miércoles, 28 de diciembre de 2011

A Belén pastores


Bien, la navidad del 2011 ya es historia, esa es la verdad.

El rey ya soltó su tradicional mensaje - como de costumbre calificado por la clase política de discurso "de altura", al tiempo que la plebe lo colmábamos de opíparos bostezos - las lucecitas del árbol se fundieron, los turrones y mazapanes completaron con éxito - es un decir - su travesía a lo largo de nuestros congestionados tubos digestivos, y el pavo... El pavo afrontó con entereza la misión para la cual se le había hecho venir a este mundo. Mundo cruel, lleno de vivos y hambrientos, a la mínima dispuestos a acuchillarte.

No obstante, quienes desde bien pequeños estamos infectados por el espíritu navideño, no lo consideramos solamente como una fecha concreta, puntual, después de la cual todo deberá volver ordenadamente a su curso normal, sino más bien como un periodo. Un periodo que, vaya o no acompañado de su siempre bien valorado correlato vacacional, se extendería hasta el día de reyes, el 6 de Enero, con la entrega total, verificada e irreversible, de los regalos que en buena lid se merecieren, o, en su defecto, el carbón.

Un año más hemos sobrevivido a la peor de las pesadillas del ciudadano de a pie, las reuniones familiares. Esta es de hecho la época del año en que mejor se aprecia esa realidad de la que ya en su día se percató el milenario filósofo chino Confucio, y que se resumiría, abreviando, en que cada familia es como un estado en miniatura, con sus propias leyes, sus propias jerarquías, y sus propias corruptelas. Según este sabio, un gobernante que no supiera llevar bien de la mano los asuntos de su familia, menos aún podría hacerlo con los de sus súbditos.

Afortunadamente, esto no se aplicaría a aquellos gobernantes cuyo papel es el de ejercer de meros espadones, por lo que no me gustaría que esto se entendiera como un cansino intento de polemizar, en algo de lo que ya se ha polemizado, se polemiza y se polemizará, en cantidades más que suficientes, e incluso, excedentarias, a lo largo de este año que agoniza, y del nuevo que se nos avecina.
Sirva, sin embargo, dicha reflexión, para recordar lo importante que es mantener la familia unida a pesar de los pesares. Por más que Menganito sea muy suyo, Zutanito, un mangante, y Perenganito, definitivamente insoportable.

Y démosle al César lo que es del César.
A veces, está uno parapetado en la trinchera con el Kalashnikov en ristre, y con lo que se encuentra es con que al final no es para tanto, y que en todas las casas hay siempre alguna pequeña riña y/o discusión, y que no sólo es sano y natural que así sea, sino que incluso hasta es deseable.

Pues sí, este año estoy satisfecho con la Navidad.
Se está pareciendo bastante a lo que una Navidad, en teoría, debe ser. Además, pese a que en esta ocasión el invierno ha entrado de través, ni todo lo frío que se esperaba, ni todo lo templado que sería de desear, más o menos, una suerte de invernía traicionera, he logrado llegar a las celebraciones libre de catarros, enfriamientos y patologías nasales varias, que ya en su momento, me echaron abajo el "acueducto" de la constitución.

Pero volviendo a las enseñanzas de Confucio... En medio de tanta abundancia gastronómica y cuchipanda familiar, no debemos olvidarnos de que seguimos en crisis, y que para muchos esta se extiende hasta su ámbito familiar, por lo que nuestro sentido de la generosidad haría bien en, si no tiene nada mejor de lo que ocuparse, darse un garbeo por aquellos lugares donde se le necesita, y de paso, ver un poco de mundo.

Otra cosa distinta es que la Navidad, haga brotar de la gente un renovado espíritu de amor al prójimo, puro y desinteresado, que no suele ir más allá de lo meramente testimonial, pero que al menos nos obliga a incluirlo como propósito, eso sí, más bien relajado, para la agenda del nuevo año. Un año que, nos guste o no, ya está llamando a la puerta.
Y un año que, caso de que al final no sea el último-ultimísimo, sino uno más como cualquier otro, viene si bien cargado de acontecimientos, sorpresas y sobresaltos. Creyéndose él también, importantísimo y trascendental para la historia del mundo, de la humanidad, y, si se me apura, a tenor de los últimos avances científicos en materia de bosones, hasta de la del Universo.

Un saludo a todos, y felices fiestas.

miércoles, 30 de noviembre de 2011

El blanco adelgaza


Sí, amigos. Hasta ahora yo pensaba que no, que era al revés, que era el negro el que adelgazaba, y que en cambio el blanco engordaba cosa mala, pero no… Al final va a resultar que las cosas no son tan sencillas.
Digo esto porque un comité de expertos apoyados en estudios geológicos y datos empíricos provenientes de radares instalados en submarinos y satélites, afirman que el espesor del hielo acumulado en los polos se encuentra ahora mismo en su mínimo histórico e histérico, esto es, desde que se tiene noticia, y que a este paso, bien podría derretirse por completo en unas pocas décadas.
Y cuanto menos hielo, más radiación engulle el planeta, poniéndose más y más calentorro.
Terrible catástrofe, a la que es muy difícil verle la vis cómica.
Si acaso, nos enfrentaríamos a una más de tantas paradojas de la vida, por cuanto que a medida que la capa de hielo adelgaza, nos vamos quedando sin casquete.
Pues sí, los pasos antaño permanentemente helados del Ártico están, a día de hoy, abiertos de par en par para la navegación comercial. Hecho inaudito y de gran significación.
Para las personas con una mínima conciencia ecológica son malas noticias, para otros, no tanto.
De hecho, Rusia, Noruega, Canadá, por mencionar sólo unos pocos, se frotan las manos, mientras preparan su marina mercante para contaminar, más y mejor, zonas que hasta ahora se hallaban en estado virgen.
Pero este no es el único drama que afecta a aquel globo terráqueo que nos hicieron aprendernos de niños. Sí hoy por ejemplo, intentásemos con un atlas en la mano de nuestros tiempos de estudiantes, localizar sobre el terreno el mar de Aral o el lago Chad, iríamos, con perdón, de cráneo.
El primero, sacrificado al riego del cultivo extensivo del algodón por las dictaduras soviéticas y post-soviéticas del Asia central. El otro, tres cuartos de lo mismo, a cargo una vez más de gobiernos irresponsables de estados fallidos. Y en cuanto al mar Muerto, mejor no hablar. Va camino también de hacer honor a su nombre. Y es que, urbanizar todos los asentamientos de los territorios ocupados, no sólo tiene un coste político.
Veo pues a una muchedumbre voluntariosa armarse con balas de paja, e improvisar con ellas colchones sobre las vías del tren, y ya sólo pienso en una cosa: Convoy de residuos tóxicos o radiactivos al canto, dirigiéndose con paso firme a defecar lo que contienen sus tripas cerca de colegios y hospitales.
Es así de triste.
Pero volviendo al tema del hielo, sobre el que los científicos aseguran haberse traspasado el punto de no retorno… ¿Le importará esto algo al nuevo Zar de todas las Rusias, el sr. Putin, que en realidad de nuevo no tiene un pelo (ni de nuevo ni de viejo, también es verdad)? Y más aún, ¿Le importará realmente un pimiento, o al menos medio, esto de proteger al planeta, de no poner nuestra casa hecha un vertedero, a alguno de los recién, y flamantemente, estrenados mandamases de nuestra vieja Europa, empezando por el nuestro, y sus célebres hilillos de plastilina?
Pues bien, mi opinión, es que a este último debería… Debería importarle y mucho, tan patriota que se suele considerar.
Porque si bien a los rusos una subidita de temperaturas no les vendría nada mal - ¡y no tendrán ganas ni nada de hacer a un lado la manta a cuadros! – nosotros, de seguir así las cosas, nos vamos por el contrario a asar como pollos.
Pero claro, difícilmente podremos presionar a otros cuando aquí, en nuestro mismo suelo patrio, contaminamos y despilfarramos la energía a calzón quitado, sin ningún recato.
De hecho antes había en la península ibérica cuatro estaciones, primavera, verano, otoño e invierno, y ahora sólo hay dos, calefacción o aire acondicionado.
En fin, que hablando de mantas, creo yo que sería bueno reaccionar al problema con tiempo, y no que, en llegado el momento, tener que liarnos la ídem a la cabeza, sacar el colchón al patio y ponernos a dormir sobre la vía muerta de esta civilización incívica, derrochadora y glotona.
Una civilización que apesta ya, dicho así, sin tener que esperar a más. Y aquí me refiero principalmente a esos que sólo empezarían a preocuparse de verás por la desaparición de los polos, si estos fueran de marca Ralph Lauren.


domingo, 13 de noviembre de 2011

Cuestiones intemporales



Está el mundo patas arriba, y como que ya hace algún tiempo que se me han ido quitando las ganas de arreglarlo.
Sí, amigos blogueros. Quiera uno o no, el desánimo ha hecho mella en mí.
Pensaba yo que no, que era inmune a esa clase de comportamientos derrotistas, pero bien se ha visto que todo era no otra cosa que vanas ilusiones.
Me autoengañaba pensando que algún día, estos escritos que de vez en cuando plasmo en mi blog, se beneficiarían de algún efecto mariposa, y algún sumo dignatario mundial, autoridad monetaria, o consejo de rabinos, me haría llamar para discutir conmigo las soluciones al problema global del mundo.
Pero ya lo veis. No ha sido así. Ellos, los politicuchos del tres al cuarto, se empeñan en hacer debates cara a cara, intrascendentes desde mi punto de vista, y todo lo relacionado con Food&Drugs, con las opiniones que vierto en este, mi humilde pero inmodesto (cuando le da por ahí) blog, son excluidas por completo de los temas a tratar.
Se siente uno como un microbio. Esa es la verdad.
Pero tampoco puedo decir que me haya cogido por sorpresa. El número de lectores y visitantes disminuye día a día, y, o bien es a causa de que publico poco, y la gente ya ni se toma la molestia de pasarse por aquí, o que me he vuelto un pelmazo insufrible, obsesionado con colocar por bemoles, y a contracorriente, mis soporíferos tostones, como si de la deuda soberana de un país mediterráneo se tratara.
Siendo, desde luego, perfectamente plausible, que se den ambos fenómenos simultáneamente. Eso también puede ser.
Por eso hoy, he decidido cambiar el chip. Sí, ya lo creo que sí.
En esta ocasión dejaré a un lado mis presuntamente sabias reflexiones, o esos elevados y profilácticos ideales de los que me suelo jactar, para - no me creáis si no queréis - hundirme en el fango y ponerme a chapotear en él como hacen los grandes traficantes de Telebasura.
Algunos, no satisfechos con las explicaciones que ya os he dado, os seguiréis preguntando, naturalmente, el por qué. Y es que razones hay muchas, y sería largo e innecesario ponerme aquí a enumerarlas, pero por si acaso, como nexo común de todas ellas, digamos que he identificado mi principal problema en la ausencia, en una ausencia total y manifiesta, de cercanía con respecto a los problemas más perentorios y acuciantes de todo lector o lectora de blogs.
Alguien que lee blogs, eso está claro, no busca artículos de opinión similares a los de los periódicos. En absoluto. Para eso se conecta a la web de alguno de ellos, y ya los tiene, todos cuantos quiera, a su disposición. Mucho más interesantes, mejor documentados, y, también, no me cabe la menor duda de ello, mejor escritos.

