jueves, 14 de marzo de 2013

Prime time Papal



Efectivamente todo apunta a que así lo ha querido Dios.

Ratzinger, el artista anteriormente conocido como Benedicto XVI, cuelga los hábitos y manda a paseo su dignidad de Sumo Pontífice, alegando agotamiento físico y moral, y asegurando que a partir de ahora permanecerá oculto para el mundo.

De modo que así las cosas, y sin comerlo ni beberlo, nos hemos encontrado de pronto con algo parecido a dos papas. O más concretamente, al estilo de las cuentas de algún que otro partido político español (el más español de todos, para más señas), habrá un papa A y un papa B.
Y es que Ratzinger, que no ha querido esperar a diñarla para desembarazarse del cargo, hastiado de su santo ministerio, la ha liado parda.
Una cosa desde luego muy rara, sin casi precedentes en la ya larga (de corvejones) historia de la institución.
Como diría un gitano… Ay Papa, que los payos nos quieren dar al viejo pa la chatarra.

Dicen no en vano las malas lenguas, que el anciano monarca de la iglesia había aguantado la mitra, asediado por un lado por las típicas conspiraciones del ora et semper ebullescente magma vaticano, pero también traicionado por sus asistentes más cercanos, odiado por el occidente libertino y ultralaicista, que jamás le perdonó su alergia a la terapia salvadora del preservativo en el África negra, y sobre todo arrastrado por el tsunami de los escándalos de abusos a menores,
Este último, para más inri, considerado el peor de todos los pecados, el más sórdido y el único con el que el evangelio es implacable.

Pero al que haga tropezar a uno de estos pequeñitos que creen en mí, mejor le sería que le colgaran al cuello una piedra de molino de las que mueve un asno, y que se ahogara en lo profundo del mar.
San Mateo, 18,6

Si alguien llegara a escandalizar a uno de estos pequeños que creen en mí, sería preferible para él que le ataran al cuello una piedra de moler y lo arrojaran al mar.
San Marcos, 9,42

Algo que por lo visto era el pan nuestro de cada día en cientos, si no miles, de los “refugios para los débiles y desamparados” de la Iglesia.
Díficil de digerir, no ya por la opinión pública en general, sino por la gran mayoría de sus fieles, y a lo que se suma el no menos vergonzante y pertinaz encubrimiento de los autores materiales de los crímenes, del que los miembros y cabezas visibles de la sacrosanta misión petrina, en su conjunto, han hecho gala.

Sin embargo, se da la paradoja de que a ojos de muchos, se ha producido como una gran revelación acerca del personaje. En este mundo terrenal nuestro, en el que nadie dimite, en el que hasta el más ruin y corrupto de los ediles del municipio más insignificante se aferra al asiento con uñas y dientes, el gesto de Ratzinger, o Benedicto XVI si se prefiere, ha cobrado una magnitud sobrenatural.

Tampoco es que se hayan abierto las aguas del mar Rojo, qué duda cabe, pero de lo que sí doy fe es de que algo que hasta ahora parecía imposible ha sucedido.

En cualquier caso será mejor que nadie se emocione, porque no parece factible que haya grandes probabilidades de contagio.
En la ya de por si agitada y convulsa escena política patria, que vive ya desde hace una buena temporadita instalada en la dinámica del peor, imposible, pocas opciones hay de renovación.
Gúrtel, Bárcenas, Pokemon, Eres de la junta de Andalucía, Pallerols, Palma Arena, etcétera, etcétera, ese si que es un cónclave reñido del que cuesta visualizar nítidamente al Primus inter pares.
De hecho, con toda seguridad, sean unos u otros los elegidos de este o futuros comicios, religiosos o paganos, los primos, tendremos que seguir siéndolo nosotros, los ciudadanos de a pie.
Y es que el que piense que esto tiene arreglo, la lleva clara.

En todo caso, de momento, y para regocijo de creyentes y televidentes, ya hay un nuevo maquinista, Francisco I, a los mandos del catolicismo mundial.
Un señor a primera vista tímido, bonancible, apabullado por la magnitud y el peso de la enorme tarea que se le viene encima, ya él también, para que lo vamos a negar, llamando a las puertas de la ancianidad.
Nada que ver con el revulsivo, con la recarga de energía, de la que tanto se había hablado por parte de opinantes y tertulianos afines a la causa.
Más retrotrae al recuerdo antediluviano de aquellos papas de otra época. Meras comparsas en una época de guerras y genocidios mundiales, cuyos silencios hablaban mucho más que sus palabras.

Si bien, cierto es que Dios, o más concretamente la iglesia, juega al engaño, y lo mismo que nunca salen elegidos los favoritos de los cónclaves, quizás también en esta ocasión las apariencias no lo sean todo, y nos hallemos ante una oportunidad histórica.

Aunque si la religión quisiera realmente hacerle un servicio positivo a la humanidad, bien es verdad que mucho tiempo se ha perdido ya. Demasiados siglos que ha dejado pasar sin dar otra señal que no sea la del inmovilismo y el enroque en unos resabios y tradiciones de librillo con las pastas ya muy gastadas.

No obstante el negocio de esta gente es vender esperanza, y una vez más, como quien dice, y a juzgar por las expresiones en los rostros de los congregados en la plaza de San Pedro, se ha dado bien la cosa.
Esto del mercado ya se sabe. Quizás el bono argentino no aguante bien la referencia con el bono alemán, pero tratándose de esperanza...
Quien sabe si, el verdadero mal que nos aqueja estaba en el espíritu, y hasta salimos de la crisis.
Aunque como reza el dicho: Milagros, en Lourdes.
El demonio puede ir de un lado para otro, pero nunca desaparecer.

Y si no, que se lo pregunten al padre Karras.