos.
Pero, olvidémonos de ellos. Si los periodos vacacionales son tan especialmente queridos y deseados es, entre otras cosas, porque nos podemos desentender de cierta gente cuya meteorología personal suele ser, y es, pertinazmente borrascosa.
Pero, bueno, como ya digo, este es tiempo de suaves brisas acariciando la piel, el Yodo del mar adhiriéndose a una epidermis bronceada y revitalizada. Nada de pellejos macilentos colgando. Un par de días de playa, y cualquiera pasa de ser doña Rogelia a metamorfosearse en Beyoncé.
Y es que el sol, y más concretamente el sol que relumbra sobre las costas españolas, es mano de santo. ¡Que se lo digan si no a la mujer del presi, a Michelle Obama, tan lustrosa y tan buen color que tiene ya ella de por sí, que no pudo evitar acercarse a la Costa del Sol – justamente – a dejarse irradiar por los benéficos rayos del astro rey!
Alguien le dijo que el crepúsculo, contemplado desde la Alhambra era el más bello del mundo, y ella ni corta, ni perezosa, echó mano de las maletas y el neceser, y se fue para allá a comprobarlo.
Sin embargo, aunque eso puede ser más o menos cierto, nada, creo yo, tiene que envidiar a la puesta de sol que ayer mismo, un servidor, pudo disfrutar, mientras se bañaba a las 21 horas, en mi ya habitual pequeña playa de la ría de Arousa.
Digamos que siendo la hora que era, la misma que puntualmente marcaban las agujas del reloj, apenas se percibía como tal por los sentidos.
Es más, su momento había llegado, pero el disco refulgente, señor y dador de vida, se resistía a ser engullido por las sinuosidades del horizonte, y daba sus últimos coletazos con una fogosidad desconocida. En absoluto era ese redondel anaranjado que se oculta mansamente bajo tierra. Este sol moría matando.
De hecho cuando se consumó su estertor final de luz, lo que vino después no pudo ser sino lo más parecido a un eclipse.
Las penumbras se adueñaron del orbe, como si alguien súbitamente hubiese oprimido un interruptor, y rachas enloquecidas de viento se levantaron de todos los costados, transformando en millones de diminutas escamas sobre la superficie del mar, la hasta entonces cegadora alfombra de lentejuelas sobre la que minutos antes plácidamente se recostaba… Solo faltaban los campesinos chinos de la dinastía Ming, para ponerse a golpear cacerolas y hacer ruido, y así espantar al dragón que se lo estaba comiendo.
Pues eso, que aún a sabiendas de que he agotado ya una de mis tres semanas de asueto, permanezco todavía en ese limbo, en ese líquido amniótico, del que se siente y se cree de una vez por todas reintroducido a su ecosistema natural. Como las águilas imperiales de Rodríguez de la Fuente, haciendo acrobacias por entre el rocaje y los riscos del monte perdido (sí, en verano uno se papa también muchas reposiciones televisivas).
Iluso.
De hecho, no sé por qué, pero ahora me he acordado de aquella película de Audrey Hepburn, en la que hacía de monja en las misiones, y particularmente aquella escena final en la que, desengañada de su vocación, regresaba a la gris y deshumanizada realidad por la puerta de atrás.
No sé, me ha venido a la mente. Ha debido ser un dejá vu de esos. Será mejor que no esté tanto rato fuera de la sombrilla.
Y, bueno, por ahora esto es todo. Ya veremos si hago, o si no, mientras el tiempo y la autoridad competente lo permitan, alguna otra glosa, crónica, alegoría o sainete a mi escaso y valiosísimo tiempo libre. Mucho más codiciado que el coltán de Sierra Leona.
(Dónde va a parar.)