Luego, ¿Qué desea encontrarse aquí, ese alguien que vaga sin rumbo por la red?
¿Qué es lo que su espíritu inquebrantable le demanda? ¿Cual es el tan ansiado fruto que su carácter indomable le impele a explorar?
Pues bien, un internauta curtido en mil blogs, experto en descifrar las más inextricables bitácoras personales, lo que necesita es que le digan aquello que la gente omite, por pudor, miedo o ignorancia, o por que le conviene, acerca de los misterios de la vida.
Para ser más escuetos: Lo que todos callan y de lo que nadie suelta prenda.
Sí, los lectores serían felices si yo les contase cómo triunfar en la vida, en los negocios, en el amor… Sobre todo en el amor.
Vendrían como moscas si yo, de la noche a la mañana me convirtiera en un grandísimo motivador, y/o facilitador - que es ahora así como se les llama - que les sirviese de guía en sus atribuladas existencias de eternos aspirantes a algo. A ese algo que no siendo nada a la vez lo es todo.
Conocedor de todas las fórmulas y remedios infalibles.
Pero, por desgracia, amigos míos, ¿un ciego guiando a otros ciegos?… Como que no.

Es por eso que puedo aspirar a ofreceros como mucho, mi apoyo moral. El que mi esfuerzo por complaceros os sirva como consuelo. Pero mucho me temo que ni para eso sirvo. Mis palabras suelen ser, en su afán de revestirse de un cierto halo revisionista y desmitificador, más descorazonadoras que otra cosa.
La gente, cuando se va de esta, mi casa, mi humilde morada intelectual, lo suele hacer espantada.
Tanto poner los puntos sobre las íes, incluso a las que, como las griegas, bien podrían ir por el mundo sin necesidad de ellos, ha acabado por convertir mis peroratas, en no otra cosa que repulsivas cucharadas de aceite de ricino.
¡Con lo poco que me costaría hablar de chorradas intrascendentes! ¡De si menganito está colado por menganita, y se le ve a la legua, pero no tiene nada que hacer porque es un pobre mindundi, que no tiene donde caerse muerto, además de ser feo como él sólo…!
¡De si perenganita, que está todavía de buen ver, pero nadie quiere nada con ella porque tiene más ceros en el cuentakilómetros que el transiberiano…!
En fin, esas cosas escabrosas, que son típicas de las mentalidades más simples y previsibles.

¡¡¡Pero es que eso es lo que funciona!!!
¡¡¡Esa mierda es la que gusta!!!

No fue hace mucho, de hecho, que una tarde me vi pegado, con toda mi familia, frente al televisor. Todos abducidos, viendo el programa de una televisión autonómica - Canal Sur para más señas - en la que uno de esos presentadores repescados de los baratillos de las cadenas de ámbito nacional, Juan Imedio, hacía el gran milagro de juntar parejas de ancianos y ancianas, sin aparentemente nada en común aparte de la vejez, y escasamente poco proyecto de vida futura en el que escudarse, para, como ya digo, mágicamente, conducirlos por la, siempre sugestiva, senda del amor.

Mi blog, bien lo sé yo, debería ser como ese programa. Ofrecer esperanza, y reconfortar al extraviado… Insuflar calor humano, allí donde las sucesivas heladas de un invierno largo e interminable, han dejado las ramas de los árboles desmedradas y quebradizas.

Pero lo que subyace aquí es evidentemente un problema de personalidad. De la personalidad del autor, obviamente.
Más me valdría pues afrontar un cambio de actitud. Abandonar mis posiciones de escepticismo a ultranza, y yo mismo, sin esperar a convencer antes a nadie, lanzarme en picado a la conquista de un ámbito de existencia mucho más abierto, menos cínico, más ilusionador.
No juzgar. No juzgar a nada ni a nadie. Ni aún cuando venga de la mano de la Telebasura, mi gran Satán. Y mucho menos a quienes se dan el sí quiero, sea o no a través de un tubo de rayos catódicos.
Creer más en ese tipo de amores, por empalagosos que sean, como el que se profesaban, al arrullo de los gorgoritos de Celine Dion, Leonardo Di Caprio y Kate Winslet en Titanic. Y no tanto jugar, tan infantilmente, a ser el iceberg - aquel cacho de hielo con tan mala leche - que hundió el “insumergible” trasatlántico.
Porque… ¿Qué mérito tiene?
A la hora de hacer el mal, de enjaretar barrabasadas al prójimo, todo el mundo tiene una puntería extraordinaria.

Por intentarlo pues nada se pierde, que dicen por ahí… O quizás, como mucho, sólo las ganas de volver a intentarlo.
Ya veremos qué sale del experimento. Y si no hay que llamar a los bomberos.

sábado, 15 de octubre de 2011

Guantazo que te crió


Ahora que tanto se habla acerca de la escuela pública, me viene precisamente a la memoria una frase con la que uno de nuestros maestros - maestros de los de antes, nada de educadores, ni de enseñantes, ni de eufemismos en vinagre - nos solía a mí, y a mis compañeros, fustigar a diario: Dos no se pelean si uno no quiere.

El buen hombre, que tenía tanto de filósofo, como de maltratador, tan pronto nos venía con esas imprecaciones pacifistas y pseudoreligiosas, como nos arreaba un buen regletazo en los nudillos.
Pero no había odio, simplemente un sano afán por acabar con las peleas de los recreos. Unas peleas que les costaban muchos pantalones raídos, muchas gafas rotas, y muchas coderas, a nuestros sufridos, y poco adinerados, padres.
Y eso, como ha quedado claro, aunque para ello hubiera de incurrir en una palmaria contradicción, haciendo loa de la no violencia, y al mismo tiempo recurriendo a ella para imponer su autoridad. Si bien, él se limitaba simplemente a cumplir, funcionarialmente, con la tarea que se le había encomendado, y para la que usaba indistintamente tanto del crucifijo como de la espada.

Por eso que ni entonces, ni ahora, he llegado a verle mucho sentido a la frase. Si acaso, siempre me pareció un sucedáneo cutre de su pariente más famosa, la de poner la otra mejilla. Extremo este, al que, os lo puedo asegurar, los niños de mi colegio, no le concedíamos la menor importancia.

El caso es que, se mire por donde se mire, la frase de mi maestro – por más bienintencionada y cargada de sabiduría que fuera - jamás hizo fortuna. Digámoslo sin más historias, nunca fue caballo ganador.
El desencuentro, los malentendidos, o sencillamente el choque de intereses, entre dos o más seres humanos, se siguen dirimiendo, en mayor o menor medida, por la vía de la patada en el bajo vientre. Siendo algo que, ni a corto, ni a largo plazo, tiene visos de cambiar

Y es que, seamos realistas, la lucha como tal, el choque puro y duro de cornamentas, es en el fondo una constante en todas y cada una de las especies que componen el reino animal. Leones, tigres, perros, gatos - sí, y hasta incluso las mismísimas palomas - tarde o temprano tienen sus más y sus menos. Por lo que, a este respecto, sería absurdo considerar a los seres humanos un mundo aparte.
Ni siquiera los vegetales, los árboles y las plantas, aunque no seamos capaces sino tan sólo de intuirlo, se libran de disputarse entre ellos cada centímetro cuadrado de exposición a la luz solar, cada mililitro de agua, cada gramo de maloliente y putrefacto abono natural.

El esquema se repite pues hasta la saciedad y de forma completamente autógena. Así, el líder de la manada impone su mando sobre los miembros más débiles y enfermizos, a base de mantener una permanente riña de baja intensidad, en lo que no serían sino pequeños rifirrafes rutinarios.
Todo ello muy cuidadosamente planificado, y siempre con la idea presente de beneficiarse de las propiedades de la hormesis. Un punto este – ver enlace - sobre el que conviene reflexionar. Además de disuadir con ello a otros potenciales contendientes, estos sí, ya no seleccionados al gusto del consumidor, y por lo tanto capaces de representar una amenaza más seria.
Se conseguirían, por tanto, innumerables réditos de semejante campaña, por no hablar de las energías ahorradas, muy necesarias estas a la hora de ocuparse de esos otros asuntos de vital importancia para la supervivencia, cuyo buen desempeño radica notablemente en la capacidad del individuo de situarlos, lo más al margen posible, del devenir de las hostilidades.
No perderse uno en mil batallas, como la España del siglo de Oro, el imperio otomano, o las huestes napoleónicas, sino más bien imitar a las modernas superpotencias… Esa es la clave del éxito.
Escoger a una víctima, de entre las muchas que pululan sin rumbo por el mundo, que tenga además la propiedad de disponer de una alta visibilidad, y acto seguido lanzarse a por ella a cuchillo, y arrasarla, reducirla a polvo, igualar su autoestima a la de un mondadientes usado, asegurándose bien, que entretanto - eso es esencial - los reporteros de las más importantes agencias de información se hartan de tomar instantáneas, de hacer primeros planos de las vísceras destripadas y de los miembros amputados.
No otra cosa que para puntual conocimiento de parroquianos e infieles, y, a mayores, formateado de sus conciencias.
Todo ello muy higienizante y con un coste relativamente bajo.

Si bien, enemigos y aliados pueden variar a lo largo del tiempo, no hay programas fijos, por lo que no conviene cebarse en la aplicación del castigo. Con una mano hay que dar la torta, y con la otra, el caramelo.

