lunes, 30 de agosto de 2010

El novio magiar


Hola, amigos.
Tengo una mala noticia que comunicaros: Mis vacaciones han terminado. Buaaaaaa.
Si, han terminado, no como el rosario de la aurora, pero… Pero eso ahora es ya lo de menos.
Vuelvo al curro. Vuelvo a tener sentado enfrente a un señor de bigote que me controla, fiscalizando todos y cada uno de mis movimientos. Si pestañeo fuera de tiempo, me saca una tarjeta amarilla, si voy dos veces seguidas a hacer pis, la roja.
Volveré a estar preocupado todo el día de lo que le pueda chivar a los jefes supremos del PCUS, a los ayatolás, a los ulemas, a la curia cardenalicia, a los imanes, a los lomos plateados de la empresa.
Un marrón, ¿Verdad?
Se acabaron las cuchipandas, el pescado frito (las xoubas), los crustáceos y moluscos recién pescados, los helados del chiringuito, los paseos por la orilla del mar avizorando hembras salvajes de la especie Homo sapiens (para mi tesina en la universidad de la vida), los atardeceres con puesta de sol y de luna simultáneas (poesía que no falte), las travesías en piragua a islotes deshabitados (sin famosos)… Se acabó dormir a pierna suelta sin rendir pleitesías al neurasténico del despertador (¡Genocida! ¡Así acabes en la Corte Penal Internacional!)
En fin, que estaba más contento que una Naomi Campbell, a la que le hubieran llevado a casa un puñado de diamantes de regalo, cual promoción de supermercado por una compra superior a 5000 fiambres en la sección de carnicería, pero que nada… Que a todo cerdo le llega su San Martín.
Y en mi caso más, ya que es el patrón de mi ciudad.

Me sentaré de nuevo ante un tribunal que me juzgará culpable de todos mis actos, de palabra, obra y omisión, cual Yor-El en Superman, con la salvedad de que yo me parezco a Marlon Brando casi tanto como a Rin-tin-tin.
Y es que este verano se irá, otro más de tantos, al baúl de los recuerdos directo. (¿No era Julio Iglesias el que cantaba algo parecido, o Dyango?)
Estallará como Krypton, en multitud de pequeños pedacitos que se irán esparciendo de manera aleatoria por el cosmos, y así hasta desaparecer sin dejar rastro en su oscura inmensidad.

Se me acabó el pasimisí, pasimisá, por la puerta de Alcalá.
Y todo porque uno, en realidad, no es más que un gris oficinista, un burócrata de la peor especie, que se le hacen los ojos de gelatina ante un simple anuncio del Aquapark. Ojalá se pudiera, como la abuela del dibujo, tan siquiera aspirar a algo nutritivo de verdad, como controlador aéreo, o protésico dental, o fisioterapeuta (masajista) de la selección española de natación sincronizada.
16.700 euros que cobran al mes los primeros… ¿Qué hacen con tanto dinero?
¿Qué hacen en su curro que los untan de esa manera?
Si aplicamos una simple regla de proporcionalidad, su estrés debería ser entonces equivalente al de 16.7 mileuristas (mileurista arriba, mileurista abajo…)
Como para no santiguarse.
O será que se requieren unas capacidades psico-intelectivas de las que el resto de los mortales adolecemos. La realidad es que, lo que más cerca está mi curro de eso de ser controlador aéreo, es cuando el plato de fabada que me he comido en el almuerzo me sienta mal, y me tengo que pasar toda la tarde controlando - aguantando a pie firme - para que mis tripas no salten por los aires, inmolándose dentro del superpoblado recinto oficinil.

Es la eterna y recurrente tragedia de Sísifo y su condenado pedrusco.
Mis horas, minutos y segundos dejan pues de nuevo de ser suspiros, para transmutarse en eternidades.
Y sin embargo tú seguirás ahí, querido lector de Food & Drugs, metiéndote entre pecho y espalda mis chorradas, por más que luego te tengas que tomar el bicarbonato con cucharadas soperas.
Es gracias a ese apoyo, que me atrevo a recomendaros la lectura de otra de mis creaciones artísticas (¡¿otra?!): El novio magiar, disponible en Status: Playing, al módico precio de un click (o de una clack).
No dejes que una final de la Champions Madrid-Barça, una cita con Mark van der Loo, o un crucero por las Seychelles, te aparten del placer salvaje que sólo proporciona la trepidante literatura blogosférica.
Haz un paréntesis en tu diario discurrir (muchos paréntesis van ya, creo…)
Eso sí, no lo hagas en horas de curro, que el señor de bigote está obsesionado contigo, y podría echar mano de las tarjetas… O del pito (del silbato).