domingo, 25 de julio de 2010

Le temps est venu


Cuando Christophe Mathieu escribió Le temps est venu, 1991, Ed. Girouette, toda una ola de acontecimientos recorría la estepa centroasiática.
La república de Tanatistán, donde se hallaba destinado como reportero de L’observateur impartial, acababa de declarar formalmente su independencia de la extinta Unión Soviética, en medio de un gran caos institucional y frecuentes revueltas callejeras.
Fue entonces cuando tuvo contacto con los horrores de una guerra civil, de cuyos fantasmas ya nunca más pudo desembarazarse. Eso, unido al suicidio en condiciones que nunca se llegaron al esclarecer del todo, de su hermana pequeña Sophie, apenas unos pocos días después de su boda, y con la que se hallaba emocionalmente muy unido, marcó ya definitivamente lo que sería de ahí en adelante la línea central de toda su creación literaria.
Curiosamente Mathieu situó la trama de Le temps est venu (La hora ha llegado), en un pequeño pueblo de la meseta castellana, quizás al pie de las primeras estribaciones de la sierra de Guadarrama, en la provincia de Ávila, donde en su juventud pasó largos periodos estivales, y donde al parecer vivió una etapa pródiga en experiencias y en todo momento trufada de una intensa felicidad.
En palabras de él, lo hizo así “porque necesitaba alejarme de todo lo repugnante y siniestro de lo que mi profesión me había convertido en amanuense, pero no lo conseguí”.
El argumento de la historia, de hecho, en ningún momento alcanza a levantar el vuelo, y pese a que intenta por todos los medios encontrar una luz que le guíe, no abandona las premisas de austeridad formal y catastrofismo vital, que a partir de entonces caracterizarían toda su obra posterior, y que le situarían en la lista de autores malditos de la así llamada Generación grisú.
Con todo Le temps est venu es un canto desinhibido a la lucha por un proyecto de vida, por un sueño en el que la voluntad humana, pese a ser una y otra vez zarandeada, y vapuleada por la cruda realidad, se levanta del suelo cuantas veces sea necesario, para, como dijo Maurice Khorkovian, su amantísimo discípulo, “seguir, desde la nada más absoluta, improvisando escenarios de redención”.
Mathieu murió solo y completamente arruinado en un frenopático de Orán.

Traducción de Ana Cueto-Xino.
Fuente: Gilipedia.

Si deseas leer Le temps est venu, puedes hacerlo en este enlace de Status: Playing.

Aviso importante: Es más larga que un día sin pan.

miércoles, 30 de junio de 2010

La fe de la hemorroísa


Hubo un tiempo, no demasiado lejano, en el que los campeonatos de la copa del mundo eran acontecimientos legendarios. No tanto el espectáculo televisivo en que han devenido hoy en día, sino batallas épicas, con una trascendencia memorable en el destino de las naciones.
Afrentas en la forma de penaltis no pitados, goles fantasma, o manos de dioses, eran inmediatamente anotadas en los márgenes de los libros de historia, así como si fuesen el corolario a guerras, genocidios, odios ancestrales y demás.
Pero como ya he dicho, en estos últimos tiempos, esto ha ido quedando un poco deslucido por la absolutamente abrumadora cobertura mediática.
Demasiada atención, excesivos pares de ojos sincronizados, desesperadamente pendientes de cada singular momento de la acción. Una acción, un relámpago, en el cual el globo terráqueo bien pudiera dejar de rotar, en el cual las leyes de la física se curvaran, en el cual el sol pudiera detenerse en su recorrido a lo largo de la bóveda celeste.
Y sólo para poder decir “Yo estaba allí”, “Yo lo presencié”.
Mas eso no termina de ocurrir.

La gente a menudo dice que el fútbol tiene una cierta dosis de inmoralidad por cuanto que obstruye las vías de la inteligencia, actuando a modo de anestesia hacia los problemas de la vida real.
Probablemente la cuestión radique en si esto es bueno o es malo. Y eso, como siempre, pivotará en torno al punto de vista del interesado.
Un punto de vista que, en cualquier caso, únicamente se verá condicionado por algo tan simple como si te gusta el fútbol o no.
Así de sencillo.
¿Disfrutas viendo un puntito redondo y blanquecino moviéndose arriba y abajo, adelante y atrás, no mucho más allá de los límites que un rectángulo verde le impone?
¿Sí?
¡Aleluya!
Tu fe te ha salvado.