Siempre sin perder de vista que, la simplicidad en la fórmula para crear nuevos conflictos, no excluye en absoluto su inevitable porcentaje de riesgo. Si bien, un malentendido puede forzarse sin necesidad de grandes aspavientos. Y el repertorio de maniobras para ofender a alguien, sin que ello trascienda al público en general - sin que nadie te pueda acusar de ser el inductor - es abundante.
Al fin y al cabo, es absurdo pretender gustarle a todo el mundo.
La humanidad en conjunto ve las pequeñas refriegas entre sus componentes como un signo inequívoco de la vitalidad del grupo.
Por lo que nunca faltarán las cabezas pensantes que esgriman una justificación serena y razonada, extraída con mimo de lo más hondo de sus corazones, a cualquier intervención, armada o no, en defensa de lo que más convenga en cada momento.
Pero, repito, vendiéndolo todo con gran prosopopeya, llevando la motosierra de podar cabezas envuelta en un lucido y resplandeciente papel de regalo.

Caso por ejemplo del norte de Africa, y el brutal reemplazo que durante este último semestre se ha llevado a cabo en sus clases dirigentes, empezando por dictadores, cabecillas tribales y demás carroña afecta al poder. Todo ello a manos de las potencias extranjeras de toda la vida, temerosas, como de costumbre, de perder sus participaciones en los muy ventajosísimos negocios que por allí se ventilan.

Unas potencias, llamémosles Francia, Italia, Reino Unido, incluso nosotros, en calidad de micropotencia testimonial, que esta vez sí, se cuidan bien de predicar las bondades de la democratización universal, pero que en realidad se han lanzado en picado a proteger sus posiciones privilegiadas, y sus tratos de favor, en la puja, cada vez más a cara de perro, por las mieles del oro negro.
Eso si que es echar una mano al vecino… ¡Una mano al cuello!
Lo dicho. Es la eterna búsqueda del equilibrio hemodinámico aplicado a las operaciones bélicas. Poca sangre derramada, pero bien visible a los ojos del asustadizo espectador ocasional.
El homo pendencierus, como paradigma de lo recomendable y cimiento de la sociedad que funciona, la que no se anda por las ramas con utopías de difícil manejo, y costes inasumibles para las grandes fortunas.
La que no se achica, ni se le encoge ninguna tripa - ni muchísimo menos - con los misereres de indignados, blogueros o pequeños opinantes de voz afónica y filosofía no presencial.
Pero, dejémoslo aquí, pues cartografiar la locura y la maldad humana en toda su extensión, es más bien materia de estudio, a toro pasado, para los historiadores. La acción en tiempo real, abomina de los momentos de pausa y de las largas reflexiones. Sus objetivos son fortificaciones cochambrosas, como la de Bin Laden, bien localizadas sobre el terreno y fáciles de poner patas arriba, nada de grandilocuentes manifiestos a favor de una inverosímil paz mundial, ni de fastuosos castillos en el aire, más propios de los cuentos de hadas.

Búscate pues ya tu víctima propiciatoria ideal. No esperes más.
¿A santo de qué vas a ser tú el único (o única) que no se lo pueda permitir?
Hunde a tu prójimo, arráncale los ojos. Borra para siempre de su rostro esa estúpida expresión de felicidad ñoña. Be acid, my friend.
Una pequeña sinrazón que sirva para darnos la razón en todo lo demás. ¡Ese sí que es un buen negocio!
¡¡¡Es la actitud que triunfa!!!
¡Súmate a la estirpe de los elegidos!
¡Rompe con tu pasado bonachón, sesudo y mojigato!
¡Sé una pesadilla viviente para el pobre diablo de tu vecino!
Y que se le quiten, de una vez y para siempre, las ganas de faltarte al respeto.

Eso sí, por si algo no sale según lo esperado, y la víctima se transmuta en verdugo… Tampoco te lo tomes a la tremenda, ni te preocupes en exceso.
Hay a tu disposición ataúdes de todas las tallas y modelos… ¡Y tiradísimos de precio!
Arrieros somos…

sábado, 17 de septiembre de 2011

La frecuencia parásita

Bueno, colegas blogueros, se acabó el verano y se acabaron las vacaciones.
(De acuerdo, puede que técnicamente, oficial y astronómicamente, el verano todavía siga vivito y coleando, pero por lo que a mi respecta, ya está muerto y enterrado)
Dedico, pues, este post a una de aquellas noches veraniegas de calor asfixiante en las que, dado que no podía pegar ojo, volvían a mi cabeza los típicos pensamientos y obsesiones del periodo no estival, como recordándome, que en efecto, ellos y ellas eran, y son, los moradores e inquilinas reales de ese cuchitril abuhardillado en que, durante la mayor parte del año, se convierte el botijo de barro recocido con ojos y boca, que llevo encima de los hombros.

Unas cuestiones del tipo: La hipoteca basura, el salario de mierda, las cosillas de la edad, el inexorable paso del tiempo, la dictadura norcoreana de los instintos, etc… A las cuales, por si ya fueran pocos los problemas, se vendría a sumar el incordio supino de tener que lidiar con los más voraces depredadores conocidos del ser humano: Los mosquitos.

¡La de veces que, en medio de la oscuridad más absoluta, yo mismo me habré abofeteado la jeta, en un intento desesperado por cazarlos al vuelo!
Convertidos durante un mes entero en el pan nuestro de cada día, o para ser más exactos, convertido yo, un servidor, en el pan suyo de cada noche.

En fin, creo que esto resume un poco, a grandes rasgos, la pesadilla en que se convierte a veces mi existencia, cuando los condenados chupasangres, hacen su aparición estelar. Algo que muy bien se podría aplicar a otros contextos y otras situaciones, pero de lo que mejor me abstendré el entrar en más detalles, en aras del bien común.

Os dejo pues con un texto que escribí en una de esas largas veladas, al arrullo del cri-cri lejano de grillos y langostas, no sin advertiros de que, en efecto, es el resultado de una mente calenturienta, agostada por el excesivo sol, apenas habilitada para combatir el aburrimiento con sus neuronas en servicios mínimos.


La frecuencia parásita.

Es divertido comprobar a veces la obsesión que casi todas las disciplinas intelectuales comparten a la hora de considerar la pureza de sus intenciones, de sus logros, de sus objetivos o de sus planteamientos.
La pureza es, y ha sido siempre, una virtud indiscutible. Sería pues hasta cierto punto chocante no esperar de quienes se dedican a una actividad en esta vida, no tratar de buscarla hasta sus últimas consecuencias, aplicándose con verdadera entrega de pescadero raspando escamas, en la eliminación de todo aquello que la pudiera afear o degradar.
Lo curioso, sin embargo, y es a esto a lo que fundamentalmente trato de referirme, es que, mientras todas aquellas labores que se desarrollan en un medio físico, aceptan un ineludible margen de error, una tasa de contaminación ambiental, que afectará en mayor o menor medida a su producto acabado, todas aquellas otras que lo hacen en un plano inmaterial, en las que el pensamiento es quien corta el bacalao, suelen por el contrario vanagloriarse de su condición de impolutas.
Esto es una falacia, claro está.
Nada, ni siquiera este post, que se autodefine a sí mismo, está libre de albergar en su seno, en su libre y cabal composición, una mayor o menor tasa de aprensión residual.
Una aprensión aquí entendida como influencia externa, de la que ni se conoce ni se quiere conocer su procedencia, pero que está ahí, y que se autoejecuta regularmente con una precisión y puntualidad admirables.
Cualquier intento por desembarazarse de ella es estéril. Todo lo que se haga por reducir su oneroso gravamen, constituye igualmente una pérdida de tiempo. La única solución es barrerla debajo de la alfombra. Y ahí es precisamente donde se hace fuerte.
En una grabación de un concierto de música clásica, por ejemplo, siempre se registran frecuencias parásitas. Unas veces es por las reverberaciones del sonido en la sala o auditorio en el que se celebró, y otras por el simple carraspeo de un asistente que no se pudo, o que no se supo, reprimir.
Se puede remasterizar a posteriori, cierto es, y eliminar todo aquello que no corresponde, deshacerse de todo lo sobrante, pero esta misma desnaturalización, por defecto, implica asimismo la consumación de una intrusión ajena.
Una parte sustancial de lo que le era propio, se lo llevará por delante la lija con la que la pretendamos pulir. Igual que la bayeta que limpia el polvo de la ventana desgasta microscópicamente con cada pasada el cristal.
La luz nos viene dada del exterior, y solo la oscuridad, es decir, la ausencia de todo, nos pertenece realmente al cien por cien. Pues bien, nadie da nada sin asegurarse una conexión, por remota que esta sea, con el objeto de su dádiva.
Esta es la frecuencia parásita a la que me refiero. Una práctica a la que la naturaleza se aferra con verdadera profusión, y de la que nosotros, por ser parte consustancial de esta, tampoco estamos exentos.
Y es que en realidad no podemos huir de ella, se halla en nuestra herencia genética. Más aún, toda nuestra herencia genética se sustenta en la base de su buen funcionamiento.
La vida en la tierra comenzó a partir de los microbios. No evolucionó de los humanos a los microbios, sino al revés.
No debería escandalizarnos por tanto, que alguien se atreva a sugerir, que nuestro comportamiento sea en esencia no otra cosa que una versión remasterizada de nuestro otrora glorioso pasado microbiano.
Es más, considero yo que no es de personas sinceras negar que todos nuestros propósitos vitales, nuestra misma existencia, sea deudora de ese vírico modus operandi.
El ser humano es esclavo de este legado que tanto nos abochorna, pero que nos guste o no, afecta a nuestros más íntimos anhelos.
Nos cuesta horrores admitir lo poco que su misión, tan básica, difiere de la nuestra. Esto es, infectar al mayor número de organismos vivos con los que nos crucemos, y, si es posible, parasitarlos.
Ya sea con ideas, o con hechos concretos impuros.
A un nivel más o menos metafórico, gozamos de instalarnos en sus mucosas, para una vez allí vivir de forma permanente resguardados del frío mundo, e irrigados de alimento rico en nutrientes, creciendo y multiplicándonos con el impulso de su energía interior.
Esto no es materia de discusión. Allí donde fluyan los principios inmediatos de la vida, oculto bajo la hojarasca, anidará siempre un ente parásito.
E insisto en que nada hay de extraño en ello.
Un mecanismo sencillo que se basa en la réplica, en mimetizarse con el organismo atacado, le permite al invasor ser aceptado y comenzar a interactuar.
Tendemos a pensar que nuestro exterior es duro y únicamente permeable a lo que nos es grato, lo hemos construido nosotros mismos, con suma dedicación, para relacionarnos con el exterior, y a la vez protegernos de él. Y estamos muy satisfechos de su solidez, pero no es en absoluto infalible. Es como una frontera en la que nuestras virtudes y méritos, aquellas cosas que nos hacen fuertes, actúan como paneles reflectantes, repeliendo las radiaciones nocivas, y absorbiendo las beneficiosas.
No obstante cualquiera que lo imite, fingiéndosenos familiar a la vista, puede obtener los claves que le darían acceso a nuestra masa interior, más viscosa, más gelatinosa, constituida por lo que tratamos de preservar de las miradas ajenas, nuestros defectos, nuestras represiones, nuestros puntos flacos.
Cuando el agresor, en este caso el virus, infecta al agredido, en este caso la célula, es porque ha conseguido burlar esta barrera, esta costra imperfecta, y extenderse a nuestro blando y débil lecho interior. O dicho de otro modo, estudiando nuestro aspecto exterior, y sometiéndolo a réplica, ha sido capaz de mimetizar, reproducir e infiltrarse en nuestro talón de Aquiles.
Este apasionante juego del gato y el ratón, reducido al absurdo, es en el fondo esa frecuencia parásita de la que hablo. La verdadera hilandera y retejedora de los misterios de la vida, o peor aún, de sus únicas certezas.

