domingo, 30 de mayo de 2010

La felicitá perduta


“Un puñetazo en la mesa”
The Mongolia Times

“La cronología de una fatalidad larvada.”
Neanderthal Zeitung

“El autor sienta en el banquillo de los acusados a una sociedad de consumo, cuyo principal artículo de compraventa y desecho, son esas mismas personas en las que basa su sustento.”
Le Sonsonette Quotidien

“Sobre la futilidad del alma, la pérdida de las referencias, y el orden supeditado a una autoestima caduca, como la del que corre como pollo sin cabeza.
La felicitá perduta es un relato amargo sobre la realidad de aquello en lo que se convierte la vida, cuando ante nosotros ya solo quedan las cáscaras por recoger. Cuando aquello de lo que hasta entonces creíamos estar disfrutando, así como si tan sólo de un aperitivo se tratase, se ha volatilizado delante de nuestros ojos.”
Cahiers du Charleston

“Mortal de necesidade”
O Correio da Brincadeira


Quasarts entertainment
presents

In association with Food and Drugs blogs

Una historia de amores turbios, superficiales e irresponsables. De cuando eso que estimamos como real, resulta ser no otra cosa que cartón-piedra. O peor aún, piedra, papel, tijera.



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domingo, 16 de mayo de 2010

Calamidades non stop


El ejército estadounidense ha desembarcado de nuevo en las playas, rememorando su pasado en Normandía. Pero esta vez no es en Europa, ni para luchar contra enemigos de carne y hueso (que no sé si esto se puede aplicar a los nazis, pero en fin…), sino en las costas de la Luisiana, en el propio hall de su casa, y contra un enemigo en principio menos mortífero, pero al que por desgracia no se puede vencer, porque como vulgarmente se suele decir, nos tiene agarrados por donde más duele.

Esto, claro está, nos ha recordado a muchos la catástrofe del Prestige en nuestro propio litoral, y la entonces célebre palabra “chapapote” ha vuelto a ponerse de actualidad.
Una palabra que fue la sensación de aquellos meses. Exportada a toda España y parte del extranjero, como el marisco, el pulpo o los vinos de las Rías Baixas, con igual o parecido éxito.
Lo triste del asunto es que, me barrunto yo, no será el último neologismo que nos tendremos que inventar para definir a esta nuevas calamidades que, evisceradas de nuestro febril progreso tecnológico, amenazan con seguir complicando, y todavía en mucha mayor medida, el futuro del planeta.

Parecía que de hecho, con la crisis de por medio, y otros problemas de más importancia requiriendo toda nuestra atención, nos habíamos olvidado un poco de mirar por la naturaleza. Pero es que en realidad, en el mismo retroceso de la actividad económica, casi se podía entrever el bálsamo de una tregua. Las grúas iban una por una desapareciendo del horizonte de nuestros pueblos y ciudades, dejando de vomitar cemento enfermizamente por todas las esquinas. Los todoterrenos, los 4x4 estilo Hummer y demás compañía, heridos de muerte en su glotonería, se veían obligados a despejar el camino, y como gigantes con pies de barro que eran, añadían su nombre a los de la mítica lista de experimentos fallidos de la ingeniería, tipo Titanic o Hindenburg.
En espera ya tan sólo de fosilizarse plácidamente en salones de museos, o bajo la mirada nostálgica de los coleccionistas de antigüedades, como esqueletos inertes, sin apenas otro sustento que el de las desorbitadas fantasías de ambición y poder, a las que en su día dieron vida, ahora extintas.

Pues sí, amigos. Incluso cuando los reflujos de la codicia humana se hallan en bajamar, también es posible encontrarse con que las aguas vienen negras. La Tierra sigue siendo sometida a perforaciones malsanas y adictivas, en una especie de acupuntura diabólica muy similar en su concepto a la del cenobita sadomasoquista de Hellraiser. Todas ellas en la búsqueda desesperada de un recurso cada vez más escaso. Un recurso este, el petróleo, que, cuando definitivamente se agote, dejará a toda nuestra civilización sin el combustible con el que alimentar sus fuegos fatuos, embarrancada, presa del pánico y de la histeria, en su incorregible ansia por asfaltarse la inteligencia y el buen gusto.
No será entonces el cataclismo que muchos vaticinan, sino tal vez, el esperado momento del reencuentro con nuestra verdadera esencia. La oportunidad de hacer del mundo un lugar mejor adaptado a nuestras necesidades reales. Y acostumbrarnos de nuevo, como los navegantes de antaño, a escoger y enhebrar los vientos favorables. Esos que nos habrán de llevar a buen puerto, aquel de cuya guía cuidaron siempre las estrellas… Tal vez, para cuando seamos capaces de volver a verlas brillar en la oscuridad de la noche.
Pero hasta entonces, aún queda mucha porquería que recoger de las orillas de este sufrido mar que nos rodea, experto en tempestades y naufragios.
Es nuestro sino.