domingo, 30 de mayo de 2010

La felicitá perduta


“Un puñetazo en la mesa”
The Mongolia Times

“La cronología de una fatalidad larvada.”
Neanderthal Zeitung

“El autor sienta en el banquillo de los acusados a una sociedad de consumo, cuyo principal artículo de compraventa y desecho, son esas mismas personas en las que basa su sustento.”
Le Sonsonette Quotidien

“Sobre la futilidad del alma, la pérdida de las referencias, y el orden supeditado a una autoestima caduca, como la del que corre como pollo sin cabeza.
La felicitá perduta es un relato amargo sobre la realidad de aquello en lo que se convierte la vida, cuando ante nosotros ya solo quedan las cáscaras por recoger. Cuando aquello de lo que hasta entonces creíamos estar disfrutando, así como si tan sólo de un aperitivo se tratase, se ha volatilizado delante de nuestros ojos.”
Cahiers du Charleston

“Mortal de necesidade”
O Correio da Brincadeira


Quasarts entertainment
presents

In association with Food and Drugs blogs

Una historia de amores turbios, superficiales e irresponsables. De cuando eso que estimamos como real, resulta ser no otra cosa que cartón-piedra. O peor aún, piedra, papel, tijera.



¡No te la pierdas!
¡Disponible ya en Status: Playing!
¡Engatusa a tu ratón para que haga clic aquí!

domingo, 16 de mayo de 2010

Calamidades non stop


El ejército estadounidense ha desembarcado de nuevo en las playas, rememorando su pasado en Normandía. Pero esta vez no es en Europa, ni para luchar contra enemigos de carne y hueso (que no sé si esto se puede aplicar a los nazis, pero en fin…), sino en las costas de la Luisiana, en el propio hall de su casa, y contra un enemigo en principio menos mortífero, pero al que por desgracia no se puede vencer, porque como vulgarmente se suele decir, nos tiene agarrados por donde más duele.

Esto, claro está, nos ha recordado a muchos la catástrofe del Prestige en nuestro propio litoral, y la entonces célebre palabra “chapapote” ha vuelto a ponerse de actualidad.
Una palabra que fue la sensación de aquellos meses. Exportada a toda España y parte del extranjero, como el marisco, el pulpo o los vinos de las Rías Baixas, con igual o parecido éxito.
Lo triste del asunto es que, me barrunto yo, no será el último neologismo que nos tendremos que inventar para definir a esta nuevas calamidades que, evisceradas de nuestro febril progreso tecnológico, amenazan con seguir complicando, y todavía en mucha mayor medida, el futuro del planeta.

Parecía que de hecho, con la crisis de por medio, y otros problemas de más importancia requiriendo toda nuestra atención, nos habíamos olvidado un poco de mirar por la naturaleza. Pero es que en realidad, en el mismo retroceso de la actividad económica, casi se podía entrever el bálsamo de una tregua. Las grúas iban una por una desapareciendo del horizonte de nuestros pueblos y ciudades, dejando de vomitar cemento enfermizamente por todas las esquinas. Los todoterrenos, los 4x4 estilo Hummer y demás compañía, heridos de muerte en su glotonería, se veían obligados a despejar el camino, y como gigantes con pies de barro que eran, añadían su nombre a los de la mítica lista de experimentos fallidos de la ingeniería, tipo Titanic o Hindenburg.
En espera ya tan sólo de fosilizarse plácidamente en salones de museos, o bajo la mirada nostálgica de los coleccionistas de antigüedades, como esqueletos inertes, sin apenas otro sustento que el de las desorbitadas fantasías de ambición y poder, a las que en su día dieron vida, ahora extintas.