sábado, 20 de agosto de 2011

Tentar a la suerte


Hubo un tiempo en que ver ganar a algún español en alguna disciplina deportiva era tan raro como encontrarse a un barrendero en la revista Forbes.
Épocas en las que el orgullo patrio malamente podía sacar pecho al respecto, y en las que la búsqueda de figuras a quienes encomendar la salvación de la honrilla, requería el bucear en las clasificaciones más allá de los puestos décimo y sucesivos.
Tarea sobrehumana, que más que serle asignada a los profesionales del periodismo, casi pedía ser considerada misión del SETI.
No en vano, para que sonara el “Chinda” (o también conocido en otros ámbitos como “Marcha Real”), sin que llevase aparejado mensajes navideños, o ceremoniosos discursos de soporífera marroquinería verbal, era precisa la intermediación de alguna que otra instancia ultramundana. Y siempre con el riesgo asociado, inevitable, por más que se pusiese el grito en el cielo, de que algún coro de angelotes culés lo abucheara.

Pero un buen día todo esto dio un giro radical y el milagro de los panes y los peces se asomó a la hasta entonces magra cosecha de éxitos del deporte nacional.
Unos dirán que fue el plan ADO, y los millones invertidos en los centros de alto rendimiento, todo ello con motivo de las olimpiadas de Barcelona, mientras que otros simplemente han preferido atribuírselo a la subida del nivel de vida de la ciudadanía, cual si fuese lo uno consecuencia indisociable de lo otro.
Y lo cierto es que ambas corrientes de opinión, muy posiblemente, tengan su buena parte de razón.
Fue tal vez entonces que los políticos descubrieron el tremendo potencial del deporte como medio de aparecer en público en actitud rampante, fotografiándose al lado de los héroes e ídolos, los nuevos conquistadores de El Dorado, a los que las masas parecían venerar.
Las partidas presupuestarias se inflaron, con el beneplácito general, y todos nos aficionamos a ver lucirse a los nuestros en lo más alto del podium. Allá por el ancho mundo, desde el cabo de Hornos hasta las islas Aleutianas, pasando por las altiplanicies del Indukush, siempre había un oriundo de la piel de toro disputándole los laureles a algún que otro yanqui, franchute, a la pérfida Albión, o tanto da, al malencarado guiri de turno.
Así, hasta que de pronto, los títulos, campeonatos, grandes premios y demás torneos en liza, comenzaron a no caber en los armarios. Los tours, winbledons, roland garros, mundiales de balonmano, baloncesto, waterpolo, e incluso el, siempre reducido al rol de comparsa, atletismo femenino, se sumaban al flujo incesante de medallas y trofeos. Los fabricantes de peanas y vitrinas, entretanto, frotándose las manos. Con la pica permanentemente puesta en Flandes.

Nuestros compatriotas se subían a lo más alto del cajón, y los locutores enloquecían cantando sus gestas. Atrás quedaban las voces pesimistas que una y otra vez despedían a nuestros combinados nacionales con sus lánguidos responsos, mezcla de ancestrales complejos de inferioridad y machadiana nostalgia de inflorescencias pasadas.
Las pinturas negras de Goya habían dejado paso a la jovialidad y desenfado de los monigotes de Mariscal. Ganar ya no era materia de épicos ensayos periodísticos, más apropiados para las derrotas en el último suspiro y de penalti injusto, sino cuestión susceptible de ventilarse con un titular a pie de página. Nadal ha vuelto a adjudicarse el Masters. Contador destroza de nuevo a sus rivales en el Peyresourde. Quinto título europeo de la temporada para el Colchones La Jijonenca… Por poner un ejemplo.
Tal era la cosa, que los ensoberbecidos jerarcas del deporte, secretarios de estado y hasta presidentes de clubs, aún siendo más que clubs, ya no se conformaban con sus en absoluto modestos despachos y tribunas. Aspiraban a cargos políticos de relumbrón, los grandes horizontes les tentaban. Pasar a la posteridad como padres fundadores de nuevas patrias y nuevos ciclos históricos, estaba ahí, a tiro de piedra. Sus citas dejarían de ser portada del Marca, para pasar a inscribirse con letras de oro en el frontispicio de la Academia Universal del Saber Absoluto.
Y no debería sorprendernos que al final las tornas hubieran tomado este camino. El mismísimo Führer sabía lo que se hacía, el importante paso que daba, cuando organizó las olimpiadas de 1936 de Berlín por todo lo alto, sin escatimar en pañolería y guirnaldas, miles y miles de metros cuadrados de tela lustrosamente decorada con la cruz gamada. Por más que luego, un tal Jesse Owens, de aspecto general poco afín al estándar preestablecido de la raza superior, se acabase llevando el gato al agua, y poniendo de los nervios al del bigotito.
Es pues, por tanto, que sobraban precedentes en la historia de los cuales sacar una conclusión reveladora y así, poder estar sobre aviso. Pero el ser humano es un espécimen tozudo, abonado a tropezar con la misma piedra una y cuantas veces hagan falta. Negado a la hora de advertir los peligros que se le ciernen, máxime cuando se le presentan envueltos en papel de regalo y espolvoreados con purpurina.

El tamaño de la burbuja era tal que, espoleada por el estallido violento de su equivalente inmobiliaria, pedía ya a gritos saltar por los aires.
Demasiado ladrillo, y demasiados triunfos que asimilar para un país que, no hace tanto, mojaba el pan en la sombra de los huevos fritos. No nos podíamos permitir tanto fasto, y tanto descorchar botellas de Moet y Chandon, y lo sabíamos, pero el crudo retorno a la jarra de tinto con gaseosa, se nos antojaba demasiada penitencia.
Tuvieron pues que ser los franceses - nuestros viejos amigos del alma, los franceses - los que hartos ya de tanta rojigualda y tanto toro de Osborne dando colorido a los Campos Eliseos, cual si de la Maestranza en plena feria de Abril se tratara, se decidieran por fin a destapar el pastel.
Un pequeño puñado de picogramos de clembuterol en la sangre del escalador y contrarrelojista de Pinto, se convertía así en la primera vía de agua en el casco del, hasta entonces, insumergible Titanic.
La armada invencible comenzaba ya a percibir, para su desazón, un incómodo vientecillo de poniente soplar con insistencia en las jarcias de sotavento.
Así las cosas, alguien en las más altas esferas del poder, intuyó que el castillo de naipes se podía venir abajo y dio la voz de alarma.
Era necesario practicar una cura de urgencia para detener aquella incipiente gangrena, y la única solución viable parecía ser la de una amputación local y controlada. Se hacía preciso pues un acto de purificación en el ara de los sacrificios.
Y dado que hasta el último mono, masajistas y utileros, estaba pringado por aquella pestilencia, la cuestión era dilucidar donde y cómo meter el bisturí de forma que el daño fuera menor.
Se reducía todo pues a una decisión sobre qué o quién podría ser o no considerado un órgano vital dentro del gran cuerpo enfermo del deporte español.
Pero nadie quería ser el miembro sajado, y sin embargo, Marta Domínguez, la tantas veces encumbrada depositaria del tesón y el coraje numantinos, había ya sido la elegida para el martirio de la cruz. Su expiación, lejos de ser voluntaria, podría aún así salvar de las llamas del Averno al resto de pecadores.
Pero la brava palentina, fiel a su estilo, se resistía a morir sin ofrecer lucha. Sabía que estaba siendo cabeza de turco, y no dudó en soltarse de la lengua.
Detrás de ella había una red muy extensa. Muchos, demasiados implicados, en una trama de la cual no se veía principio ni fin.
Y tirando del hilo, se sacaba el ovillo. Un ovillo que, fácilmente, pudiera habernos obligado a devolverle al señor Blatter, con o sin el certificado de adquisición todavía en garantía, la copa mundial de la FIFA.
Fue entonces que todo el proceso misteriosamente se ralentizó, se embarulló, y finalmente entró en una vía muerta.
Desde el mismo lugar en que se prendió la llama de lo que, se pensaba sólo sería la cremación de tres o cuatro ninots, con la fallera mayor abandonada al escarnio público, saltó el dispositivo antiincendios. Y con las mismas, alguien (de los de dentro) corrió extintor en mano a sofocar un fuego que, de dejarlo a su aire, amenazaba con convertirse en cataclismo planetario.
El prestigio del deporte hispánico, y el buen nombre en general de nuestra patria, bien podrían haberse transfigurado en la Roma de Nerón.
A lo cual, el dignatario en cuestión, la deidad del mechero en una mano y el extintor en la otra - otro señor X más que añadir a la lista - resolvió otorgar un indulto general, y que todos fueran felices y comieran perdices, o en su defecto, faisanes. Limpios de mácula y de conciencia, por el expeditivo método del tirón de cadena.

Si bien a partir de entonces ya nada volvió a ser igual. Donde antes nuestros bravos guerreros ganaban sin oposición, ahora la pelea se evidenciaba más tosca y farragosa. Incomprensiblemente las pelotas se iban fuera donde antes caían dentro, y las rampas alpinas antaño repletas de orgullosos aficionados se transformaban en escenario, otra vez, de épicos dramas abocados al ceño fruncido, la lágrima y el quejío.
El duende, el embrujo, se había evaporado. La España victoriosa, en la que nunca se ponía el Sol, desandaba una vez más su camino de gloria, y enfilaba las turbulentas aguas de los mares del olvido, en cuyas profundidades abisales, y con cuya fauna mitológica, habíamos perdido ya la costumbre de relacionarnos.
Y la cosa, al igual que la crisis económica, seguirá aún, por algún tiempo, sin haber tocado fondo. Que será en Londres 2012 cuando se pueda comprobar más fehacientemente la anemia de resultados, y sobre todo de valores, en la que nuestro país se ha quedado instalado. Anemia, deportivamente hablando, y por qué no decirlo, en todos los demás órdenes de la vida.
Dicen por ahí, que lo peor que le puede pasar a un tonto no es jamás haber tenido éxito, sino haberlo tenido alguna vez.
Y no quiero con ello afirmar que seamos tontos, ni nada que se le parezca, pero que nuestro porvenir esté, hoy por hoy, en manos de la ruleta de los mercados, dice bastante poco de nuestro carácter, en conjunto, como nación.
Tierra de ociosos, de flojos, de bandoleros, de charlatanes, de profesionales del timo y de la chapuza.

