lunes, 15 de noviembre de 2010

Por amor al arte


El dibujo de hoy, cómo algunos habréis ya advertido, es una recreación libre de la celebrada obra del pintor galo de estilo neoclásico Jacques-Louis David, La muerte de Marat, la cual, basada en hechos reales, se convirtió en un referente, nada más ni nada menos, que del agitado periodo de la Revolución Francesa.
Todo un personaje el tal Marat. Os lo digo yo. Conspirador, agitador de masas, delator de contrarrevolucionarios (acusica barrabás, al infierno te irás), pero también ferviente estudioso de la medicina y de la ciencia, lo que por otro lado no le impidió, inclementemente, arrastrar a la guillotina al insigne químico Antoine Lavoisier, autor de la ley de la conservación de la masa.
(Desde luego la suya se conservó después del afeitado - la masa, me refiero, aunque también la ley - por más que en su enunciación definitiva terminara albergando ciertos elementos inconexos.)
Pero olvidémonos por ahora de Lavoisier.
Otra característica de Marat era el padecer una enfermedad de la piel que le obligaba a pasar gran parte del día a remojo - al parecer lo único que le proporcionaba alivio – y por tanto a escribir metido en la bañera.
¿Cuantos de nosotros - eh amigos lectores, y sobre todo blogueros - tan aficionados que somos a darle a la tecla, no nos habremos llevado de vez en cuando el portátil a algún lugar inverosímil, emulando a este señor?
Como veis un individuo bastante pintoresco, del que si queréis saber más, aquí os dejo un enlace directo a la Wikipedia.

Pero, volviendo de las oscuras cavernas del pasado…
Seamos serios, la historia no fue una asignatura en la que, moi [muá:], de crío, particularmente sobresaliera. ¿A qué viene entonces que ahora, ya pasada de largo mi etapa formativa en la ha tiempo difunta EGB (Educación General Básica), me ponga a perorar sobre los temas y lecciones que en su día no me dio la gana de estudiar?
Muy fácil. Principalmente porque ahora ya nadie va a examinarme, (un punto bastante importante), y segundo porque ha tenido que ser a estas alturas - pero así ha sido - cuando he descubierto que el adentrarme por sus túneles y laberintos me resulta una aventura de lo más apasionante, un viaje a lo desconocido del que nunca estoy seguro a donde me va a llevar, y, desde luego ya en ningún caso, un pesado fardo de apuntes y libros que memorizar de pe a pa.
Y es que querámoslo o no, las circunstancias de la vida, (no olvidemos que según Ortega y Gasset estas venían siendo algo así como la mantequilla en la tostada del Yo) importan y mucho, siendo capaces de cambiar por completo nuestras opiniones, nuestras preferencias y hasta el modo de entendernos a nosotros mismos.
No en vano nuestra propia intrahistoria es terriblemente dependiente de ambos factores, en el sentido de que, no hay nada de lo que nos suceda, que podamos sujetar a premisas simples y de fácil manejo. Cómodamente reproducibles en el tiempo.
Igual que el que uno sea asesinado a traición, nada tiene que ver con el hecho de que le guste escribir en sitios raros.
Una cosa esta última que yo, de niño, tenía si bien bastante dificultad en comprender. Porque cuando era pequeño y veía la maravillosa serie de dibujos animados Érase una vez el hombre, esta, la del asesinato de Marat, había sido una de las escenas que más me había impactado. Y por entonces, sin ningún género de dudas, yo asociaba directamente el hecho de que al señor del turbante lo hubieran cosido a cuchilladas, con la manía que este tenía de hacer cosas inadecuadas en lugares que no venían a cuento.
Pasarse todo el día metido en la bañera, sumido en sus disquisiciones, era para mí, condenado como estaba a los cinco minutos del tiempo máximo del agua caliente de la ducha, un pecado y de los gordos.
Con esto pues quiero decir, que, nos guste o no, somos entes en permanente estado de transformación. Para bien o para mal.
Donde dije digo, y donde digo Diego.
Y quizás sea por ello que tratemos de buscar en el arte, tanto en su disfrute como en su elaboración, esa condición de inmutable que como organismos vivos que nacen crecen, se reproducen y mueren, nos está humanamente vedada.
Ni falta que hace, por otra parte, hablar de la obsesión de muchos artistas por alcanzar la inmortalidad a través de sus obras. Algo de lo que no haré escarnio, pero que, no deja de ser un magro consuelo para quienes no han tenido éxito en vida, ya sea justificada o injustificadamente.
Puede también, abundando en el tema, que algunos se hayan suicidado para atraer la atención sobre sus trabajos - no me extrañaría nada – pero me basta recordar a aquel sueco que delante de la tele se comió un pedazo de su propio culo, para demostrar que cierta clase de imbecilidad supina no es privativa de los artistas.
Otras veces, cuando uno se convierte en artista de éxito, y se pone de moda lo que hace, luego, sencillamente, ya no es capaz de regresar a la anónima vida de un don nadie corriente y moliente, y salta por la ventana a la mínima que intuye que todo su mundo de oropeles, su país de las maravillas, no era más que una ilusión.
De hecho en este enlace del blog Carlos Tigre sin tiempo, hay una historia muy trágica al respecto y que lo ilustra bastante bien.
En fin, que se puede entregar una vida al arte, lo mismo que al circo, o a batir records Guiness, y eso no nos garantizará ni un ápice de éxito, ni muchísimo menos de felicidad, pero al menos, tendremos algo con lo que entretenernos durante nuestros ratos de ocio… Algo que de salida a nuestra creatividad.
Que no todo se reduzca en esta vida, a hacer pajaritas de papel en horario de oficina.