Pues sí, amigos. Incluso cuando los reflujos de la codicia humana se hallan en bajamar, también es posible encontrarse con que las aguas vienen negras. La Tierra sigue siendo sometida a perforaciones malsanas y adictivas, en una especie de acupuntura diabólica muy similar en su concepto a la del cenobita sadomasoquista de Hellraiser. Todas ellas en la búsqueda desesperada de un recurso cada vez más escaso. Un recurso este, el petróleo, que, cuando definitivamente se agote, dejará a toda nuestra civilización sin el combustible con el que alimentar sus fuegos fatuos, embarrancada, presa del pánico y de la histeria, en su incorregible ansia por asfaltarse la inteligencia y el buen gusto.
No será entonces el cataclismo que muchos vaticinan, sino tal vez, el esperado momento del reencuentro con nuestra verdadera esencia. La oportunidad de hacer del mundo un lugar mejor adaptado a nuestras necesidades reales. Y acostumbrarnos de nuevo, como los navegantes de antaño, a escoger y enhebrar los vientos favorables. Esos que nos habrán de llevar a buen puerto, aquel de cuya guía cuidaron siempre las estrellas… Tal vez, para cuando seamos capaces de volver a verlas brillar en la oscuridad de la noche.
Pero hasta entonces, aún queda mucha porquería que recoger de las orillas de este sufrido mar que nos rodea, experto en tempestades y naufragios.
Es nuestro sino.

miércoles, 28 de abril de 2010

Agentes infecciosos


Supongo que debe ser algo inevitable el que cada cierto tiempo la licencia del antivirus de mi ordenador expire, y me deje el disco duro con las vergüenzas al aire, expuesto a todas las inmundicias que deambulan por la red.
Debería haberme acostumbrado, pero no es así. La verdad es que cada vez que el trasto se infecta me coge de nuevas, y reacciono como si no supiera ya de sobra que esto está así planeado de antemano. Que la forma de costear los formateados y actualizaciones del software (pirateado) es a base de que se pongan enfermitos los ordenatas del personal, y cubrir los honorarios del especialista (en realidad agentes dobles a sueldo de Bill Gates).
Pero uno es bien pensado por defecto, y no le gusta caer en estos bucles de picaresca de la peor ralea.
Sí, ya lo sé. Mal hecho.
Por supuesto acabo teniendo que pasar por el aro, y llevo el ordenador al técnico, que me cuenta las mil y una por las que ha pasado para salvar esto de aquí, de allá y de acullá, como si él y el cirujano que salvó la vida del torero José Tomás en la más reciente de sus cogidas, fueran en realidad una misma casta de profesionales, cada uno en lo suyo.
Naturalmente, el ordenador es un aparato electrónico, y no necesitó una transfusión de hasta 9 litros de sangre como el diestro, pero, oyendo hablar al susodicho técnico, tal parece como que, si ello fuera preciso, esa hubiera sido su misma línea de actuación.
Afortunadamente, ni yo, ni mi ordenador hemos necesitado, de momento, tener que sacarnos el carnet, previo pago de las tasas estipuladas, de vampiros consumados.
Solo faltaría, máxime después de abonar, one more time, las correspondientes comisiones de ciberseguridad internáutica, nada modestas, y la voluntad.
Y ello por más que para circular por la red la única documentación que se requiera sea el recibo de pagar al proveedor de la conexión. Con sólo esto, uno ya es libre de andar por ahí a salto de mata, pirateando un poco de aquí, otro poco de allá, y no cuidándose demasiado de no ponerlo todo perdido de códigos maliciosos que se han ido contrayendo, por ahí por el mundo adelante, de forma inconsciente y zascandila.
En fin, que, recapitulando: Unos cuantos eurillos del ala que se han esfumado, y lo peor de todo, el engorro de tener que cargar con el paciente (casi, casi con lo que en realidad es simplemente su féretro) hasta el taller de reparaciones, ante la mirada inquisitorial del paisanaje.
Provocando que cualquiera se permita especular con la mucha o poca importancia que le concedo a la salud del (en teoría) más inteligente de mis electrodomésticos. Tal vez incluso, más que a la mía propia.
Y total para que dentro de otros 12 meses se repita la historia.
Pero como reza el dicho: Ya estamos para otra.

