domingo, 24 de abril de 2011

Muermo infernal


Es la Semana Santa una fecha clave en el calendario religioso, muy distinto este, desde luego, de los que cuelgan de las paredes de un taller de reparación de vehículos a motor, pero calendario al fin y al cabo, con sus lunaciones, sus domingos, y sus fiestas de guardar.
Tiempo, en todo el orbe cristiano, para la celebración y el enaltecimiento de los valores que le han permitido, a lo largo ya de más de dos milenios, procesionar por estos mundos de Dios con paso firme e indesmayable. Derechamente encarrilado, a pesar de sus renglones torcidos.
Vaya por delante, en cualquier caso, que este es un blog laico, y, por tanto, no tengo intención alguna de entrar en los detalles de por qué esto es así, o por qué no.
Más contrariamente, mi propósito es el de analizar a fondo el cómo esta semana, que en mi caso se dedica única y exclusivamente al uso y disfrute del tiempo de asueto que, desde las instancias del poder, y por parte de quienes mueven los hilos, se me ha asignado, influye en mi psicología más ulterior.

Es pues que, por de pronto, y a pesar de disponer al fin de amplias reservas de tiempo libre, del que sufro gran escasez durante todo el resto del año, he de confesar que mi primera reacción es de decepción.
Me encuentro, para mi desasosiego, con que esas vacaciones que un servidor esperaba como agua de mayo para, entre otras cosas, poner al día sus compras, frecuentar establecimientos públicos y desarrollar actividades de ocio mundanal, solo dan para escoger entre dos opciones bien delimitadas: Una, o quedarse en casa aburrido como una mona, engulliendo más y más bytes de música, cine, y demás entretenimiento enlatado, pues comercios, supermercados e instalaciones deportivas han cerrado, o meterse en un avión en dirección hacia la otra punta del globo, con el suntuario dispendio que ello comporta, y la escasa gracia del programa ofertado. Por lo general, hotel cutre, con playa y discoteca integradas en el combo, y a la sazón, como atractivo principal, hacer colas en monumentos que perderán, de una vez y para siempre, todo su halo de misterio y fascinación.

Me hallo pues entre dos aguas, y es en este estado de cosas que, mi peor pesadilla, el aburrimiento, hace acto de aparición.
Un aburrimiento al cual yo considero la chispa incendiaria de todos los males del mundo. No en vano, si existiera el infierno, este sería el gran parque temático del tedio.
Lo soso, lo repetitivo, lo machacón estaría allí expuesto como en un decimonónico museo, lúgubre y polvoriento.
Un lugar que la gente sólo visitaría por obligación, como es el caso, o en castigo por su mal comportamiento.
No obstante, este es únicamente mi parecer. Como siempre, desprovisto de picante y tan absurdo como la cerveza sin alcohol.
Hay quien, más convencional, y también más convencidamente, piensa que el infierno ha de ser un lugar terrible en el que se infligen torturas infinitas a las almas condenadas, y quien por el contrario opina que hacerse amigo de Lucifer, y que te invite a su afterhours, el Calavera’s club, donde en buena lid no habrá sitio para recatos ni mojigaterías, es la mejor de las propuestas a corto y largo plazo.
Pura especulación, en cualquier caso. Futuribles sin grandes posibilidades de concretarse.

Yo personalmente, y volviendo a lo de antes, considero que el estarse aburriendo es ya de por sí un anticipo de lo que será el más allá, nada prometedor, y por tanto, trato como puedo de sacudirme el muermo.
Pero no es tarea fácil. Más aún, se entra en un círculo vicioso en el que uno, como en las arenas movedizas, más se hunde, en tanto en cuanto que más se esfuerza por salir.
Pero hay salvación. Y esta se obtiene por medio del arrepentimiento.
Para empezar, pues, me arrepiento de haberme fijado unas expectativas tan altas de lo que iba a ser para mí esta semana santa.
Soñaba con descansar un poco y divertirme un mucho, y al final ni lo uno, ni lo otro.
Francamente, el no saber qué hacer de uno mismo, es lo más agotador que existe.
¿Es o no es verdad?
Y es que, se mire por donde se mire, encadenar lo que en la práctica vienen siendo tres domingos seguidos en una misma semana es desesperante.
Sinceramente, prefiero que en lo sucesivo, y en lo tocante a calendarios, en lugar de venir tan abundantemente surtidos de domingos, cobren más protagonismo las domingas, como en los de los rudos y grasientos talleres mecánicos.
El lunes vuelvo a la rutina. Bendita rutina.