martes, 9 de noviembre de 2010

La jungla del bienestar


Uno de los baremos tradicionalmente usados por el populacho para cuantificar la magnitud de las crisis económicas, recesiones y pelotazos cesantes es y ha sido siempre la afluencia de público a bares, restaurantes, discotecas, y en general locales adscritos al vetusto y honorable negocio de la hostelería.
Del análisis de la fauna que los habita, su censo y clasificación, depende pues en gran medida la percepción por parte del ciudadano de a pie, de la erosión que el derrumbe de los mercados financieros, o el pinchazo de la burbuja inmobiliaria, tiene, o está teniendo, en el entorno más inmediato en el que vive.
Llama por tanto la atención a muchos, el hecho de que a pesar de que en medios informativos de todos los pelajes se coreé a bombo y platillo la magnitud de las cifras de desempleados, o de déficit público, o de recortes en prestaciones sociales – resumiendo, de la macrocrisis económica global – la tapería de la esquina de su barrio se siga poniendo de bote en bote todos los sábados, domingos y fiestas de guardar.
Y entre esos muchos me encuentro yo.
(Yo… sí… Escéptico por naturaleza… La duda cartesiana elevada a su grado supino... Razonador de lo inverosímil, de lo opuesto y de lo peripuesto.)

Porque, siendo como era esta, en principio, una situación excepcional, que si bien dura ya más de dos años, ¿No resulta chocante que la población la haya asumido con tanta pasividad, si no - si se me permite - tan frívola indiferencia?
Ha habido, de hecho, o eso dicen las estadísticas, montones de desahucios, despidos, prejubilaciones, e incluso una huelga general, y nada de ello ha conseguido mermar o atenuar las ganas de juerga de los parroquianos. No hay, por así decirlo, una conciencia colectiva de drama. No se palpa, a mi entender, en la calle. Desde luego si que se estará viviendo en privado, pero… ¿Es posible que los más afectados hayan conseguido metabolizar, sin necesidad de grandes sacrificios, ese eficacísimo tonificador del espíritu que es el “panem et circenses”?

Aunque, después de todo, puede que en realidad no haya tanto de lo que sorprenderse.
Como bien dijo Jordi Pujol, ex presidente de la Generalitat de Cataluña, en una reciente entrevista televisiva, la diferencia de esta crisis con respecto a las otras por las que anteriormente había atravesado España, es que era una crisis de país rico, mientras que las otras lo habían sido de país pobre.
Algo en lo que coincido plenamente.
¿Pero es esto realmente así? ¿Dan las exangües arcas del estado para tanto? ¿No hemos pues de preocuparnos en exceso por la salud de nuestra sociedad del bienestar, si acaso con unos achaques de lo más intrascendente…?
Yo, por mi parte, creo que la bestia de tres cabezas, y que echaba fuego por la boca, parece que empieza a estar un poco más domesticada, pero hay algunos puntos que, no obstante, quisiera matizar:

1. España, y en general el mundo occidental, se está empobreciendo, en términos relativos, como consecuencia de una redistribución de la riqueza hacia las nuevas potencias emergentes.
2. La propia renta interna de los países, se redistribuye a su vez, pero en este caso no de forma homogénea, sino para acrecentar las desigualdades. Esto es, cada vez hay más multimillonarios repartidos por el mundo, pero también más pobres, y muchos de estos donde antes no solía haberlos.
3. La gente no entiende del todo los porqués de los desbarajustes económicos, pero asume las penas y castigos en su condición de fiel lacayo, como expiación de su naturaleza pecadora. Es como se ve, una forma de pensamiento mágico, que enlaza muy directamente con el de las primeras poblaciones de nuestros antecesores del Paleolítico tardío.
4. La China comunista (y de libre mercado), y en particular su política expansionista, amenaza con esquilmar todos los recursos del planeta Tierra, para fabricar con ellos millones y millones de artículos de lo más variopinto, y de dudoso buen gusto, a precio de risa, e inundar los extrarradios del orbe de bazares, tiendas, y restaurantes de todo a cien. Su meta de hecho, es revolucionarnos culturalmente, y que antes de 15 años hayamos abandonado las hamburguesas y la coca-cola, y nuestra dieta se componga de ratas y licor de serpiente.
5. En España no nos gusta, nunca nos ha gustado, trabajar. (Malamente vamos a salir así del bache…Vive dios.) Yo mismo, he hecho un gran esfuerzo a la hora de confeccionar este post, y os diré la verdad, me encuentro un poco pachucho.
Bueno, pachucho tal vez no, pero sí raro. Aunque algo rarito nunca he negado que sí que lo fuera.
Recapitulando. Que las familias españolas, o las latinoamericanas, también muy presentes en este blog, o los moradores de las antípodas, tienen argumentos de peso para preocuparse, al igual que lo hace el ya un poco senil Tarzán y los suyos, como muestra el dibujo. Pero que si prefieren inhibirse, lo comprenderé perfectamente. Porque de agoreros ya está uno hasta la coronilla, y como reza el dicho: Bien predica quien bien vive.
Saludos y hasta el próximo post.