lunes, 19 de abril de 2010

Personalidad volcánica


A Europa le ha salido un grano. Y un grano muy purulento.
Desde luego era mucho pedir que, con semejante nombrecito, Eyjafjalla, el interfecto no tuviera una personalidad volcánica.
¡Menuda la que ha liado!
No negaré ahora que un servidor es (de aquella manera) ecologista, pero tampoco abundaré en eso tan manido, y falaz, de que la Tierra responde a nuestros malos tratos desmadrándose.
Aún así, por esta vez, parece haber dejado bastante claro, que nuestro modo de vida – el del estrés y las prisas, amén de otras muchas incontinencias – le importa cuatro pimientos.
Sea como fuere, las compañías aéreas parecen estar ya un poco hartas de tanto esparaván, y sobre todo de aguantarle los malos humos a este lomo plateado de los puntos calientes tectónicos, y que no van a consentir por mucho tiempo más el que se les suba a las barbas alegremente.
¡A ver qué va a ser esto!
Estos islandeses medio arruinados que quieren entrar a formar parte ahora de la UE, haciéndose notar y poniéndolo todo patas arriba… Con el personal revolucionado… ¿De qué van ellos y su volcancito?
A ver si se enteran ya, de una vez por todas, que vienen al club principalmente en condición de invitados, y que nada les librará, por el momento, de seguir encajando goleadas a cargo de “la roja” en las fases clasificatorias de los mundiales.
¿Qué se habían creído?

Eso sí, por lo pronto, lo único que se puede echar a volar por el espacio aéreo comunitario, es la imaginación.

sábado, 17 de abril de 2010

Fobias y filias


Cuando era pequeño, mis padres me decían que si un extraño venía hacia mí con un caramelo en la mano, y en actitud obsequiosa, debía inmediatamente elevar mi estado de alerta a def con dos, y salir de allí pitando.
Esas eran las órdenes, y se cumplían a rajatabla.
Por lo visto a aquel caramelo, tan inocente en su apariencia externa, ese sujeto vil y ladino podría haberle inoculado con una jeringuilla droga en cantidad suficiente, como para crearme una grave dependencia, de por vida, de esa perniciosísima y muy costosa sustancia.
Claro que, ahora que lo pienso fríamente, nada hubiera cambiado, pues ¿qué niño a esas edades no tiene a todas horas “mono” de golosinas?
Lo cierto, es que estos temores, imbuidos en nuestras cabecitas de tiernos infantes, transcurridos los años, nos resultan ya del todo inservibles. El paso del tiempo, y la experiencia adquirida, van educando nuestros miedos más comunes hasta convertirlos en eficaces herramientas de subsistencia. Es decir, aprendemos a reconocer aquello de lo que debemos razonablemente sentir aprensión, y a evitarlo en la medida de lo posible.
Ya no necesitamos consignas venidas de afuera, hemos implementado nuestro propio sistema de respuesta coordinada ante las emergencias.
Sin embargo este es un proceso imperfecto, y al igual que la cadena de ADN comete errores al duplicarse, toda función biológica es tremendamente susceptible de pifiarla.
De hecho, las fobias, es decir, los temores postizos que por una razón o por otra se han quedado a vivir en nuestras mentes, cual okupas, no son sino los materiales de derribo que quedaron sin recoger de aquellos otros miedos utilitarios de la infancia.
Se podría decir, que de niños nos acostumbramos a traficar y consumir “mieditis”, y que como adultos, seguimos siendo incapaces de prescindir de ella.
Toda fobia además lleva aparejada una filia. El que sufre de claustrofobia, por ejemplo, amará la libertad y los espacios abiertos, y viceversa, al que le gusta encerrarse todo el día en un cuartucho casi sin oxígeno ni luz, el simple hecho de salir a la calle le sumirá en el pánico.
Pero estos son casos de libro. Evidentemente hay situaciones mucho más sutiles.
Un tipo perfeccionista como yo, terriblemente afectado por este mal que suele cebarse con los mediocres, sentirá un inmenso pavor a meter la pata, y sobre todo a meterla en público.
Nada de lo que se cueza o guise en mi cerebro podrá ser amargo al paladar del emperador, so pena de coser a latigazos al cocinero.
Yo habría sido muy infeliz de haber nacido en Corea del Norte, porque allí el derecho a salirse por la tangente parece estar muy - pero que muy - restringido. De hecho, aquí os dejo el enlace a un vídeo para que os hagáis una idea de lo que hablo.
Pero tengo muchas otras fobias y temores estúpidos, que sin embargo no son capaces de compensar mis desbocadas filias y adicciones. Tengo superávit de serotonina, y eso es un problema. Todo ello fruto de una mala organización.
Necesito pues poner orden en mis pensamientos, de natural anárquicos y errabundos, y una solución eficaz podría ser contratar un viaje (¿de placer?) a Corea del Norte, para someterme al certero cincel de los mandamases.
Volvería de allí sin fobias, filias, ni subidones de egolatría. Un hombre hecho y derecho. Con la mente fría y despejada. Más aún, con ella completamente en blanco. Los ojos vidriosos, y babeando cual perro pauloviano, pero tieso como una vara.
Eso sí, presto a transformarme en un abnegado saltimbanqui a una sola voz de mis superiores.
No en vano, nada hace más por la propia regulación intestinal, que una inyección de galones y gorras de plato, por vía rectal.