Ahora que se nos ha caído la careta, con nuestra generación de reemplazo de algarada en algarada, polarizada en extremo y peligrosamente pasada de revoluciones, absurdamente sobrepreparada para un mundo donde el que no corre, vuela… ¡¡Ay, virgencita, ¿cuál es la suerte que nos espera?!!

Ilustración: El primo de Zumosol del Pulpo Paul devorando a sus padres.

domingo, 7 de agosto de 2011

Un mundo de color de rosa


Verdaderamente, mucho ha cambiado el papel de la mujer en la sociedad a lo largo de estos últimos años.
De hecho aún parece que fuera ayer cuando echaban por la televisión aquellos anuncios de electrodomésticos y detergentes, en los que las amas de casa rivalizaban entre sí por la blancura de la ropa o la exquisitez de un sofrito de alubias. Unas amas de casa, las de entonces, cuyo desempeño en la vida parecía estar unívocamente enfocado a la satisfacción de sus maridos.
No es que yo sea feminista, ni muchísimo menos. Uno tiene de hecho sus genes celtíberos en perfecto estado de uso, y ni es posible a estas alturas de la ciencia médica contemplar su extirpación, ni, para qué nos vamos a engañar, tampoco es que haya muchas ganas de hacerlo.
No obstante, es de ley reconocer que, aunque en este último cuarto de siglo se ha avanzado mucho, todavía no se les ha hecho justicia a las mujeres en lo que a sus talentos y capacidades se refiere, y que por tanto aún queda mucho camino por recorrer.

La consideración que la mujer ha tenido a lo largo de la historia ha sido, prácticamente sin excepción, la de un ser inferior. Muchas veces canjeable por vacas, cabras, ovejas, camellos, esto en función del valor que se le quisiera dar, y, por supuesto, sin apartarse nunca del dominio de las especies domesticadas por el hombre.
El número por ejemplo de mujeres ilustres de la Grecia clásica es desalentador, y tres cuartos de lo mismo se podría decir a propósito del Imperio romano. Dos intervalos del pasado a los que se suele glosar como precursores de lo que es nuestra cultura actual.
Es triste reconocerlo, pero aquellos sabios, a los que con el paso de los siglos casi se ha llegado a deificar, apenas daban oportunidades a sus hijas de seguir sus pasos. En sus templos y universidades, estas cumplirían como mucho con sus tradicionales faenas. Nada de grandes filósofas o astrónomas, ni matemáticas, ni oradoras. Fregar y barrer.
Y es que en el fondo, no importa el siglo en que vivamos, el que una hembra de la especie Homo Sapiens, ejercite sus neuronas, nunca ha estado bien visto. Es algo que se relaciona con el abandono de su misión primordial, la maternidad, y por tanto con una desviación del carácter.
Y desde luego, rara vez es la vez que la mujer ha podido liberarse del yugo machista, sin ser descalificada o castigada. Relegada a una posición secundaria por decreto divino. Una inferioridad sobre la que hasta algunos eruditos de la época llegaron a teorizar, como si en el fondo hubiese una base lógica en la que apoyarse.
Esforzándose siempre el hombre por hacer de su compañera un sucedáneo de sí mismo, una versión adaptada a las necesidades del momento, poco menos que su edición de bolsillo.
Y es que, se mire por donde se mire, al hombre siempre le ha gustado situarse un peldaño por encima de la mujer.
Echando mano, como de costumbre, de cualquier argumentación, unas más peregrinas que otras, con tal de justificarlo.
Que, por cierto, esto me trae a la memoria, a aquellas criaturas bidimensionales en las que Carl Sagan se apoyaba para explicar la existencia de una hipotética cuarta dimensión. La dificultad que para nosotros supone comprender la naturaleza de una dimensión superior, apenas se diferenciaría de la de esos seres bidimensionales, ideados por él, para con respecto a la tercera. Meros objetos planos, provistos únicamente de largo y ancho, para los que la altura sería poco más o menos que una ilusión sobrenatural.
Criaturas circulares, cuadradas, triangulares, rectangulares que entraban y salían de recintos cerrados en medio de un universo plano, y que sí, también se relacionaban con otras criaturas tridimensionales, pero, naturalmente, sin jamás llegar a percibir en ellas esta cualidad. Eternamente sometidas a tan desventajosa, y frustrante, disparidad.
Eso sí, paralelismos al margen, lo que está claro es que para el hombre la mujer es un ser tridimensional cuando le conviene.
No hay más que verlas trabajando como mulas, y encima cargadas de críos, en cualquier país de esos, infestados de moscas, y en los que todavía se come con los dedos, mientras que sus maridos, grandes eminencias locales, deliberan en las plazas del poblado sobre lo inspirado de tal o cual versículo sagrado.
Es casi una regla de oro de la geografía mundial. Imprescindible para ubicar correctamente el subdesarrollo, la desnutrición, el atraso, las enfermedades contagiosas, el SIDA, el analfabetismo, la corrupción, el fanatismo religioso, la destrucción salvaje del medio natural o las guerras.
De todas formas, pensar que no existe un correlato aproximado con lo que sucede en nuestras sociedades occidentales, sería pecar de optimistas en exceso.
Porque puede que sea cierto que muchas mujeres han sido promocionadas a cargos relevantes a lo largo de las últimas dos décadas, por lo menos en lo que concierne a nuestro país, pero dichas atribuciones nunca han dejado de ser más aparentes que reales.
Los verdaderos resortes del poder, tanto del poder económico, como militar, judicial o de los medios de comunicación, siguen estando a buen recaudo bajo las garras del gran lomo plateado de las cumbres neblinosas.
Propiedad inalienable del eterno macho alfa, dominador y paternalista, que en pleno mediodía del movimiento feminista ha preferido guarecerse bajo las sombras, en espera de ocasión más propicia para abalanzarse sobre sus presas.
Quizás la única conquista tangible haya sido, si bien, esta de obligarle a retirarse un poco a un segundo plano de la escena pública, y fundamentalmente a reprimir su voraz apetito, disimulándolo con gran pesar y acopio de determinación.
O al menos, así es hasta que salta a la palestra algún DSK, il Cavaliere, o regidor vallisoletano, cuando no porriñés, y reivindica para el género masculino, hijo de la luz y de la razón, su papel central, el de toda la vida, en el libre manejo de las personas y los bienes. Así como, por descontado, todas las demás prebendas patriarcales con que el omnisciente, el unigénito, el inefable de turno, varón él también, tuvo a bien, allá por los días felices del paraíso, otorgarle en usufructo.
¿Y total para qué? Para a fuerza de más y más conflictos bélicos, sobreexplotación de recursos, urbanismo descontrolado, fugas radiactivas, accidentes medioambientales y vertido de residuos tóxicos, dejar el mundo hecho una leonera.
La ley del más fuerte, del más grande, del más multimillonario, nos lleva derechitos al basurero. Supongo que ya es tiempo de dirigirle la mirada a otra manera de hacer las cosas.

sábado, 30 de julio de 2011

La publi y sus tejemanejes

Últimamente se oye decir por ahí que la gente está regresando de internet a la televisión, y a fe que debe ser cierto.
Debe ser cierto al menos a juzgar por el número de visitas que registra este, mi humilde blog, que no es que nunca fuera gran cosa, pero que, con las estadísticas en la mano, cabe decir que ha sufrido un descenso acusado de un tiempo a esta parte. Y no hablo de semanas, sino más exactamente de meses o incluso años.
Hay desde luego una tendencia, y yo mismo, que cada vez publico menos, y me intereso menos por lo que publican otros colegas blogueros, salvo un selecto puñado que considero oligoelementos indispensables en mi dieta, no hago sino corroborarlo con la práctica.
No en vano recuerdo pocas veces en que consagrara entera la tarde de un domingo a ver íntegramente la programación emitida por ese trasto previsible, simplón, y zalamero, que es la tele.
No os voy a engañar, yo soy una persona tremendamente propensa al aburrimiento. De hecho, mi ritmo de vida es generalmente laxo y más bien marcadamente rutinario, por lo que, suelo estar, día sí, día también, abonado al tedio.
Incluso ahora, que ya estamos en verano, y las actividades al aire libre me deberían servir para sacudirme ese lastre, no deja de ser habitual el que me siente en un sillón a contemplarme las palmas de las manos, y más concretamente las yemas de los dedos, lo que no deja de ser un eufemismo para referirme al noble vicio de hurgarme las narices.
Y no es que me vaya a morir de eso - ya sería grave la cosa - aparte de que seguramente es algo que “desestresa” un montón… Pero que vamos, que no es plan.
En cualquier caso, cuando uno está que se le caen las cuatro paredes encima, montárselo con el más barato de los alucinógenos, la caja tonta, es de una cobardía y una cutrez imperdonables. Por más que sea triste admitirlo.
Eso sí, lo que no voy a negar es que sirve para estar en contacto, aunque sea un poco de aquella manera, con esa otra parte, que también existe, de nuestra sociedad, a la que las cuitas de los blogueros, y en general los librepensadores de la red, ni les van, ni les vienen, cuando no directamente les repatean.
Saber lo que pasa por la cabeza de esa gente es útil, pues constituyen un elevado porcentaje de la población de nuestras ciudades y pueblos. Pero además es que no resulta difícil de investigar, porque salvo contadas excepciones, lo que pasa por sus cabezas suele coincidir con la imagen de sí mismos que las pequeña pantalla les ofrece, y que como en los espejos, está vuelta del revés.
Yo mismo me he estado viendo, especularmente reflejado, en esos personajes prototípicos con los que tan machaconamente nos bombardean las cadenas de televisión gratuitas, sobre todo a través de los anuncios.
Sí, los anuncios de la tele son la mejor forma de psicoanalizarse a uno mismo. De ver lo maleables que son nuestros propios deseos y anhelos, y lo fácil que se nos puede llevar al huerto con tan sólo tocar las teclas adecuadas.
La fórmula, no en vano, mediante la cual consiguen que uno razone en clave de “debo tener eso” en lugar de “me gustaría tener eso” no deja de maravillarme por cuanto tiene de sencillo, amén de eficaz.
No me cuesta entender de hecho que si esos actores y actrices, que nos desvelan sus gustos y preferencias por tal o cual producto, son jóvenes y guapos, de carácter amigable y ligeramente achispado, tal que si vivieran en un permanente estado de euforia autocontrolada, nos veamos tentados a imitarlos, a ser como ellos en todo aquello que nos sea posible. Tanto da que ello implique un desembolso pecuniario, y que su efecto pueda ser o no, más bien decepcionante. Lo que importa es, que uno mismo, pueda reconocerse en el personaje. Y así comportarse como cada cual, en su fuero interno, considera que le corresponde. Lo demás, si se ajusta o no a la realidad… Eso ya es harina de otro costal.
Y digo esto porque creo haber llegado ya a mi límite de comprensión, y solicito ayuda internacional urgente, para ser capaz de asimilar lo último de lo que he sido testigo en materia de spots publicitarios.
Se trata en este caso de una crema rejuvenecedora, cuyo principio activo es - sí, yo tampoco salía de mi asombro - la baba de caracol.
Y no es por ofender a nadie, pero aquel o aquella que esté dispuesto, no ya a apoquinar una cierta cantidad de dinero para adquirir un artículo innecesario, o directamente inútil, tan sólo seducido por los cantos de sirenas de unas sonrisas y cuerpos inmaculados, sino a embadurnarse el careto con las babas de un caracol, esas mismas de las que se vale para arrastrase por el suelo, me parece a mí que tiene que estar muy, pero que muy, mal de la azotea.
Ha de estar muy desesperado, o si no, ser lo suficientemente necio como para que lo hayan conseguido embutir, sin darse cuenta, en la concha misma del cefalópodo.
Siempre naturalmente considerando el problema desde la suposición de que la mencionada crema no tuviera algún que otro efecto secundario, y que en abusando de ella, hasta te pudieran salir cuernos.
En fin, que no salgo de mi asombro.
Decididamente, ser un consumista hecho y derecho es lo que tiene. No se restringe ya únicamente a renunciar a todo espíritu crítico, sino que uno ha de buscar transformarse por completo, y por la fuerza de los hechos, en el perfecto baboso.