lunes, 1 de noviembre de 2010

El Autoconocimiento, en cómodos plazos


Es un hecho. Ya sean los sabios de la Grecia clásica, o el vidente más cutre y salchichero de cuantos ofrecen consejo espiritual en la sección de anuncios breves de cualquier gacetilla de provincias, todos lo tienen muy claro. El autoconocimiento, esto es, el saber con precisión matemática el pie del que cojea, no el vecino, sino uno mismo, es la clave del buen vivir.
Y a esto, naturalmente, me adhiero yo también, que en un ejercicio de talante populista, daré la razón tanto a tirios como a troyanos. Como veis, aún muy en el fondo de mi ser, si escarbo un poco, todavía puedo encontrar trazas de realidad que me permitan soñar con llegar, algún día, a ser presidente del Gobierno.
Y es que, queridos amigos, de eso es de lo que en definitiva trata el autoconocimiento. De saber hacer encajar, como las piezas de un puzzle, las expectativas vitales de uno, y los medios tangibles, e intangibles, de los que dispone para alcanzarlas.
Esto nos evitará a la postre, las frustraciones, los desengaños, y en general, ese hábito tan común de la especie humana de mear fuera del tiesto.
Pero ¿Cómo se llega al conocimiento profundo de uno mismo? ¿En qué academia o laboratorio se expiden los certificados que dan fe de haber llegado a ese estado privilegiado del alma?
Interesante cuestión.
Tomemos pues aire antes de lanzarnos a por una respuesta.
Y qué mejor que el aire puro y cristalino de la altas montañas para ello. ¿No os parece?
Viajaremos por tanto a los Alpes suizos. Más concretamente a la célebre localidad de Ginebra, donde se halla situado el gran colisionador de hadrones o CERN, que es a día de hoy donde se lleva a cabo el mayor, y más ambicioso, experimento de la historia de la humanidad.
Es evidente que en nuestra búsqueda, hemos decidido no pararnos en barras, y emplear el mejor y más costoso instrumental de cuantos se hallan disponibles.
¿Pero en qué consiste dicho aparatejo? ¿Cómo funciona? ¿Y en qué medida nos afecta a nosotros? ¿Qué enseñanza podemos extraer de un cacharro mastodóntico en el cual se estudian fenómenos de la materia, que de tan infinitesimalmente diminutos se escapan a la vista, y hasta si se me apura, a la razón?
Vayamos por partes. Empezaremos por aclarar a qué juegan, con qué reglas, y con qué intenciones, esos sesudos señores de bata blanca que meten la moneda, nuestra moneda, en esa gigantesca tragaperras, con la esperanza de que en algún momento cante el especial.
Pues como decía el juego va de bolitas. Bolitas como las de un pinball cualquiera, pero tan inimaginablemente pequeñas, que en adelante las llamaremos partículas.
Estas partículas son disparadas, y posteriormente aceleradas, a través un de túnel circular, primero de un tamaño manejable, que les serviría como de pista de calentamiento, para en pasos sucesivos acceder a otro más amplio, y finalmente al ya, de todos conocido, de diámetro kilométrico.
Unos túneles en los que con cada vuelta completa que realizan estas partículas, reciben, como si así dijéramos, la colleja que les propinan unos gigantescos electroimanes y que las impulsan a coger más y más ritmo de competición, hasta casi alcanzar la barrera intraspasable que marca la velocidad de la luz.
Va por tanto la partícula con la lengua fuera, no pensando en otra cosa que en huir del electroimán, obsesionada con desembarazarse de su agresión permanente, pero en realidad volviendo a él cada vez con más y más desoladora asiduidad.
Terrible. ¿No?
Pero en un momento concreto sucede algo maravilloso. Otra partícula, que también corría como alma que lleva el diablo por el interior de ese mismo túnel, pero a la que habían dirigido en sentido opuesto, se cruza de pronto en su camino.
El resultado es un choque de trenes de proporciones cataclísmicas, en el que estas bolitas, las bolitas mágicas, experimentan en sus propias carnes la sensación de ser dummies en manos del destino.
Un choque en el que sus corazones se abren y expulsan al exterior cantidades ingentes de energía, de luz, y de a su vez otras partículas todavía más pequeñas, que servirán para dar a conocer definitivamente sus elementos constitutivos y sus propiedades intrínsecas.
Se sabrá entonces si el bosón de Higgs, esa micropartícula sobre la que, a decir de los científicos, recaen las potestades divinas de atar y desatar en este mundo lo que se atare o desatare en el otro, existe realmente. Responsable última de las fluctuaciones del vacío. O si una vez más, se trata de una construcción mental destinada a idealizar lo desconocido.
Y en esto consiste el experimento. En meterse castañazos de proporciones bíblicas contra otro, u otra, que venía de frente sin saberlo.
Pues de eso último es de lo que versa, amigos míos, ya un poco más eruditos lectores de mi falsamente modesto blog, el autoconocimiento de marras.
Esa es la partitura en la que se halla escrita la música que amenizará, o debiera amenizar, nuestras constreñidas existencias de tres dimensiones espaciales y una temporal.
En absoluto tarea fácil, ni representable en términos de inmediatez, como ha quedado demostrado.
Pues con esta harina tenemos que hacer pan.
Nada de técnicas de relajación, sesiones de yoga, u otras fruslerías acomodaticias.
En efecto. ¿Os creíais que el autoconocimiento se obtenía de devanarse los sesos delante de un espejo? ¿Oyendo músicas chamánicas? ¿O examinándose uno por uno los pelos del sombrajo, en un recuento al estilo de los campos de concentración nazis, para luego llevárselos por delante con una pasada de láser?
El autoconocimiento, y por extensión la felicidad, sólo se logra mediante la interacción con esas otras partículas, a simple vista insignificantes, que viajan en sentido opuesto. Con las que no nos siguen, con las que no nos escapan, y más importante aún, con las que no nos imitan.
Buscad esas partículas y os encontrareis a vosotros mismos.
Un saludo amigos y hasta el próximo post.

Postdata: En mi mejor tradición, os reservo para los más compulsivos consumidores de relatos blogueros, la última creación de la factoría Food & Drugs: El acomodador.
Disponible en Status: Playing, como de costumbre, y accesible únicamente al precio de un salto cuántico de un blog al otro. ¡Que lo disfrutéis!