P.D.: Y, por favor, no olvidéis que este blog es apolítico, (además de apolíneo), no vaya a ser que algún nostálgico de los tiempos de la Unión soviética se mosquee con mis pitorreos para con el colectivismo a machamartillo. Recordad que Deng Xiaoping, otro oriental con mucho talante de ordeno y mando, dijo aquello de “enriquecerse es glorioso”, y era comunista como el que más.

lunes, 29 de marzo de 2010

Leyendas Arturianas


Hubo un tiempo en que el conocimiento del mundo sólo tenía un propósito: Servir a Dios.
Un tiempo en que el hombre y su sometimiento a las leyes de la naturaleza, estaba regido por su propio temor a lo desconocido. Un tiempo, en definitiva, donde los acontecimientos de la vida, ignorados e incomprensibles, abrían un enorme abanico de posibilidades a las supersticiones, a las mitologías, a la magia.
Cuando me propuse abordar este tema de las leyendas del medievo, una duda me asaltó. ¿Seré capaz de extraerle algún provecho humorístico a una época de la historia que vivía obsesionada, tal que si ese fuese su deseo último, con el advenimiento del fin del mundo? ¿Una época que “ora et labora” vivía bajo el yugo asfixiante de la cruz y de la espada?
Ardua tarea.

No obstante, lo primero que pensé cuando releí el título de esta entrada, ya me tranquilizó a ese respecto.
Un pensamiento este, que fue no sino fruto de una interpretación literalmente viciada.
En lugar de “Leyendas Arturianas” (de la época del rey Arturo, se entiende, en la Inglaterra medieval), mi cerebro prefirió no aventurarse tan lejos, e interesadamente tomó la primera r por una s, componiéndoselas como de Leyendas Asturianas, de las Asturias del verde noroeste ibérico. Todo ello en un rapto fugaz del intelecto.
Posiblemente sea más cómodo pensar en Fernando Alonso, ese piloto ovetense de Fórmula 1 que realiza gestas victoriosas sobre su montura de cuatro ruedas, y que son glosadas de forma casi unánime en los medios de comunicación de nuestro país, o, desde una perspectiva todavía más doméstica si cabe, en la fabada, la sidra o ese anís de la Asturiana, asimismo de resonancias legendarias, y a cuyas cualidades también podemos conferir propiedades mágicas.
Por desgracia una vez superado el malentendido, o más bien, la querencia natural hacia el desatino que impone la pereza, ya sea para bien o para mal, nos vemos obligados a rectificar la senda trazada. Un andar descuidado en el que, como ya se ha visto, uno mismo se puede extraviar, a poco que se lo pida la desgana, el tedio, o la escasez de horas de sueño.