miércoles, 15 de junio de 2011

Examen de Conciencia

* Europaaaa!!! Hemos arribado a Europa!!

Llegó el verano y los acampados de la Puerta del Sol decidieron por fin dar carpetazo a su polifónico grito en el desierto.
¿Se me intuye cierta quina hacia estos muchachos?
En absoluto. Yo también fui estudiante, y llegados los apuros de finales de mayo y principios de junio también buscaba mis excusas, para los más que previsibles batacazos académicos, hasta debajo de las piedras.
Eso sí, yo nunca me las di de revolucionario del mayo francés, ni traté de salvar a la democracia de sí misma, pues en mi época, sencillamente, esto no se estilaba. Además siempre había alguna afección broncoespasmódica mal curada que reincidía, o un profe que me tuviera manía, o el manido recurso a mis trastornos psicoafectivos, que mejor que ningún otro podían hacerme el trabajo sucio.

Ha dado para muy poco la cosa, se lamentarán quienes se implicaron de lleno con esta revolución de cartulinas pintarrajeadas. Y a los que el primer mandoble de porra les habrá dejado con el culo al aire.
Demasiadas ideas y poco lomo para aguantar palos.
¿No queríais ser héroes revolucionarios? – demandarán entonces a toda aquella prole carnavalera, promoción de perroflautas cum laude, que entre soflama y soflama, bailaban la conga del canuto, jóvenes y viejos mezclados, como en las bodas gitanas - ¿Dónde están los valientes de Túnez, Siria, Yemen, o Egipto, en este sucedáneo de plaza Tahrir (Tararí que te ví)?
¿Qué demonios nos proponíamos con esta verbena, que les pusimos en bandeja la victoria en las elecciones a los del dóberman?

Y así ha sido una vez más. La vida sigue, el mundo gira y el sol seguirá saliendo por Antequera para unos pocos privilegiados, como cada mañana desde ya hace algún tiempo…
No me malinterpretéis. Todos tenemos una conciencia a la que escuchar, pero que ella también, habla únicamente a favor, y en función de sus intereses particulares, es una verdad como un templo.
Todos nos creemos muy buenos y muy limpios de las máculas y la hediondez que tan a menudo solemos identificar en derredor nuestra. Vemos la lista de Schindler, por ejemplo, y sin pestañear, nos felicitamos para nuestro fuero interno, de que éste (Oskar) hubiera actuado como nosotros lo hubiéramos hecho de estar en su lugar.
Es un vicio. Ser autocomplacientes y pensar mal de los demás por sistema, es peor que la ludopatía. Con la notable diferencia respecto a esta última, de que rara es la vez que uno NO acierta.

Pero volvamos a las luchas de nuestra juventud, a la que sin duda se valora más en otras latitudes que aquí.
Podría yo estar errado (con hache y sin ella) en todo lo dicho anteriormente… ¿Sí o no?
A fin de cuentas, ¿Cuándo, en nuestros más fantasiosos sueños húmedos, nos hubiéramos imaginado que Alemania regulgitaría nuestros pepinos de invernadero y, en cambio, se pirraría por nuestros recién horneados ingenieros?
Así las cosas, se hace muy cuesta arriba el emitir una opinión, con la absoluta certeza de no estar diciendo una burrada.
Desgraciadamente, mi cerebro es un mundo abisal, con mucha presión y poca luz.
Creedme, a veces quiero pensar y busco una dirección, o un criterio, por modestos que sean, y me encuentro con que lo poco que amaso se me escurre entre las manos como arena de playa.
Por otra parte tengo el baldón terrible de mi conciencia, a la que quiera o no, antes de sentarme a escribir, siempre he de escuchar. Es como un casero al que le debiera varias mensualidades. O un amigo interesado que tan pronto me regala el oído como me retira la palabra. Y así, como comprenderéis, es muy difícil mantener un discurso, y por tanto, no merece la pena decir nada.
En boca cerrada no entran moscas, que diría cualquier sofista de taberna.
Leo por ahí, además, y por si con lo anteriormente expresado no fuera suficiente para declarar un mutis general e indefinido, que a uno lo pueden meter entre rejas por las opiniones que vierta en su blog.
Esto es como decir, en otras palabras, que este pedacito minúsculo de ciberespacio que consideramos tan sacrosanto e inexpugnable como las cuatro paredes de nuestro domicilio, en realidad no lo es.
Ya no se podrá afirmar de Pepito Pérez que es un caraculo al que le huele mal el aliento. Ni se podrá criticar al gobierno de este, o de cualquier otro país en situación de coma inducido irreversible.
Los blogs ya sólo servirán para tirar piedras contra el propio tejado, consiguiendo eso sí, que los contadores de visitas se pongan de banderitas como los mítines del PP castellano-manchego.
De esta forma uno podrá contar la historia de sus dramas personales, ponerles mayúsculas y minúsculas, una cucharadita de azúcar aquí, una garrafa entera de hiel allá, pero no podrá ejercer la libertad de expresión, y reclamar cuando menos, un poquito de por favor con el tema de los residuos nucleares, las condiciones de pobreza en el tercer mundo, a los que encima exportamos nuestras basuras tóxicas en régimen de separación de bienes, o, por qué no decirlo una vez más, el endiosamiento de los “mercados” de los coj…

Y con esta amargura os dejo, sabedor una vez más de que mis palabras caerán en saco roto, derrotadas y humilladas por el poder absoluto de las porras y los perros, y la eficacia de tan refinada como añeja técnica de persuasión.
Puede que yo no le levantara jamás la mano a los maderos, eso es cierto - no tengo las agallas que se requieren - pero tampoco les ando llenando su página web de fantasmitas del comecocos y me cuelgo la subsiguiente medalla. Algo que vendría siendo, en términos comparativos, como ponerle un petardo a la máquina de los cafés de la comisaría.
Algo de vergüenza me queda en este acomodaticio cuerpo mío que dios me ha dado.
Terminado, he pues, este examen mío de conciencia, en el que no creo haber respondido satisfactoriamente a nada de lo que se me preguntaba.
Tal vez sólo me haya servido para practicar eso que es lo que mejor se me da… Echar balones fuera.
Sea como sea, aquí os lo entrego para que me lo corrijáis.

sábado, 21 de mayo de 2011

La democracia de la real gana


Todo el mundo habla de lo mismo. Del fenómeno Democracia Real Ya. Estamos inmersos en plena vorágine de las elecciones municipales del 2011 y la juventud ha explotado. Ha dicho “basta ya de palabrería barata, y mensajes huecos, vamos a hacernos oír”. Y yo, como no quiero ser menos, daré también mi punto de vista.
El mío, por supuesto, a contracorriente y en contravención, de todo cuanto pueda haber expresado con anterioridad en otros blogs amigos, por medio de mis, no siempre, acendrados comentarios.

Empecemos, pues, diciendo que la verdadera razón que ha movilizado a los jóvenes en este repentino y sorpresivo seísmo político, es, y sólo puede ser entendida de esta manera, un conglomerado, una miríada , un cóctel de motivos de los cuales, unos más serios, otros más frusleros, pasaré a enunciar a continuación.

1: Afrancesamiento.
El abuelito franchute, que escribe un libro titulado ¡Indignaos! (Indignez-vous!), y la gente ilustrada y revolucionaria de este santo país que hasta entonces vivía en el más placentero de los letargos, de golpe y porrazo se levanta de un salto del sofá, hace la PlayStation a un lado, apaga el Gran Hermano, y se lanza en pelotón a la rue, en pos de les Champs Élysées.

2: Mimetismo morisco.
Las primaveras revolucionarias del norte de África, y en general del mundo árabe, han finalmente alcanzado a la que durante ochocientos años, que se dice pronto, no fue sino otra provincia más del califato de turno. En este caso Al-ándalus, la joya de la corona musulmana. Y en esto, nuestro código genético, deudor en gran mediada de aquellos pueblos que entonces nos invadieron y dominaron, ha jugado un papel clave, marcando la pauta de una actuación estimulada por el mero parentesco racial.