PD: El relato está escrito en castellano en un 90%, otro 5% en gallego (razonablemente inteligible, espero), otro 5% en inglés (pseudosubtitulado), y pequeñas trazas de italiano, húngaro y hasta catalán.
Algún día probaré con el esperanto.
Ánimo valientes. ¡Que lo disfrutéis!

El novio magiar

lunes, 9 de agosto de 2010

Vacaciones de mis entretelas


Sí, amigos, estoy de vacaciones.
¿Tanto se me nota?
Este verano empezó muy caluroso, quizás excesivamente caluroso, con temperaturas máximas que en algunos momentos llegaron a rozar los 40º Celsius, aunque ya parece, que a día de hoy, eso, que era la principal pega, se ha ido suavizando.
Un tipo antojadizo el Celsius este. Tanto él como sus colegas Kelvin y Fahrenheit, son mundialmente conocidos por sus extremismos y repentinos altibajos.
Pero, olvidémonos de ellos. Si los periodos vacacionales son tan especialmente queridos y deseados es, entre otras cosas, porque nos podemos desentender de cierta gente cuya meteorología personal suele ser, y es, pertinazmente borrascosa.
Pero, bueno, como ya digo, este es tiempo de suaves brisas acariciando la piel, el Yodo del mar adhiriéndose a una epidermis bronceada y revitalizada. Nada de pellejos macilentos colgando. Un par de días de playa, y cualquiera pasa de ser doña Rogelia a metamorfosearse en Beyoncé.
Y es que el sol, y más concretamente el sol que relumbra sobre las costas españolas, es mano de santo. ¡Que se lo digan si no a la mujer del presi, a Michelle Obama, tan lustrosa y tan buen color que tiene ya ella de por sí, que no pudo evitar acercarse a la Costa del Sol – justamente – a dejarse irradiar por los benéficos rayos del astro rey!
Alguien le dijo que el crepúsculo, contemplado desde la Alhambra era el más bello del mundo, y ella ni corta, ni perezosa, echó mano de las maletas y el neceser, y se fue para allá a comprobarlo.
Sin embargo, aunque eso puede ser más o menos cierto, nada, creo yo, tiene que envidiar a la puesta de sol que ayer mismo, un servidor, pudo disfrutar, mientras se bañaba a las 21 horas, en mi ya habitual pequeña playa de la ría de Arousa.
Digamos que siendo la hora que era, la misma que puntualmente marcaban las agujas del reloj, apenas se percibía como tal por los sentidos.
Es más, su momento había llegado, pero el disco refulgente, señor y dador de vida, se resistía a ser engullido por las sinuosidades del horizonte, y daba sus últimos coletazos con una fogosidad desconocida. En absoluto era ese redondel anaranjado que se oculta mansamente bajo tierra. Este sol moría matando.
De hecho cuando se consumó su estertor final de luz, lo que vino después no pudo ser sino lo más parecido a un eclipse.
Las penumbras se adueñaron del orbe, como si alguien súbitamente hubiese oprimido un interruptor, y rachas enloquecidas de viento se levantaron de todos los costados, transformando en millones de diminutas escamas sobre la superficie del mar, la hasta entonces cegadora alfombra de lentejuelas sobre la que minutos antes plácidamente se recostaba… Solo faltaban los campesinos chinos de la dinastía Ming, para ponerse a golpear cacerolas y hacer ruido, y así espantar al dragón que se lo estaba comiendo.
Pues eso, que aún a sabiendas de que he agotado ya una de mis tres semanas de asueto, permanezco todavía en ese limbo, en ese líquido amniótico, del que se siente y se cree de una vez por todas reintroducido a su ecosistema natural. Como las águilas imperiales de Rodríguez de la Fuente, haciendo acrobacias por entre el rocaje y los riscos del monte perdido (sí, en verano uno se papa también muchas reposiciones televisivas).
Iluso.
De hecho, no sé por qué, pero ahora me he acordado de aquella película de Audrey Hepburn, en la que hacía de monja en las misiones, y particularmente aquella escena final en la que, desengañada de su vocación, regresaba a la gris y deshumanizada realidad por la puerta de atrás.
No sé, me ha venido a la mente. Ha debido ser un dejá vu de esos. Será mejor que no esté tanto rato fuera de la sombrilla.
Y, bueno, por ahora esto es todo. Ya veremos si hago, o si no, mientras el tiempo y la autoridad competente lo permitan, alguna otra glosa, crónica, alegoría o sainete a mi escaso y valiosísimo tiempo libre. Mucho más codiciado que el coltán de Sierra Leona.
(Dónde va a parar.)