Lo cual, sin embargo nos devuelve al mismo punto en el cual, sólo un par de párrafos más arriba, ya nos habíamos quedado atascados.
Retornamos pues a la pregunta de antes: ¿Se le puede sacar algún jugo, por la vía de lo hilarante a un mundo de misterio, de leyendas, de magos y brujas, de batracios, que no son tales, sino seres encantados bajo cuya apariencia subsiste un príncipe azul, y con cuyo encantamiento han de malvivir en espera del beso reparador de una bella princesa? ¿Se puede uno cachondear de un hombrecillo sin oficio ni beneficio, de un auténtico paria, que viola la lógica aplastante de su fatal destino, descuajando una espada de una piedra, rompiendo un pertinaz y ancestral hechizo, y convirtiéndose por medio de ello en rey?
¡Esta es una historia que el alma humana absorbe por todos los poros de su piel con pasión y apetito arrebatadores! ¡Es el tránsito directo, por el camino más corto, de la miseria hacia la gloria! ¡El non plus ultra del pelotazo!
No puedo por tanto sino considerarlo como un truco vil, es decir, una más de las muchas trampas que acechan al intelecto en los relatos de las grandes proezas.
Muy típico, por otra parte, de nuestra condición, de exagerar los propios logros personales, los méritos contraídos, y toda la épica que los envuelve. De como en el juego del parchís, comer una y contar veinte.
Un campo este de la novelación de la realidad donde todo es posible, y que es una práctica que sigue vigente hoy en día, gozando de una salud inmejorable, por lo que muy raramente llegará en algún momento a extinguirse.
Y es que nadie está libre de haber atildado su singular e incomparable odisea íntima.
Todos hemos soñado con ser Ricardo Corazón de León, y resueltamente nos hemos transmutado en trovadores de sus/nuestras innumerables hazañas, absolutamente todas ellas memorables, en las cruzadas contra Saladino, para admiración y disfrute de nuestro rendido auditorio.
Pero dejando de lado lo que de inventado tengamos cada uno:
¿Se puede vivir en paz con la propia conciencia despreciando toda creencia en lo sobrenatural?
¿Podemos querernos a nosotros mismos aceptando que nuestra dotación en cuanto a bellezas, talentos, riquezas u honores, es muy inferior a lo que recomiendan los más reputados cuentos de hadas?
En fin, preguntas que no es sano hacerse, y menos aún contestarse.
Los cuentos, las leyendas y las rimas solo son herramientas de la mente para aliviar aquellos instintos, inconfesables en su mayor parte, que se encontraran entumecidos, o atrofiados por la reiteración de insatisfacciones.
Uno, a través de la identificación con el protagonista, se expurga por un momento de sus limitaciones y cortapisas vitales.
Evacua sus calamidades y reveses, y mira hacia otro lado.
No importa cuanto tenga la leyenda de disparatada, de absurda, de moralmente reprobable. De cínica.
Al fin y al cabo sólo se trata de pasar de siervo a rey, por arte de birlibirloque, con la afrenta que ello representa para con la justicia terrenal y lo insolidario que resulta.
Y eso por no hablar de aquel caldero lleno de monedas de oro, el cual hipotéticamente se hallaría enterrado allí donde el arco iris entrecruzara su curvatura con la de la madre Tierra. Nuevamente un caso flagrante de codicia desmedida, recompensada.
Historias que fomentan las pretensiones fatuas.
Algo apenas desligado, por mostrar un ejemplo sangrante, del encabezonamiento de entonces en la búsqueda de la piedra filosofal. Para desconsuelo y abandono de un estudio y una ciencia más edificantes.
Todos estos, cuentos increíbles, desde luego, y si se me apura, no surgidos de la rumorología popular, sino probablemente mistificados adrede. Burdas alegorías de un universo fantasmagórico que, por si no fuera bastante con lo ya expuesto, alcanzan su culmen en la referida al elixir de la eterna juventud.
Aquí, el afán de hacer lo blanco, negro, llevado a su paroxismo.
En cualquier caso, las gentes de aquella época, confío yo, no debieron ser tan tontas, ni tan crédulas. Quiero pensar que se debieron parecer más a nosotros. Más prácticos en cuanto a sus expectativas, no tan ingenuos, desengañados de curanderos y astrólogos.
Y todo ello, por más que nunca dispusieran de la opción de rebatir, con los hechos, y apoyados en la fuerza y en la certeza que brinda el conocimiento, a tanto embaucador, a tanto rufián, a tanta majadería.

P.D.: Por si acaso, para una mejor comprensión de la mentalidad imperante en la época, recomiendo visitar este enlace de la Wikipedia dedicado al cuadro de Hyeronimus Bosch (El Bosco). El carro de Heno.
Si bien lo contrario, mantener una percepción fantasiosa, como en Excalibur, sea probablemente más goloso. :-)