3: Extrañamiento del botellón
Acampar en plena Puerta del Sol de Madrid, así como en otros puntos de la geografía española, cuyo denominador común suele ser el casco viejo de las ciudades, es, no me cabe la menor duda, un guiño a lo que será, de ahora en adelante, la extinción masiva del rampante modo de vida noctámbulo de la mayoría de los jóvenes españoles. Lo que han hecho no es sino concentrar las antiguas fiestas de los jueves, los viernes e incluso los sábados universitarios, en una sola convocatoria, a la vez mastodóndica y fractal, a modo de megalómano sepelio.
Es este un botellón abstemio, en el que en lugar de pelear cuatro amiguetes por decir la parida más graciosa, son miles los que se afanan, y luchan, por decir la verdad más entristecedora.

4: Evisceración político-purulenta.
La gente ha contemplado como en Andalucía y Valencia van a volver a ganar aquellos que hicieron las cafradas más gordas, caciquil y delictivamente hablando, y, como es lógico, no se encuentran las carnes de la desesperación.
Se preguntan, y con razón, si esto de votar sirve para algo que no sea para enriquecer a unos cuantos espabiladillos, los mismos de siempre.

5: La elección de lo menos malo.
Motiva poco acudir a elegir entre lo que es malo y lo que es peor. Y sobre todo después de que se hayan pasado dos semanas llenándole a uno la cabeza de palabras y discursos bienintencionados, pomposos, rimbombantes y de resonancias jotaefekianas.
Es la vieja paradoja de aquel al que le preguntan:

- ¿Qué vino le gusta a usted?
Y responde.
- A mí, el Oporto a temperatura ambiente y servido en copa de licor.
- ¡Ah! ¡¿Tinto, eh?!. Pues aquí tiene un pack de seis tetra bricks de Don Simón. Cójalo por el asa, y écheselo a la espalda.

Se da el caso además de que derechas e izquierdas, que han gravitado programática e incluso ideológicamente hacia el centro, hasta casi devenir en agujero negro, muchas veces ocupando terrenos que no les son propios, resultan hoy por hoy casi indistinguibles la una de la otra.
Fuera de lo que son las guerras por la presencia o retirada de crucifijos en las aulas, casamientos o no de personas del mismo sexo, y similares rebatiñas, sus enfrentamientos se remiten a la descalificación personal del adversario, y a la denuncia de los sempiternos chanchullos en las asignaciones presupuestarias
Así, cuando gobierna la derecha, lo hace mirando a izquierdas, con el propósito de echar las redes también en sus caladeros, y después de dar por seguros los suyos. Y otro tanto parecido hacen sus iguales de la izquierda.
Con lo que al desorientado e indeciso ciudadano sólo le queda la opción de, si se identifica más con los que prefieren ser cola de león, y echar a la urna una papeleta azul, o con los que se ven más a gusto como cabeza de razón, y depositar la papeleta roja.

Sea como sea, y después de este manual abreviado para interpretar la política en clave de chirigota, yo, que tengo tanto de ratón de laboratorio, como de león de circo - así como de perro verde - me aprestaré a endomingar mi papeleta con ese último color.
Una papeleta reverdecedora, quiero creer, a la cual acompañaré en ese viaje iniciático y al mismo tiempo fatídico, al que se someterá durante su primer, y último día, de colegio electoral.

Y de regalo, un último arrebato de lirismo democrático.

La voz del voto silente
(Poesía de elaboración propia.)

Que hablen esos votos voladores,
Que eleven al cielo su característico gorjeo.
Nada hay más funesto
Que el trinar de los pájaros de mal agüero.
Que lance su canto al viento,
El que de mayor quiera comer huevos.
Y que tampoco se abstenga de hacerlo,
Vive el cielo,
Quien en verdad tenga alas de vencejo.

El que canta, su mal espanta – refranero popular.

domingo, 24 de abril de 2011

Muermo infernal


Es la Semana Santa una fecha clave en el calendario religioso, muy distinto este, desde luego, de los que cuelgan de las paredes de un taller de reparación de vehículos a motor, pero calendario al fin y al cabo, con sus lunaciones, sus domingos, y sus fiestas de guardar.
Tiempo, en todo el orbe cristiano, para la celebración y el enaltecimiento de los valores que le han permitido, a lo largo ya de más de dos milenios, procesionar por estos mundos de Dios con paso firme e indesmayable. Derechamente encarrilado, a pesar de sus renglones torcidos.
Vaya por delante, en cualquier caso, que este es un blog laico, y, por tanto, no tengo intención alguna de entrar en los detalles de por qué esto es así, o por qué no.
Más contrariamente, mi propósito es el de analizar a fondo el cómo esta semana, que en mi caso se dedica única y exclusivamente al uso y disfrute del tiempo de asueto que, desde las instancias del poder, y por parte de quienes mueven los hilos, se me ha asignado, influye en mi psicología más ulterior.

Es pues que, por de pronto, y a pesar de disponer al fin de amplias reservas de tiempo libre, del que sufro gran escasez durante todo el resto del año, he de confesar que mi primera reacción es de decepción.
Me encuentro, para mi desasosiego, con que esas vacaciones que un servidor esperaba como agua de mayo para, entre otras cosas, poner al día sus compras, frecuentar establecimientos públicos y desarrollar actividades de ocio mundanal, solo dan para escoger entre dos opciones bien delimitadas: Una, o quedarse en casa aburrido como una mona, engulliendo más y más bytes de música, cine, y demás entretenimiento enlatado, pues comercios, supermercados e instalaciones deportivas han cerrado, o meterse en un avión en dirección hacia la otra punta del globo, con el suntuario dispendio que ello comporta, y la escasa gracia del programa ofertado. Por lo general, hotel cutre, con playa y discoteca integradas en el combo, y a la sazón, como atractivo principal, hacer colas en monumentos que perderán, de una vez y para siempre, todo su halo de misterio y fascinación.

Me hallo pues entre dos aguas, y es en este estado de cosas que, mi peor pesadilla, el aburrimiento, hace acto de aparición.
Un aburrimiento al cual yo considero la chispa incendiaria de todos los males del mundo. No en vano, si existiera el infierno, este sería el gran parque temático del tedio.
Lo soso, lo repetitivo, lo machacón estaría allí expuesto como en un decimonónico museo, lúgubre y polvoriento.
Un lugar que la gente sólo visitaría por obligación, como es el caso, o en castigo por su mal comportamiento.
No obstante, este es únicamente mi parecer. Como siempre, desprovisto de picante y tan absurdo como la cerveza sin alcohol.
Hay quien, más convencional, y también más convencidamente, piensa que el infierno ha de ser un lugar terrible en el que se infligen torturas infinitas a las almas condenadas, y quien por el contrario opina que hacerse amigo de Lucifer, y que te invite a su afterhours, el Calavera’s club, donde en buena lid no habrá sitio para recatos ni mojigaterías, es la mejor de las propuestas a corto y largo plazo.
Pura especulación, en cualquier caso. Futuribles sin grandes posibilidades de concretarse.

Yo personalmente, y volviendo a lo de antes, considero que el estarse aburriendo es ya de por sí un anticipo de lo que será el más allá, nada prometedor, y por tanto, trato como puedo de sacudirme el muermo.
Pero no es tarea fácil. Más aún, se entra en un círculo vicioso en el que uno, como en las arenas movedizas, más se hunde, en tanto en cuanto que más se esfuerza por salir.
Pero hay salvación. Y esta se obtiene por medio del arrepentimiento.
Para empezar, pues, me arrepiento de haberme fijado unas expectativas tan altas de lo que iba a ser para mí esta semana santa.
Soñaba con descansar un poco y divertirme un mucho, y al final ni lo uno, ni lo otro.
Francamente, el no saber qué hacer de uno mismo, es lo más agotador que existe.
¿Es o no es verdad?
Y es que, se mire por donde se mire, encadenar lo que en la práctica vienen siendo tres domingos seguidos en una misma semana es desesperante.
Sinceramente, prefiero que en lo sucesivo, y en lo tocante a calendarios, en lugar de venir tan abundantemente surtidos de domingos, cobren más protagonismo las domingas, como en los de los rudos y grasientos talleres mecánicos.
El lunes vuelvo a la rutina. Bendita rutina.

domingo, 10 de abril de 2011

Guerra justa


«La guerra es una actriz que envejece: cada vez más peligrosa, cada vez menos fotogénica» (Robert Capa)

¡Ah, que iluso, que romanticote de pacotilla, era el señor Capa! La guerra, su guerra, de la que tantas obras de arte se llevó bajo el brazo, siempre cámara en ristre, flirteando con la metralla de trinchera en trinchera, nunca fue nada de lo que pretenciosamente insinúa en su frasecita, si acaso, únicamente a los ojos de quien pudiera contemplarla a distancia, estampada en papel, en la portada de un periódico o de una revista, o en la pared de un museo, con la barriga bien llena de canapés y los radiadores de la calefacción a pleno rendimiento. De hecho, si lo que él entiende por fotogénico - que en este caso equivaldría a poder recrearse en la desolación, en el morbo, y en la casquería - es algo que en su día consideró ya marchito, yo me permito abiertamente el lujo de contradecirle. La guerra goza de una salud inmejorable, y ni siquiera necesita recurrir a las clínicas de cirugía estética, ni maquillar sus muchos siglos de zascandileo impenitente por estos andurriales. Sigue teniendo galanes a lo largo y ancho del mundo, dispuestos a todo con tal de obtener sus gracias y favores, y retratistas a patadas que la inmortalicen.

Ha nacido incluso en los últimos tiempos un concepto nuevo, capaz de darle mayor realce y actualidad. El concepto de guerra justa.

Claro que yo diría que muy nuevo no es. Si acaso, como todo en ella, retocado.

Y si no, no hay más que recurrir a los libros de historia para ver que la adjetivación de las contiendas bélicas suele ser siempre harto complaciente: Guerra santa, guerra de liberación, guerra de la independencia… E incluso poética: Operación libertad duradera, amanecer de la odisea, etc…

Y es que la guerra goza mucho de que la adulen. Hay mucho en juego, y ella no entregará su virtud, esto es, los réditos por la venta de armas y municiones, así como los contratos de reconstrucción, al primero que llegue.

¡Derroquemos tiranos! ¡Muerte al infiel!

Importa poco el pretexto a esa bestia ansiosa por atracarse en las carnicerías de la sinrazón humana.

¡Viva la muerte! ¡Muera la inteligencia! – se ha llegado a decir, en pleno despiporre castrense.

Y eso que de un tiempo a esta parte hay a quien le ha dado por verle su cara amable, y su enorme potencial benefactor a largo plazo.

Como si después de todo, pese a su voraz y desmedido apetito por la sangre recién descorchada, le cupiera un trasfondo de conciencia. Pero en todo caso, sea o no sea así, es mejor no ofenderla.