domingo, 10 de abril de 2011

Guerra justa


«La guerra es una actriz que envejece: cada vez más peligrosa, cada vez menos fotogénica» (Robert Capa)

¡Ah, que iluso, que romanticote de pacotilla, era el señor Capa! La guerra, su guerra, de la que tantas obras de arte se llevó bajo el brazo, siempre cámara en ristre, flirteando con la metralla de trinchera en trinchera, nunca fue nada de lo que pretenciosamente insinúa en su frasecita, si acaso, únicamente a los ojos de quien pudiera contemplarla a distancia, estampada en papel, en la portada de un periódico o de una revista, o en la pared de un museo, con la barriga bien llena de canapés y los radiadores de la calefacción a pleno rendimiento. De hecho, si lo que él entiende por fotogénico - que en este caso equivaldría a poder recrearse en la desolación, en el morbo, y en la casquería - es algo que en su día consideró ya marchito, yo me permito abiertamente el lujo de contradecirle. La guerra goza de una salud inmejorable, y ni siquiera necesita recurrir a las clínicas de cirugía estética, ni maquillar sus muchos siglos de zascandileo impenitente por estos andurriales. Sigue teniendo galanes a lo largo y ancho del mundo, dispuestos a todo con tal de obtener sus gracias y favores, y retratistas a patadas que la inmortalicen.

Ha nacido incluso en los últimos tiempos un concepto nuevo, capaz de darle mayor realce y actualidad. El concepto de guerra justa.

Claro que yo diría que muy nuevo no es. Si acaso, como todo en ella, retocado.

Y si no, no hay más que recurrir a los libros de historia para ver que la adjetivación de las contiendas bélicas suele ser siempre harto complaciente: Guerra santa, guerra de liberación, guerra de la independencia… E incluso poética: Operación libertad duradera, amanecer de la odisea, etc…

Y es que la guerra goza mucho de que la adulen. Hay mucho en juego, y ella no entregará su virtud, esto es, los réditos por la venta de armas y municiones, así como los contratos de reconstrucción, al primero que llegue.

¡Derroquemos tiranos! ¡Muerte al infiel!

Importa poco el pretexto a esa bestia ansiosa por atracarse en las carnicerías de la sinrazón humana.

¡Viva la muerte! ¡Muera la inteligencia! – se ha llegado a decir, en pleno despiporre castrense.

Y eso que de un tiempo a esta parte hay a quien le ha dado por verle su cara amable, y su enorme potencial benefactor a largo plazo.

Como si después de todo, pese a su voraz y desmedido apetito por la sangre recién descorchada, le cupiera un trasfondo de conciencia. Pero en todo caso, sea o no sea así, es mejor no ofenderla.

Todo lo contrario, si se puede ha de celebrársele su indiscutible sentido de la oportunidad.

De hecho, muchas veces se ha dicho que en ocasiones anteriores las crisis económicas se resolvieron montando guerras. Esto es una realidad. Destruir y reconstruir. Volver a empezar de cero. Arrojar a una pira funeraria el pasado, y renovarse de arriba abajo, mediante la deífica intermediación del fuego purificador. Y por el camino, las cunetas sembradas de cadáveres, que como abono natural van de miedo.

Y es que no hay otra salida al problema.

En un mundo globalizado que trabaja y se esfuerza obstinadamente por homogeneizar los estándares de desarrollo, y mejorar sus condiciones de vida, las guerras actúan como contrapeso, y son el revulsivo ideal, inmejorable catalizador de las desigualdades, permitiendo que nunca deje de haber dos polos opuestos, el de los que lo tienen todo y el de los que lo han perdido todo, entre los que fluya la corriente dinamizadora.

Voilá la fuente del eterno beneficio inmoderado.

Es, en resumidas cuentas, el único medio por el que estas - las guerras y sus muñidores – nos puedan devolver algún día a la senda del tan imprescindible, del tan necesario, del tan sacrosanto, crecimiento económico.

O dicho de otra forma, el regreso al balsámico redil de la usura institucionalizada, al ir y venir enfermizo de capitales, a las pirámides financieras, al yo te compro y tú te vendes…

¿Hace o no toda esta rapiña al progreso de la humanidad?... Eso ya es otra historia.

Y puesto que, como ya se ha visto, conflictos armados, bandas terroristas, conflagraciones civiles y levantamientos militares hay para dar y tomar, pero los momentos de paz y sosiego escasean, aquí os dejo, para vuestro fructífero disfrute y sin par esparcimiento, un nuevo relato artesanalmente elaborado por mí. “Antes me cortaba un brazo”, disponible, como ya viene siendo la costumbre, en Status: Playing, el blog de los muy blogueros.

Podéis ir en paz.