Todo lo contrario, si se puede ha de celebrársele su indiscutible sentido de la oportunidad.

De hecho, muchas veces se ha dicho que en ocasiones anteriores las crisis económicas se resolvieron montando guerras. Esto es una realidad. Destruir y reconstruir. Volver a empezar de cero. Arrojar a una pira funeraria el pasado, y renovarse de arriba abajo, mediante la deífica intermediación del fuego purificador. Y por el camino, las cunetas sembradas de cadáveres, que como abono natural van de miedo.

Y es que no hay otra salida al problema.

En un mundo globalizado que trabaja y se esfuerza obstinadamente por homogeneizar los estándares de desarrollo, y mejorar sus condiciones de vida, las guerras actúan como contrapeso, y son el revulsivo ideal, inmejorable catalizador de las desigualdades, permitiendo que nunca deje de haber dos polos opuestos, el de los que lo tienen todo y el de los que lo han perdido todo, entre los que fluya la corriente dinamizadora.

Voilá la fuente del eterno beneficio inmoderado.

Es, en resumidas cuentas, el único medio por el que estas - las guerras y sus muñidores – nos puedan devolver algún día a la senda del tan imprescindible, del tan necesario, del tan sacrosanto, crecimiento económico.

O dicho de otra forma, el regreso al balsámico redil de la usura institucionalizada, al ir y venir enfermizo de capitales, a las pirámides financieras, al yo te compro y tú te vendes…

¿Hace o no toda esta rapiña al progreso de la humanidad?... Eso ya es otra historia.

Y puesto que, como ya se ha visto, conflictos armados, bandas terroristas, conflagraciones civiles y levantamientos militares hay para dar y tomar, pero los momentos de paz y sosiego escasean, aquí os dejo, para vuestro fructífero disfrute y sin par esparcimiento, un nuevo relato artesanalmente elaborado por mí. “Antes me cortaba un brazo”, disponible, como ya viene siendo la costumbre, en Status: Playing, el blog de los muy blogueros.

Podéis ir en paz.

martes, 22 de marzo de 2011

Sayonara mundo cruel


Miedo, culpa y morbo, en dosis nada recomendables.

Hacer mofa de las desgracias ajenas es, desde luego, una actitud repugnante. En cualquier caso es una forma muy válida de expurgar los propios miedos. Máxime si como en este caso, las imágenes y las historias de las que hemos sido testigos, han conseguido, como pocas otras, ponernos los pelos de punta.
Yo, personalmente, he de confesar que he vivido estos diez días tras el terremoto, tsunami y accidente nuclear de Japón, que casi parece una promoción tres por uno de Bricotienda, preguntándome a mí mismo qué haría si, de pronto, a la tierra le diese por ponerse a bailar breakdance bajo mis pies, si a las aguas les entrase un apetito desmedido por adueñarse, mediante posesión diabólica, de mi coche, de mi casa, o de mi persona, o, todavía peor, si a alguna central nuclear de por ahí al lado, presa de un súbito retortijón, se le soltasen las tripas.
Y la conclusión a la que he llegado no es nada halagüeña. Es más, si tuviera que confeccionar una escala inspirada en la de Richter, acerca de cómo nos afectaría a nosotros un terremoto, y el nivel de protección con el que contamos, con Japón en el 10, y Haití en el 0, dudo mucho de que ni tan siquiera nos acercásemos al aprobado.

Destrucción y caos contemplados desde todos los ángulos (casi como en los Sanfermines)

Posiblemente, vosotros como yo, estéis a estas alturas ya un poco empachados de los vídeos del tsunami. Esos en los que las aguas del pacífico se dan el gran banquete con los bienes muebles e inmuebles de los habitantes de varios pueblos costeros, no dejando más que lodo y escombros a su paso. Por eso he decidido no enlazaros a ninguno.
Hay sin embargo otro, en el que se veía a los rascacielos de Tokio, auténticos mamotretos de acero y cemento, cimbrearse como ramitas de chopo mecidas por una leve brisa primaveral, que me los ha puesto en la garganta, y que no sé si encontraré por Internet, pero que en cuanto lo tenga, sí que os pondré el enlace. (Aquí)
Ciertamente esas imágenes dan la medida de la magnitud del suceso, y al mismo tiempo, de la capacidad de la ingeniería nipona.

Suena egoísta, pero Japón es el mejor sitio para que pasen estas cosas.

El japonés es de hecho un pueblo que destaca por su sentido del orden, y su dominio de la inteligencia práctica. Y en ello tal vez tenga mucho que ver esta lucha permanente en la que se ha visto inmerso, desde los albores de la civilización, contra las desobedientes y caprichosas fuerzas de la naturaleza.
Tal vez, el Kaizen, la mejora continua, filosofía de la que yo soy ferviente adepto, se originase en esa sensación permanente de no haber hecho lo suficiente, de no tener nunca el toro cogido por los cuernos, en lo que a su relación con el entorno se refiere.
Es de hecho, una fórmula tremendamente optimista, pese a que a veces pueda parecer justamente lo contrario, pues permite reponerse de cualquier revés, de cualquier situación traumática, con la misma naturalidad con la que esta tuvo lugar. Se acepta simplemente que la tragedia es posible, que el fracaso, el “soportar lo insoportable”, como dijo en su día el emperador Hirohito, cabe dentro de la ecuación, pero que la superación de la misma, y el ennoblecimiento del espíritu que conlleva, no sólo es capaz de enjugarla enseguida, sino incluso de sacarle provecho.
No me cabe duda, por tanto, de que a diferencia de Haití, y bien que lo siento por ellos, Japón conseguirá extraer de esta catástrofe nuevas lecciones para seguir prosperando, y para seguir dándonos sopa con ondas, tecnológicamente y, hasta me atrevería a decir que científicamente, al resto del mundo.

Cómo no, mis condolencias y respetos para con los dibujantes, artistas y blogueros japoneses.

No en vano, nuestra infancia, mi infancia, estuvo en gran parte influenciada por las creaciones japonesas: Marco, Heidi, Vicky el vikingo, Comando G, la abeja Maya, etc…
Y aunque ni Godzilla, ni Pokemon, ni el manga en general, han sido nunca santo de mi devoción, sí les reconozco el impacto que han tenido en la cultura universal.
No sé si recordaréis de hecho a aquellos siniestros personajes de Mazinger Z, el doctor Infierno, el barón Ashler y sus brutos mecánicos, que bien podrían haber estampado su rúbrica, de haberse tornado en reales, en los acontecimientos desastrosos de los reactores nucleares de Fukushima.
Bien que se echa de menos que las vasijas que contienen todo ese material radiactivo, ahora en plena ebullición, cual cazo de leche hirviendo, estuvieran recubiertas de aquella milagrosa aleación, el Japanium, de la que estaban construidos tanto el mítico Mazinger, como Afrodita A, aquel singular robot hembra que en lugar de ponerse implantes mamarios, se desprendía de ellos en la forma de proyectiles misilísticos.

Donativos (uséase, rascarse el bolsillo) para las víctimas.

Este es quizás el último punto que quisiera tratar. Evidentemente todo el mundo sabe que Japón es un país rico, y que no necesita tan desesperadamente la ayuda como en su día Haití, pero, en cualquier caso, toda aportación, aún cuando sea simbólica, serviría para mostrar nuestro afecto y solidaridad, en estos terribles momentos, a nuestros vecinos de la otra punta del globo. Un globo quebradizo, inestable y traicionero que, en su loca exhibición de mal genio, los ha zarandeado y arrastrado, literalmente, por el barro. Y ello aún cuando sólo actúe como apoyo moral, o cómo recordatorio para su propio gobierno de que, sean cuales sean las urgencias económicas del país, la prioridad absoluta debe ser el auxilio de sus conciudadanos.
Algo que también podría ser tenido un poco más en cuenta por estos lares, no es por nada….
El caso es que, como hemos comprobado, el mundo puede ser un lugar cruel, algo que sin falta nos recuerdan los suicidas al despedirse de él, pero nosotros no podemos permitírnoslo. Nuestra relación con la naturaleza, y sobre todo con la naturaleza humana, aún pueden ser mejoradas. Es solo cuestión de aplicar sin complejos el Kaizen.

domingo, 13 de marzo de 2011

364 días por delante


Hace como una semana volvió a ser el día internacional de la mujer, y yo, que andaba un poco remolón a la hora de postear algo por aquí, me dije a mi “pispo”, ¡Pues, mira tú, ya tengo tema!
Voy a hacer un homenaje a esas sufridas hembras nuestras a los que los hombres tanto les hacemos la vida imposible.
Y en un principio pensé en elegir un tono machista y abiertamente frentista, para que luego los lectores que me conocen en persona no me vengan con la cantinela de qué hipócrita… cuanto cinismo… menudo demagogo… qué queda-bien… Cómo les das jabón a las internautas, que no pueden ver como en materia de tareas domésticas no le das un palo al agua…
Pero el tema es que hay que reconocer que no es justo que las mujeres tengan solamente un día del año para ellas, pues eso implica que los 364 restantes pueden perfectamente seguir como hasta ahora, es decir, bajo el control absoluto del macho ibérico.
Ante todo, hay que ser justo.
Dicho esto, a mi lo de la igualdad me trae al fresco, pues lo que en realidad quieren las feministas más radicales es mandar y ser presidentas de esto y portavoces de aquello otro, y yo ya hace mucho tiempo que tengo asumida mi total sumisión a los dictados del bando femenino.
Que se peleen, que se saquen los ojos, con esos otros especimenes del mismo o del género opuesto, obsesionados con llevar la voz cantante, y a mí que me dejen tranquilo. Yo pagaré religiosamente mis tributos de fiel vasallo, sin sentimentalismos. Seguiré acatando mi condición de gris contribuyente.
Así hasta que a alguna mujer policía se le ocurra apalearme, o lanzarme un escupitajo al careto, como ocurrió con Mohamed Bouaziz y se me desaten las furias revolucionarias.
Pero mientras eso no suceda, os dejaré con mi última creación cuentística, La caja tonta, legible únicamente en Status: Playing, en la que una vez más desarrollo en profundidad mis teorías peregrinas acerca de la vida, el amor, la soledad, las relaciones de pareja y muchas otras cuestiones semejantes, unas veces agridulces, y otras saladas como perros, que espero que al menos os ayuden a combatir el aburrimiento.

Un beso muy grande a todas mis lectoras, que son unos soles.
Y los lectores que no se celen, que un día pasa pronto, hombre!